Ruidos al amanecer

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Era lunes a las 9:00 AM cuando sonó el despertador de mi celular. Solía tener mi canción favorita como alarma, pero después de un tiempo, esa canción se volvió insoportable para mí. Apagué la alarma, que ahora tenía una melodía predeterminada, y proseguí a levantarme de la cama para continuar con las actividades del día.

Mis padres ya se habían ido a trabajar estaba yo solo con Lear, un Chihuahua café que tenía desde los 10 años. Le serví comida, puesto que su plato estaba vacío, me cambié y salí a correr. El hacer algún tipo de ejercicio no era una actividad que hiciera diariamente, pero aquel día vi mis tenis, y me dispuse a hacerlo.

Cerca de la casa había un parque al que no había ido desde hacía ya mucho tiempo y hacia el cual me dirigí. En ese parque yo solía salir con mis amigos de la colonia para jugar fútbol, pero desde que se mudaron, no los he vuelto a ver, y de la misma manera, no he vuelto a ver personas en las canchas. Toda la nostalgia de aquellas épocas me llegó de golpe.

Ya en el parque, me di una vuelta por ahí, había pocas personas, ya que la mayor parte de los colonos eran adultos mayores. Pude ver a la señora Hilda, quien era dueña de la tienda que estaba frente a mi casa, ella también hacía ejercicio a pesar de su avanzada edad, estaba caminando, pero luego se detuvo para hacer unos estiramientos. Sin duda el ejercicio es lo que le ha dado tanta salud.

Tomé unos dos minutos para descansar, en ellos, preparé una lista de música para correr, con el nombre "Workout" ("entrenamiento" en inglés), le di al botón "Reproducir", me coloqué los audífonos y seguí con mi camino. Era, como dice la canción, una mañana linda. El sol estaba brillando intensamente, el cielo estaba despejado, y los pájaros estaban "cantando". Era el día perfecto para hacer ejercicio.

Me pasé un buen tiempo en el parque, sudé bastante y seguramente, quemé muchas calorías. Iba de camino a la casa cuando me encontré con Victoria, una vieja amiga mía de la primaria.
–¡Hola!- le dije con ánimo, puesto que tenía mucho tiempo de no verla.
Ella se quedó callada.
–¿Qué no me reconoces?- pregunté, ya que le noté la cara de extrañeza.
-Mmm... La verdad es que me pareces algo conocido- contestó con tono de sospecha.
–¡Soy yo, Martín! ¿No recuerdas que íbamos juntos en la primaria?
–¡Ah, con razón te me hacías conocido! ¡Fuiste tú quien le rompió el corazón a Julia en la fiesta de graduación de la primaria!

Así era, lamentablemente, en la primaria me solía gustar Julia, de hecho era una de mis mejores amigas, luego me enteré que le gustaba, y no supe qué hacer. La invité a la fiesta de graduación, sabía que podíamos ser algo más, pero llegó la cobardía antes que el amor, así como las lágrimas antes que la alegría.

Victoria se dio cuenta de mi cara de pena acompañada de tristeza, e intentó solucionar las cosas.
–¡Oh! ¡Cómo lo siento! Creo que fui un poco ruda. Pero cuéntame, ¿cómo te ha ido?
–Bien, supongo. ¿Y a ti? ¿En qué escuela estás?
–También bien, estoy en el Instituto Escandi, me gusta mucho, ¿y tú?
–Yo me quedé en el Gardo, pero casi no hay nada interesante ahí–le dije.

Hubo un pequeño silencio, el cual yo eliminé, pero quizás no de la mejor manera.
–Y... ¿Has sabido algo de Julia?
–No, la verdad es que hace dos años todavía nos hablábamos, pero desde que se fue a Monterrey, no he sabido nada de ella.
–¿Monterrey?
–Sí, a sus papás les dieron un trabajo allá, y pues... tuvo que acompañarlos.
–Oh...–expresé mi toque de tristeza con esa simple exclamación.
–Bueno...–dijo Victoria–Me tengo que ir, ya es tarde y tengo que regresar a casa porque si no, mi mamá se va a emputar.
–Bueno, supongo que nos veremos luego.
–Sí–dijo ella, sonriendo–Adiós.
Nos abrazamos, y nos fuimos, cada quien a su casa.

Cuando llegué a casa, preparé mi desayuno con lo que encontré en el refrigerador y en la alacena. Sólo había jamón, así que me conformé con un simple sándwich, pero no me lo acabé. Comí la mitad, pero me llené, así que la otra mitad se la di a Lear, que se estaba dando un banquete.

Me levanté de la mesa, y, como siempre, lavé los trastes (sólo los míos, claro), pero mientras lo hacía, me llegaron unos mensajes al celular. No los chequé en ese instante puesto que tenía las manos mojadas y llenas de jabón, así que preferí acabar y leerlos luego. Sin embargo, tal lectura no llegó al acabar.

Cuando terminé de lavar los trastes, me dirigí a mi cuarto, donde encontré un libro que había dejado a medias, por lo cual me dispuse a leerlo. No se trataba ni más ni menos que de Hamlet, el clásico del dramaturgo inglés, William Shakespeare. Lo leí sin pausas, apenas separé mis ojos del libro para encender una luz.

Leí por al menos una hora, si el libro antes estaba leído en una cuarta parte, ahora estaba a una cuarta parte para ser leído completamente.

Casi en ese instante, me llegó otro mensaje, era de la compañía de teléfonos, mandando mensajes con promociones y cosas así. Pero luego chequé los mensajes que tenía casi olvidados. Eran de un número desconocido, los leí, y, al parecer, eran de Julia. Lo confirmé cuando leí que había regresado a la ciudad y quería verme para recordar "viejos tiempos".

Contesté los mensajes, preguntando, en primera, si era Julia, y luego, para preguntar en dónde vernos. Esperé contestaciones, pero no llegaron, así que me metí a bañar para ir a la escuela.

Cuando salí de la regadera, chequé el celular. Todavía no recibía ninguna respuesta. ¿Habrá sido una broma? Olvidé por completo los mensajes, me vestí y revisé que llevara los libros correctos para la escuela.

Subí a mi auto y salí de casa rumbo al colegio con Julia en mente.

Estacioné mi A3, en un cajón ubicado en el segundo piso, al lado de dos coches Nissan, uno de color rojo, que, según yo, pertenecía a Luis, uno de mis mejores amigos, del otro lado, había uno blanco, pero no lo había visto nunca.

Salí del auto, y seguí mi camino rumbo al salón de clases. En el camino recordé los mensajes que había enviado anteriormente, así que chequé mi celular, por si había contestado y yo no hubiera sentido la vibración en el pantalón. Lo saqué, presioné el botón de encendido y... Nada. No hubo ninguna respuesta, quizás sólo fue una broma o la mera coincidencia de un número equivocado.

Cuando llegué al salón, lo hice con actitud de decepción, realmente quería saber de Julia, más que nada porque fui yo quien le hizo mal alguna vez.

Puse mi mochila en mi lugar, llegaba temprano, lo suficiente para que Gerardo y sus amigos tomaran "mi zona". Al lado de mí se sentaban Luis y Toño, quienes conocían completamente mi caso casi amoroso.

–¿Qué pedo?-dijo Toño-¿Qué tienes?
–Nada-le dije, tratando de lucir un poco más alegre.
–¿Neta?-preguntó Luis.
–Bueno... La verdad es que... Hoy salí a caminar, y pues... ¿Recuerdan a Victoria? La vi y hablamos un rato, y tocamos un poco el tema de Julia...
–¿Por eso estás así?-dijo Luis.
–No sólo es eso... Es que...
–Deja de hacerlo largo y habla, cabrón-dijo Toño, era realmente desesperado.
–Bueno, pues, recibí un mensaje y creo que era de Julia. Respondí pero ya no recibí ninguna respuesta, y llevo esperando por una desde hace cuatro horas.
–¿Neta?-preguntó Toño, con un poco de asombro-¿qué no se había ido a Monterrey?
–Neta, pero ya mejor dejemos el tema de lado.

Tocó la campana. Todos los que estaban afuera del salón se metieron rápidamente. Yo aún no me quitaba de la mente los mensajes que había recibido. Quizás no era ella, o quizás apagó su celular o yo qué sé, el punto es que estaba preocupado, no podía pensar en otra cosa.

Llegó el maestro Ñíguez cinco minutos tarde (ya era costumbre de él), y comenzó a pasar lista, yo era el número 25, por lo cual no me preocupaba tanto por llegar antes que los profesores.

Cuando iba por el número 13, alguien tocó a la puerta del salón, era la directora, pero no venía sola, venía con una nueva alumna, usaba lentes y estaba peinada con una coleta, parecía alguien rara. En fin, el profesor terminó de pasar lista y le preguntó a la nueva alumna su nombre. Hernández García, Julia.

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2016 ⏰

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