La cocina

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La grasa estaba por todas parte. Se sintió empapada, aceitosa, cubierta por la suciedad que se acumulaba. Sentía que la hundía. Era el quinto día de Lucía en aquel sitio y ya se agobiaba. Se puso los guantes y se dirigió al fregadero, inundado de cazos, ollas y sartenes. Allí pasaría los días frente a la pila de vajilla que se tambaleaba frente a ella.

Lis, la jefa de cocina y la única allí dentro, le atribuyó un deber. Lucía bajó al sótano, por unas escaleras oscuras, hasta un cuarto lleno de botellas y bidones. Un zumbido, profundo y vibrante resonaba en su cabeza. Entró en la cámara frigorífica, con la escoba y el recogedor en la mano. Sentía la suciedad cubriéndola, subiendo por sus piernas. Se dio prisa, barrió lo que pudo. El cubo estaba lleno de agua y vertió media botella de lejía. Metió la fregona y la agitó sobre el suelo, aclarándolo, meciendo la basura de un lado a otro, salpicándose el chándal de mugre. Tarareó una canción, en un intento de aplacar aquel bullicio que la ensordecía. El frío le daba dolor de cabeza. Se sintió fuera de lugar en el momento en que vio la primera cucaracha cruzando el sótano. Fijándose un poco más vería más insectos muertos flotando en el agua negra del cubo.

Lucía quería salir de allí. Terminó rápidamente, dejó la habitación más limpia de lo que imaginó. Se dirigió a la puerta, escaleras arriba, cuando escuchó gritos. Gritos y golpes. Aullidos de mujer. Procedían del sótano, unas cuantas puertas más allá de donde ella se encontraba. Dejó sus instrumentos en el suelo y salió en busca del problema.

Recorrió parte del laberinto de aquel sótano, y escuchaba las voces más de cerca. También había un hombre. Su voz se hacía más clara y las palabras más concretas:

-¿Eres tonta o qué te pasa Sofi?-gritaba el hombre, el jefe, mientras la chica se acurrucaba a sí misma, con lágrimas en los ojos y con un hilo de voz intentaba explicarse. -No me pongas más excusas, ahora mismo te doy el papel del despido y te vas.

-Pues muy bien. -Sacó valor de donde no pudo. Lucía lo notó en el temblor de su voz y en la firmeza de su acento soviético.

El jefe lo tomó como un desafío, blandió su puño en el aire, y lo dejó caer con toda su ira sobre la mesa del escritorio. Las chicas dieron un respingo y enseguida un paso atrás. "Deja de reírte de mí", le gritó. Su voz no temblaba. Lucía se puso en alerta, quizá su compañera necesitara ayuda. Aquella chica le caía bien, era dulce y cercana, eso escaseaba en el lugar. Siguió excusándose, mientras trataba de controlar el temblor de sus manos, sujetándolas. Aquel hombre les parecía un monstruo a todos, pero Lucía no se había dado cuenta hasta ahora.

Escuchó los pasos de alguien, cerca de ella. Corrió hacia la cámara, recogió sus bártulos y volvió a la cocina. La cocinera estaba sola, como siempre, rodeada de humo. Ese humo que precede a la comida sabrosa. Un guiso distinto en cada cazo, un nuevo sabor en cada sartén. Lis dijo algo, mientras Lucía miraba la pila de trastos que se había vuelto a acumular, sin verla. Estaba pensando en la escena que acababa de presenciar, en si debía contar algo o en si todos lo sabrían ya.

La cocinera dijo algo, Lucía la escuchó de lejos, y tardó medio segundo en espabilar. "¿Has visto el numerito que se ha montado?" Lucía negó con la cabeza.

-Sofi y Dámaris, las chicas de la heladería se han peleado. Discutieron y se les fue de las manos. Acabaron tirándose del pelo y a bofetadas. -Le contó entre risitas.

Lucía sonrió. Le contó lo que había visto en el sótano. Lis sonrió, le dijo que ella aún no había visto nada. El monstruo era capaz de mucho más. Dijo que otro día la pondría al día de los rumores que corrían, de los cuentos que contaban todavía. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Era la curiosidad que se había despertado dentro de ella. Quizá también había un poco de miedo e incertidumbre.

Al día siguiente, solo había una chica en la heladería, Sofi. Dámaris no volvió.

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⏰ Last updated: Sep 09, 2013 ⏰

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