Primer viaje: Conociendo a Sherlock Holmes

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Salí corriendo en dirección a mi casa. Abrí el portal como pude. Las manos me temblaban tanto que las llaves se cayeron un par de veces al suelo.

Llamé al ascensor. Tardaba tanto que subí hasta la quinta planta por las escaleras. Me era imposible no tropezarme con cada escalón. Iba a una velocidad de vértigo. Aferraba con fuerza el giratiempo, pensando en que desaparecería en cualquier momento. Rezaba por que no fuera un sueño, y si lo era que durara para siempre..

Abrí la puerta de mi casa, resoplando e intentando coger aire. Llegué a mi cuarto y me dirigí hasta la estantería. -¡Al fin joder, al fin!- Sostenía un grueso y pesado libro entre mis manos.- Sherlock Holmes, colección completa- Definitivamente mi corazón iba a estallar. Tenía que comprobar si además de viajar por el tiempo me podía llevar dentro de los libros. Y ahí estaba yo, sosteniendo el libro de mi primer gran amor literario. Necesitaba verlo, era una urgencia imperiosa. -Deseo ver a Sherlock Holmes- Repetí un par de veces... pero nada. No funcionaba. 

Me senté decepcionada en la cama. -Un momento!- Cogí mi lupa, mi gabardina, un pañuelo rojo de seda; me puse unas botas de agua y cogí mi paraguas... Me giré de nuevo hacia la estantería y tomé el marco con la silueta de Sherlock Holmes que había comprado aquella  memorable vez que fui a Londres. Me concentré en la silueta y en repetir varias veces mi deseo. 

Sentí el conocido tirón en mi estómago y caí al suelo...

Todo a mi alrededor era niebla. No tenía ni idea de dónde estaba. Oía cascos de caballos, ruedas de carruajes, voces y extraños olores. Unas finas gotas de lluvia mojaban mi rostro. Tenía miedo, era de noche y parecía encontrarme en Londres. Las voces por fin se distinguían decían incoherencias en inglés, con un ligero acento irlandés. Todo era muy extraño. No me preocupaba el idioma, llevaba desde los cinco años estudiando inglés y lo entendía y hablaba casi a la perfección. No por nada era mi idioma favorito. Sabía hablar inglés, francés, alemán, italiano y español. Me había llevado mucho tiempo, pero ahora que me encontraba en esta situación lo agradecía bastante. 

Me levanté trabajosamente. Las voces se acercaban. A pesar de la densa niebla comencé a distinguir algunos rasgos. Dos hombres tambaleantes con un par de botellas en la mano se dirigían hacia mi.

El más gordo y alto de ellos me vio primero. Una asquerosa sonrisa se dibujó en su deformado rostro. Una voz en mi me dijo que corriese. Pero al parecer no fui la única en pensar en eso. Los dos hombres salieron corriendo detrás de mi.

Corría a una velocidad vertiginosa, no pensaba en nada que no fuera correr. No había nadie en aquellas calles, solo nosotros y nuestros destinos. 

Uno de los hombres me dio alcance, se abalanzó contra mí y caímos al suelo.  Yo no  me iba a rendir. Patalee con fuerza, lancé puñetazos y mordiscos. Una de mis rodillas dio con su objetivo... Me gané una carcajada de desprecio y un puñetazo.

El hombre alto se puso encima mía. No podía respirar. Mis pulmones ardían. Clavé con fuerza mis uñas en sus muñecas. El otro hombre me inmovilizó. No podía moverme. Empecé a gritar. Pero aquel asqueroso me besó a la fuerza. No iba a llorar. No les iba a demostrar el miedo que tenía.
Justo cuando pensaba en desmayarme una sombra golpeó a los dos monstruos. Y entonces, pude cerrar los ojos.

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El olor a tabaco inhundó mis fosas nasales. Abrí los ojos pesadamente y me di la vuelta en la cama.

Los recuerdos de la noche anterior se mezclaron con el sentimiento de culpavilidad... Las lágrimas comenzaron a descender lentas, furiosas y amargas por mis mejillas. Los ojos me ardían y la oscuridad de aquella habitación me agobiaba. Un ruido a mi espalda me puso en alerta, cerré los ojos y me hice la dormida.

Sentí que alguien se sentaba en el borde de la cama. Me tocó suavemente el hombro. Yo no me giré. No quería saber quién era.

-Señorita, por favor- Su voz era grave, muy bonita.- Sé que... sé que aún tiene miedo- Esa frase me hizo enfurecer- Yo no tengo miedo!- Pero las lágrimas no decían lo mismo, las notaba bajar, aún, por mis mejillas- Señorita, llegué a tiempo, ahora está a salvo- Volvió a hablar sin inmutarse por mi tono de voz. Ahora dejé de retener mis lágrimas. Me abracé a su pecho llorando como nunca lo había hecho. Sentía sus manos en mi espalda y en mi pelo. Intentando reconfortarme, haciéndome sentir segura de verdad. Me retiró un poco, lo suficiente como para mirarme a los ojos. Me limpió las lagrimas suavemente. Seguíamos sin luz, mirándonos en la oscuridad. Era capaz de escuchar dos latidos diferentes, queriendo ser uno.

Me apartó el pelo de la cara y limpió, de nuevo, mis lágrimas. -Mi nombre es Sherlock Holmes...-dijo mientras encendía la lámpara de gas. El mundo se paró en ese instante. Sus ojos grises brillaban, tenía el pelo revuelto y una levita limpia y bien planchada. Que gran contraste, pensé.

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