INTRIGA EN LA MANSIÓN

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Liz guardó la carta en el bolsillo de sus pantalones. Miró su reloj. Eran las doce de la noche en punto. La hora citada que ponía en la carta. Se quedó quieta en la puerta que ponía despacho. Por fin se decidió a entrar. Giró el pomo, y abrió el portón. Todo estaba oscuro. Sólo había un foco de luz, que apuntaba hacia una silla. Liz se sentó. Estaba asustada, muy asustada, pero no podía irse. Sus piernas se lo impedían. De pronto, apareció en la oscuridad, una señora de unos 50 años. Se miraron.

-Tú debes de ser, liz, ¿no?

-Sí.

-Muy bien. Te estabamos esperando. Pasa por aquí. 

La mujer señaló una puerta pequeña. Liz y ella se adentraron.

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