Capítulo 20: Dos hermanos

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Con la excusa de utilizar aquel viaje como una misión del escuadrón, pude finalmente reunirme con mis amigos en la plaza central a la hora a la que acordamos aquella noche. Decidí vestirme con las ropas de viaje más cómodas que encontré y me ceñí la espada que me entregó Garlet al cinto para tenerla siempre a mano. No se me ocurría ningún momento mejor para estrenar la espada que llevándola de viaje con Trent y con Artrio. El sol aun no había mostrado sus primeros rayos de sol cuando yo llegué, pero al menos me aseguraría de que no se fuesen sin mí por haber llegado tarde. Así que me dispuse a esperar sentado en un banco. El primero en llegar fue Trent, quien sonrió ampliamente al verme esperando.

-Temía que al final no pudieras venir-admitió sentándose a mi lado para esperar a Artrio.

-Tanto el maestre como el capitán estaban de acuerdo en que te acompañara en el viaje, así que han preparado un chanchullo para justificar mi ausencia-respondí encogiéndome de hombros, sonriente también.

-¿A qué te refieres?

-Digamos que el maestre tramitará una petición de escolta para ti, y requerirá de mis servicios-dije riéndome.

-¿Puede hacer eso?-preguntó asombrado, y le respondí lo mismo que me aclaró Barferin aquella noche-. Vaya, es asombroso. Ahora sí que eres importante en el imperio.

-¿Tú crees?

-Tu escuadrón no es un escuadrón en sí, ¿sabías? Ahora sois una institución militar independiente del ejército. Sois el primer recurso del emperador en las misiones más importantes y peligrosas, además de que tenéis el privilegio de sumaros al destacamento que os plazca en caso de guerra o, incluso, negaros a participar si el emperador no os requiere personalmente.

-Eso no me lo había dicho Barferin-contesté incrédulo y fascinado por la información que me había proporcionado-. Siempre hemos seguido llamándonos escuadrón.

-Porque en cierto modo lo sois. No sois suficientes para formar dos escuadrones dentro de la institución, y dudo que podáis incluir más miembros, así que una forma resumida de llamaros es esa.

-Vaya... ¿Y tú cómo sabes todo esto?

-Lo estudié en la biblioteca. Quizá algún día os pueda servir como estratega-dijo sonriente e ilusionado por poder compartir mínimamente una afición conmigo.

Pocos minutos más tarde llegó Artrio, con cara de estar bastante cansado. Se disculpó por la tardanza y nos comentó que aun se encontraba exhausto por el viaje que había realizado para volver a Arstacia. A pesar de la insistencia de que se quedara reposando, se negó a dejarnos marchar solos. Decía que era una buena ocasión para recuperar todo el tiempo que se había perdido y que siempre vendrían bien dos manos extras y una cabeza pensante más.

Sintiéndonos incapaces de convencer a Artrio para que volviera a su casa, decidimos ponernos en marcha y no perder más tiempo, sabiendo que nos quedaba una larga travesía por delante y que cada segundo que aprovecháramos para viajar sería útil para poder descansar a la noche. Cuando llegamos ante la muralla, los guardias solamente nos miraron de arriba para abajo, dejándonos atravesar la puerta sin decir nada y sin hacer una sola pregunta.

Cuando el sol ya salió por completo, nosotros ya nos habíamos alejado lo suficiente de la ciudad hacia el norte como para que la muralla se viera minúscula desde nuestra posición. Artrio, que estaba más experimentado que nosotros en esto de viajar en grupos reducidos, preparó su alforja, un enorme saco de tela que llevaba colgado en la espalda, con un par de mantas de piel para refugiarnos del frío por la noche y poder dormir lo mejor posible en el suelo. Trent y yo solo pensamos en la ropa de abrigo para cuando nos acercáramos más al norte, además de las raciones de comida para el viaje que repondríamos una vez llegados al poblado.

El precio de la libertad: Sueños de grandezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora