Nadie vino a mi fiesta

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Nadie vino a mi fiesta, la fiesta de la pizza, las carcajadas y el jolgorio. Nadie vino a mi fiesta. Comía y llamaron a la puerta. Me dirigí hacia ella con ganas de saber quién era intentando darle cara a la figura tras la madera ¿Alguien de la fiesta? ¿Tal vez algún testigo de Jehová que quisiese comer pizza? Yo lo invitaría gustoso a pasar. Nadie vino a mi fiesta, ni siquiera los chicos de la escuela, los pocos que invité esta mañana. 

Finalmente abrí. Sólo un paquete de tamaño mediano envuelto cuidadosamente en un algo parecido al papel pergamino. 

 ¿Quién habrá enviado esto? 

Con curiosidad me dispuse a desenvolver el empaque y al hacerlo vi un cofre, uno que arrojaba al viento un aroma de caoba antiguo, con una inscripción que decía: 

"Aquellos que afirman 'No hay nada que temer, salvo el propio miedo' aún no conocen a los cuervos. Marzo de 1850"  y en él una diminuta  una carta. Lleno de conmoción por el mensaje pirograbado en la tapa y de un desconcierto extraño  que dan las noticias inesperadas  procedí a leer la carta. 

Lo siguiente que diré son los retazos de recuerdos restantes de aquella lectura : "Quien ose abrir este cofre tendrá en sus noches la dulce mirada de los cuervos" y resaltado algo que decía " Y lo acompañaran en sus sueños menos profundos la única cosa que engrandece y no se ve " ¿Un acertijo?- Acerté a decir entre tartamudeos-. 

Los días siguiente fue un ir y venir de hojas en blanco en donde trazaba las posible soluciones a este rompecabezas, que ante mí se presentaba como una maldición. Examinando el cofre con detenimiento , descubrí que rasgando un fondo falso de terciopelo rojo, se  hallaba oculto un grabado muy antiguo sobre una compañía circense que presentaba la última atracción del siglo XIX : el hombre espantapájaros. En tintes verdes sobre unas cuencas vacías y negras resaltaban espectralmente ,como un parpadeo de luciérnaga, dos ojos minúsculos que insinuaban una mirada fija y penetrante al espectador. Quienquiera que fuese aquel actor de circo, merecía solamente dos segundos de contemplación. Luego de cerrar de golpe la tapa del cofre y tras desvanecerse el golpe seco de la madera, solo quedé yo porque nadie vino a mi fiesta o eso creí en el momento.

No hubiese querido que la primera visita fuese a esa hora ni en ese lugar. ¿No le ha pasado que cuando está desocupado y de repente llega la visita que no veía hace un año y medio a tocar la puerta?, pues eso mismo. Sentado en el inodoro y con la mente distraída en el último capítulo de Suits , comencé a ver el deslizamiento de unos dedos magros de un material, parecido a la caña de trigo, por el marco de la puerta; seguidamente una carcajada ahogó el silencio del hogar.  En ese momento el baño era todo mi universo y supe que si salía de allí me esperaba una realidad o irrealidad que no quería confrontar por ningún medio. Más tarde me atreví a correr hacia la seguridad del sofá , pero con una circunstancia en contra : la noche se tragaba poco a poco la luz agonizante de la casa. Pasos en el segundo piso como si golpeasen el tablado con ramas de palma de cera . Una carcajada nubló mi pensamiento inmediatamente anterior. Hubiese querido que nadie viniese a mi fiesta. 

Esa noche , como era de esperarse, no dormí ya que al conciliar el sueño pude ver como al fondo de un largo corredor con muros de cal se asomaban dos siniestras gemas verdes y unas fauces con colmillos de metal oxidado que repetían una y otra vez lo mismo: la única cosa que engrandece y no se ve es la NOCHE. Desperté empapado de una sustancia salitre y viscosa parecida al sudor. Afuera, entre el jardín y el manzano dos cuervos jugaban a tragarse un fara, la enorme rata chillaba y rasgaba esa misma noche como un cúter desesperado por encontrar la carne de su víctima.

De esta historia me ha quedado hasta hoy el filo del último recuerdo, la entrada de mi visitante. Nunca, querido lector, olvide cerrar bien las ventanas cuando la luna se apague en el cielo o cuando en su soledad, la agonía del horror se llene de carcajadas perdidas en el vacío. Allí estaba frente a mí, una figura de más de dos metros , con huesos de madera y carne de caña de trigo y en su cara una capucha de costal que revelaba tímidamente dos pequeñas y reluciente gemas verdes. Opté por el llanto de los cobardes y con la frazada del sofá elegí cubrirme los ojos y resignarme al íntimo encuentro con aquello que avanzaba con el sonido de una escoba barriendo ferozmente el suelo. Hoy escribo esto para dejar constancia ante el que quiera leerlo de que existí, de que mis padres no van a volver aún y cuando lo hagan tal vez no esté ya en esta tierra de sangre y cuervos. Hoy hay alguien en mi fiesta  y aquel se acercó ayer a mi oído para susurrarme de qué se trata la verdadera esencia de la noche, de la oscuridad, lo que dentro de sí ocultan los cuervos.

Nadie vino a mi fiestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora