Prólogo

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Me han llamado muchas cosas: temerario, arrogante, pervertido, egocéntrico y, mi apelativo favorito, artista de la escuela carnal. Tal vez estas afirmaciones sean ciertas; no las niego, pero hago oídos sordos a esas críticas opresivas de mi trabajo y escucho los latidos de mi corazón, el canto de sirena de mi corazón.

De haber escuchado a los detractores de mi obra, a los críticos que deseaban cortarle el paso a mi genio, seguramente nunca habría tomado ni un pincel.

En realidad, creo que los críticos tienen razón en cuanto a mi incorregible comportamiento. El hecho de atreverme a ser distinto era, y sigue siendo, la misma esencia de mi creatividad. Yo soy tenaz en mis creencias, y me siento orgulloso de serlo.

Estos aspirantes a entendidos del arte no saben nada del verdadero arte. Su visión es aburrida, apagada, lineal y simplista. No ven la emoción del suave rubor de una mujer excitada, ni el color de sus mejillas al ver a su amado, ni el brillo de sus ojos en los momentos posteriores a la pasión. No, para pintar esa belleza, uno debe experimentarla, sentirla y atrapala. Esas cosas no se pueden aprender con una pila de libros en un aula.

A pesar de los deseos de mis padres, mi destino no era ser un religioso.

Más bien me considero un hombre espiritual, alguien que cree más en el karma que en la doctrina. Mi pasión está en el extremo de mi pincel, pero mi inspiración son las mujeres. Ellas son mis musas. Os preguntó: ¿Qué criatura de la tierra puede personificar tal belleza y tal gracia? Muchos artistas han intentado capturar la belleza de este mundo, pero hay pocas cosas más persuasivas que el color delicado de la carne de una mujer. ¿Qué podría resultar más inspirador que la suave curva de su hombro, dispuesta a soporta con dignidad las cargas de la vida?
Mis musas fueron rescatadas de una existencia gris, y no fue necesario coaccionarlas. Fama, independencia, admiración... eso fue lo que les di a cambio. Se me acelera el pulso al recordar nuestras conversaciones, el vino que bebimos, la pasión de la que disfrutamos libremente... Una vez me preguntaron si había querido más a una que a las otras. Y, eso, yo respondo: ¿Cómo puede un hombre amar solo a su brazo, y no a su pierna, o a su ojo, o a su boca? Yo las quise a todas ellas, porque me infundieron vida e inspiración para mi obra. Sin embargo, no podía retenerlas a mi lado más de lo que podía retener a un rayo de sol.

La realidad y el arte, en muchos sentidos, son uno solo. A mis censores morales, les preguntó: ¿Cómo no iba a enamorarme de mis musas? Cada una de ellas representa una parte de mi alma. Por tanto, me convertir en esclavo de todas ellas.
¿Lo sabían ellas? No necesito saber esa respuesta. La vida y el amor son lo que son. Yo me convertí en su salvador y en su pecado. Las rescaté de lo ordinario, las redimí con mis pinceladas.
En mi búsqueda de la imagen perfecta, tal vez no fuera totalmente consciente de lo que tuvieron que soportar mis musas. Sin embargo, yo les ofrecí mudos nuevos, aventuras nuevas. Si eso me convierte en un bastardo egoísta, entonces acepto mi culpa con los brazos abiertos.

¿Me arrepiento? ¿Qué hacen los italianos? Lo malo me ha proporcionado una mejor apreciación de lo bueno. Lo bueno me recuerda que, aunque es deseable, también es efímero. He probado la copa de la vida y no voy a disculparme por ello.
Por vosotras, mis musas, alzo mi copa de oporto. Habéis alimentado mi imaginación y mi lujuria. Sin vuestra inspiración, no sería el hombre que soy. Helen, mi inocente, ferviente en tus deseos íntimos. Sara, mi socialité, siempre intentando llegar más lejos. Y Grace, al salvarte a ti, me salvé a mí mismo.
Seré siempre esclavo, mentor y alumno de vuestra inspiración.

Thomas

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⏰ Última actualización: Apr 29, 2016 ⏰

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