No sé que ha pasado. Mi padre ha muerto cuando unos señores malvados nos atacaron. Un hombre me ha ayudado mientras me atacaban, no le conozco. Nunca he tenido amigos y estoy sólo, mi familia ha sido ejecutada, y un hombre desconocido cuida de mí. Me ha llevado a Jerusalén, y allí ha matado a unos guardias tocándoles con su mano, creo que es un brujo. Me está ayudando, entonces, ¿es un brujo bueno? Viajamos a Damasco, estoy viviendo con él en una casita del barrio pobre, nunca está por el día, me aburro, estoy jugando al ajedrez contra mí mismo, y ese señor no me hace caso, ¿me odiará? ¿será un brujo malo y me a comer? Tengo que preguntárselo y ser valiente.
El joven Erim paró de escribir en su diario, y lo cerró con delicadeza, miró durante un momento el librito, con un signo que parecía ser un triángulo. El diario era de su padre. No todos los niños ven morir a su padre, Erim sí. Vio cómo la cabeza de su padre rodó hasta sus cortas piernas, y lloró cuando vio la mueca que esbozaba el rostro inerte de su padre. Pero no fue tanto como su madre. Ella fue apuñalada en el pecho ocho veces seguidas, y mientras se desangraba, la tiraron al suelo y la mataron a patadas. Erim no pudo evitar llorar cuando sus padres murieron. Y sus hermanos, sus dos hermanos mayores fueron quemados. Pero su padre le entrenó para ser fuerte, ya lloró una vez, y no lloraría más, no porque no quisiese, sino porque no podía.
La puerta de la casa se abrió, y entró un hombre con túnicas grises, y un manto rojo que cubría su cintura, una barba ocultaba su cara, pareciendo un brujo. Tenía unos brazaletes muy raros, que fascinaban a Erim. Los ojos marrones del señor, de unos cincuenta años, se clavaron en la figura del niño. Erim era flaco, tenía pelo marrón claro y corto, sus ojos eran de color gris, y tenía una estatura muy grande para ser de edad, sólo tenía ocho años.
Se estubieron mirando varios segundos, casi minutos, el señor no le intimidaba, sino que le daba seguridad. Al cabo de un rato, sonrió, se sentó en su cama -la litera de abajo- y bajó su capucha, mostrando una melena juvenil pero canosa, no debía de ser un anciano muy limpio. Era el momento, Erim tragó saliba y preguntó.
'¿Cómo te llamas?'
'Khadid Auditur.' dijo mirando con satisfacción al chico.
'Yo soy Erim.'
'Lo sé, conocía a tu padre.' comentó Khadid mirando el diario del niño. 'Alamut.' pensó en voz alta.
'¿Qué es un Alamut?' preguntó Erim, llevando su mano a la barbilla.
'No es una cosa, es un lugar. Vamos a ir a Alamut, tardaremos mucho, y es un camino difícil, pero...'
'¿Qué?'
'Ya lo verás, es mejor que duermas. Nos vamos mañana.' y se acostó Khadid. 'Por cierto.' dijo otra vez Auditur.
'¿Eh?'
'Toma, estarás hambriento.' averiguó el señor, tirando un trozo de pan a su pequeño amigo.
'Gra... ¿gracias?' preguntó.
Khadid no respondió, pues su edad y cansancio le habían dormido al instante, Erim decidió hacer lo mismo.
Por la noche, un ruído despertó a los dos. Un montón de golpes arremetían contra la puerta, "bum, bum" sonaba. 'Abran la puerta en nombre del atabeg de Damasco Zahid ad-Din Toghtelin.' gritaban desde fuera unas voces graves, que despertaron a Khadid más de lo que ya estaba. 'Cómo queráis.' contestó simplemente.
La reacción de los guardias se la esperaba Khadid, pero Erim abrió su boca como si se quedase sin aire, y estaba paralizado, pero no se imaginaba lo que iba a ocurrir. Uno de los soldados atacó a las costillas del anciano, que paró la espada gracias a un dedo de metal que salió de su mano. De su otra mano salió otro dedo, poniendo fin a la vida del soldado.
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Assassin's Creed: Origins [5 pages]
AdventureHistoria de Emir, un asesino de la tercera cruzada.