Sálvame

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El joven caminaba deprisa por los pasillos vacíos, manos en sus bolsillos y cabeza gacha. Prácticamente era un camino que podría hacer con los ojos cerrados o incluso dormido, tantas veces lo había hecho... Entró al baño y se encerró allí, empujando con fuerza la desgastada puerta de madera. Enseguida se apoyó, espalda contra la puerta, y se deslizó, dejándose caer, hasta acabar sentado en el suelo, abrazando sus rodillas.

Una bola de ansiedad se arremolinaba en su estómago y una presión feroz amenazaba con dejarlo sin respiración de un momento a otro. Su cabeza daba vueltas, como si el oxígeno en la estancia fuera insuficiente y temblaba de forma inhumana. No era algo nuevo para él, sin embargo, pero de alguna forma así se sentía. Como si fueran las más arrolladoras de las sensaciones -y así era-.

Hundió su cabeza entre sus brazos y las lágrimas empezaron a brotar a borbotones de sus hinchados y enrojecidos ojos.

Estaba tan cansado. Tan cansado de lo mismo. Todos los días iguales. Se había convertido en una rutina.
Pero esta vez...
Esta vez se habían pasado.

No sólo tuvo que arrancar todos los papeles y chicles que pegaron en su taquilla, tirar las chinchetas en su silla, quitarse algún cartel de la espalda, dejar que le lanzaran cosas en clase o enfrentarse a los insultos y amenazas de siempre.
Esta vez... Habían ido a otro nivel durante la semana entera, y sólo estaban a jueves.
Esta vez habían atrancado su taquilla, de tal forma que no pudo abrirla y por tanto sacar sus cosas. ¿Pero qué cosas iba a sacar, si para cuando consiguió abrirla ya se habían encargado de hacerlas pedazos, quemarlas o tirarlas todas a los charcos o al inodoro?
Y no sólo eso, al menos tres veces aquella semana, por el camino unos chicos que le sacaban al menos dos cabezas habían hecho que sus brazos, costillas y su ojo quedaran teñidos de un asqueroso tono morado-rojizo, por no hablar de su nariz.
Por si fuera poco, sus padres habían estado peleando, cosa que era anormal que no pasara, quedando luego el ambiente violento, y llevándose malas palabras e icluso malos tratos. Como siempre. Pero la noche anterior, no fue una discusión normal. Ésta había sido más fuerte aún que las anteriores.
Desde entonces no había visto a su padre, y su madre le había dirigido aún menos la palabra aquella mañana, si es que era posible.
Etcétera.

"Voy a hacerlo"

"Voy a hacerlo"

Estaba convencido.

No sabía cuánto tiempo había estado allí, llorando, sentado en el baño, sin más, pero no parecía importarle. Sólo una idea cruzaba su mente. No le importaba si la profesora iba a estar esperándole. No le importaba si le pondrían una falta por aquello. No le importaba lo que pensaran los demás. No le importaba que alguien al otro lado estuviese intentando abrir la puerta.

-Mierda-

Estaban intentando abrir la puerta.

-¿Hola?- una voz sonó desde afuera, al mismo tiempo que daba golpecitos.

Él dio un bote en su sitio. Estaba asustado -muy asustado-. Rezó porque no fuera un profesor o alguien de su clase.

Rápidamente se frotó las mejillas con los dorsos de sus manos y se levantó, aún sin separarse de la puerta.

-¿Hay alguien ahí? -volvieron a hablar, y pareció aliviarse bastante al no reconocer aquella voz.

Respiró profundamente y se lo pensó dos veces antes de alejarse dando algunos pasos torpes hacia detrás.
La puerta se abrió lentamente y un chico apareció detrás de ésta, asomándose inseguro.
Le sonaba aquel chico, pero no sabía decir por qué; pelo castaño, lacio, nada especial. Supuso que era de un curso superior, y que alguna vez lo habría visto por allí.

{Save Me} L.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora