Capítulo Segundo: Naufragio en altamar

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No había transcurrido medio día de nous partida cuando una tormenta marítima nos desvió del rumbo, perdiendo uno de nuestros barcos. Los fuertes vientos provenían del este y lograron dar vuelta una de las embarcaciones, junto a su tripulación. Carlos Ferrer me comentó que no intentásemos ayudar a los naufragados, porque Castañedo nos castigaría. Dos días más pasamos a la deriva del mar, sin saber hacia dónde nos dirigíamos exactamente, ya que el astrolabe y la brújula de la embarcación se rompieron durante la feroz tormenta. El Almirante Castañedo decidió enviarnos a Ferrer y a mí hacia otra tripulación más pequeña, para que nos adelantásemos y encontrásemos terre. Evidentemente así ocurrió, al día de partir en la nueva embarcación hallamos terre poblada de indiens.

Las viviendas eran pocas y grandes, lo suficiente para albergar veinte hombres. Había una pequeña plantación de maní en las afueras y hacia el oeste se divisaba una gran laguna que parecía infinita. Las aguas eran transparentes en la orilla rodeado de un color turquesado. Al llegar habíamos notado animales que no podían ser otra cosa que sirènes debajo de las embarcaciones nadando como fluidas luces rápidas. Al principio pensé que estábamos locos pero uno de los indiens sacó una sirène del agua y la contemplamos, medía unos dos metros y carecía de dentadura. La sirène se escapó de su mano y el indien cayó al piso mientras se movía violentamente. Fue una noche un tanto impactante.

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