Capítulo 11

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- De verdad lo hiciste... ¿No?

El cabellos plateados solo contestó con una sonrisa ladina.

-Je... Esa sonrisa dice bastante...

Reino lo miró analíticamente.

-¿Qué quieres que diga? -preguntó con un toque travieso en su pregunta y una sonrisa de quien se sale con la suya.

-Vaya... Tu sonrisa solo me da curiosidad... ¿Acaso descubriste algo interesante?

Reino solo bajo la mirada recordando sus descubrimientos.

-No sabes cuanto...

Una chica de orbes ambar y cabellos del color del fruto del naranjo, irradiando candidez e inocencia, caminaba por un bello bosque lleno de manzanas canasta en brazos y estirandose para atrapar ese jugoso fruto rojo usando sus mágicas habilidades y entonando una canción que llamaba a sus buenos amigos, los animales del bosque, mientras los pajarillos unían sus silbidos a su melodiosa voz.
De repente, cuando ya estaba por regresar a donde se la esperaba con la canasta llena, una de las manzanas, la más roja y enorme, se le escapó de la canasta y rodaba sin dar esperanza de detenerse.
Ella abandonó la canasta encargandosela a los pajarillos, que se la llevaban hacía el castillo, y corría tras la manzana a toda velocidad, aunque no la suficiente para alcanzarla.
Entonces, cuando por fin parecía que la atraparía la manzana se detuvo al chocar con las botas de alguien, que para ella era a quien menos se esperaba encontrarse.

-Su majestad... -balbuceo ella.

Él le sonrió, como si la hubiese estado buscando por mucho tiempo pero recién la encontrase, y se arrodillo lentamente, mientras ella lo miraba sorprendida, para tomar la manzana y ofrecercela.

-¿Es de vuestra merced este fruto... ?

Ella se sonrojo ligeramente y mirando al suelo avergonzada asintió ligeramente.

-Gra... Gracias... -tomó la manzana tímidamente.

-No... No hay que agradecer...

Él la miró intensamente de forma que ella no podía descifrar... No... De forma que ella no quería descifrar por el miedo, miedo a lo prohíbido y a lo incorrecto, por miedo a dejarce guiar por el ingenuo e insensato corazón que bien sabía que, como ya sucedió una vez, podría volverla a hundir en la peor de las miserias y más aún pues, esta vez, ella sabía muy bien que ese sentimiento se había vuelto más intenso y mientras más alto vueles más fea es la caída.

-Yo... Me retiro... -se gira inmediatamente- Muchas gracias... Su majestad...

-Kyoko... ¿Por qué me llamas así? ¿Por qué me llamas como si no me conocieras... ? Tan distante... -la tomó del brazo para evitar que la mujer que amaba se fuera- Llamame Ren...

Ella muy sorprendida se giró a verlo, él ya estaba parado y la miraba suplicante y necesitado causandole un brinco en el corazón.

-Su majestad... Yo... -bajo la mirada, verlo a esos hermosos ojos cafés era demasiado para su corazón- No... no es adecuado que una simple dama de la corte se tome tantas confianzas con el futuro rey...

-¡Tú no eres una simple dama de la corte para mí!

-Majestad... -ella se sorprendió y entonces miró a los lados- No... no deberíamos estar aquí... hablando... solos...

-¡No me importa! -la acercó a su cuerpo con pasión, sorprendiéndola - Eso solo es un título... Olvidalo... Olvida ese título... frente a ti solo hay un hombre... ¿Acaso no ves frente a ti... a un simple hombre enamorado? -pone la mano de ella en su pecho- que sea un príncipe no quita el hecho de que igual que los hombres tengo un corazón... Y tú eres la dueña...

Skip Beat: Luces, cámara y... ¡Amor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora