Capítulo 39

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DESACCORDI II
(Desacuerdos II)

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—Amén —finalizó la iglesia entera.

De reojo, Angelo Petrelli miró a su hermana. Ella estaba parada al lado de su prima Jessica; tenía los ojos hinchados y la nariz enrojecida. Annie se había maquillado para cubrirlo, pero las lágrimas —que se limpiaba apresuradamente con la mano, apenas lograba escapar una— le regaban el rímel por debajo de los ojos, haciéndola parecer un pequeño mapache rubio.

Si Angelo no estuviese tan consternado, se habría reído de ella, pero en ese momento..., se sentía incompleto. Luego de la charla con ella, el día anterior, la había llevado a casa y luego vuelto al restaurante, donde apenas pudo concentrarse.

—El cura se extendió tanto con el sermón —se quejó Gabriella con sus hermanos, saliendo de la iglesia.

Las familias de Gabriella, Uriele y Raffaele, solían reunirse frecuentemente los días domingos; asistían a misa y luego comían juntos. Generalmente acudían a restaurantes de mariscos, donde Lorena, Anneliese y Jessica, devoraban casi tres kilogramos de camarones ellas solas, pero aquel día la rubia ni siquiera los probó, y Angelo podía sentir, sobre él, las miradas acusadoras de las otras dos muchachas.

Lorena también lo sabía, estaba seguro. Por supuesto que ella lo sabía —si Raimondo, Jessica y hasta Bianca lo sabían, era lógico suponer que también Lorena—.

—¿Quieres una cerveza, hijo? —preguntó Raffaele a Angelo, pues fue el único, de los muchachos, que no había alargado la mano para coger una botella del balde cuando el mesero la acercó a ellos, lo cual era extraño, pues en las reuniones le permitía beberse una.

—Sí, por favor —respondió él, despertando.

Raffaele abrió la botella para su hijo y limpió la boquilla antes de entregársela, luego, le acarició los suaves rizos oscuros a la altura de la nuca.

Anneliese vio aquello y pensó que, definitivamente, Angelo era el hijo favorito de su padre... Lástima que eso no iba a salvarlos cuando supiera que ella estaba embarazada. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se retiró al baño antes de ponerse a llorar en la mesa. Jessica, tras sonreírle a su madre, disimulando, siguió a su prima.

—¿Annie? —la llamó, bajito; la rubia se había encerrado en uno de los muchos cubículos.

—Aquí.

—¿Dónde?

—En el último —indicó, quitando el seguro, pero sin llegar a abrir la puerta.

Jessica fue donde ella y la abrazó:

—¿Qué pasó? —le preguntó finalmente. No habían tenido oportunidad de hablar en toda la mañana y, el día anterior, por la noche, Annie no le había respondido el teléfono. Lo último que Jess supo, es que Angelo y ella hablarían sobre su embarazo—. ¿Qué fue lo que te dijo?

—Nada —soltó, sollozando—. No me dijo nada.

—¿Cómo que nada? —eso no podía ser cierto... Angelo era... ¡De ninguna manera Angelo guardaría silencio!—. ¿Le dijiste de las inyecciones?

—Sí —se limpió la nariz.

—¿Y...? —se atrevió a preguntar la otra, luego de dejarla sollozar hasta que su llanto se volvió un continuo suspiro suave.

N-No. No quiere q-que aborte —tartamudeó, desolada.

Jessica arrugó la nariz, esperando escuchar el resto, pero no hubo más.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora