55. El tesoro perdido.

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Conocí a Bonnie Evans cuando aún era un niño.

Cuando lo más llamativo para mí eran dibujos de Batman y autos de juguetes, ella llegó en el momento en el que, el único amor que conocía, era el de mis padres.

Sin darme cuenta, bastó la más mínima sonrisa o el más pequeño gesto para llenarme de alegría, bastaba que estuviera conmigo para sentirme bien... ella tuvo ese efecto en mí, y yo no dejé que desapareciera. Fue cuando me di cuenta de que, cuando ella sonreía, mi mundo entero se paralizaba y la miraba.

Cada vez que crecía, cada centímetro que aumentaba y cada conocimiento que adquiría, fue cuando me percaté de que me había enamorado. De quien menos esperaba, de quien no imaginaba, y de quien no estaba buscando. Desde ese momento aprendí que el amor no se elige, es él quien nos elige a nosotros.

¿Qué me gustaba de ella? Ni yo mismo puedo definirlo. No sé si fue su majestuosa forma de caminar, o su adorable forma de reir. Lo mucho que se preocupaba por los demás o lo bien que me hacía sentir. Me gustaba porque no solo era atracción física, era atracción mental y sentimental, revolucionaba mis neuronas y aceleraba mi corazón.

Por el sol de su sonrisa seria capaz de quemar mis días.

El tiempo pasó de una forma tan rápida, que no me di cuenta cuando empecé a sonreir cuando escuchaba su nombre, o cuando cambiaba mis planes por los suyos. Quería estar a su lado las veinticuatro horas del día, en las cuatro estaciones, los trescientos sesenta y cinco días del año. No me fijaba en nadie más, ni yo sabía lo que me sucedía, hasta que un día me dijeron que se llamaba amor.

Y hoy aquí, disfrutando de sus besos, abrazos y risas, sigo sin creérmelo.

En el tiempo que estuve a su lado, hice absolutamente todo lo que venía a mi mente para demostrarle lo importante que era para mi vida... la tomaba de la mano cuando hablaba, caminaba, reía y existía; le decía lo hermosa que era, la miraba a los ojos cuando hablaba. Protegerla y cuidarla se habían convertido en parte de mi día a día. Le enseñé mi mundo y forma de ver las cosas, le explicaba mis sueños y mi anhelación porque ella los viviera conmigo. La besaba en la mejilla, en la boca, en su frente, en su nariz, en sus manos, simplemente la besé cada vez que tuve oportunidad... y sabía que ella me amaba de la misma forma en que yo lo hacía, cada vez que me miraba, y en sus ojos lo decía.


Me encontraba en la casa de Niall, junto con los otros chicos, mientras Megan me servía un té y los oficiales no dejaban de hacer preguntas estúpidas, yo simplemente miraba, no supe a qué punto exacto ni cuánto tiempo, solo miraba y pensaba, pensaba en ella.

Luego de salir de aquel aeropuerto, completamente desesperado, llamé a Harry; lo primero que hizo mi mente fue buscar ayuda. Luego Harry le comunicó a Liam, éste último le dijo a Danielle, y Danielle le dijo a Eleanor y a Megan. El último en enterarse quizás fue Louis.

Y ahora, cinco horas después del incidente, habíamos hecho todo lo remotamente pensado; al principio Liam intentó tranquilizarme, diciendo que quizás habia ido a su apartamento. No lo creí, pero para calmar su insistencia fuimos allí, forjando la cerradura logramos entrar.

Obviamente, no estaba. Y quizás eso me desesperó aún más.

Caminamos centros comerciales, decenas de calles, fuimos a restaurantes, hasta que finalmente y con la compañía de Louis, nos dirigimos a la estación policial, para notificar lo ocurrido.


-Ya le dije que la última vez que la vi, fue cuando me dijo que iba a el baño. -respondí de mala gana a la pregunta del oficial Benson.

Enamorando a Verónica → zaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora