Capítulo 17

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Dos años y doce días antes del suceso originario.

Poco a poco, paulatinamente, las luces que recreaban la luz solar intensificaron el brillo hasta que la ciudadela del final del tiempo quedó bañada con cálidos rayos solares.

En la cúpula central, una de las pocas por la que se podía observar la nebulosa de colores verdosos y azulados que daba forma a la representación de la corriente temporal, con la mirada fija en el surco diluido que dejaba a su paso las tiras de energía que formaban el tiempo, se hallaba sentado en un banco un hombre de pelo algo canoso, con algunas arrugas que mostraban que estaba alcanzando el cenit de la madurez.

Sin perder de vista la capa de cristal superdenso que coronaba la cúpula, sin dejar de contemplar el baile de colores, tensó los músculos del rostro y pensó:

«¿Por qué...? ¿Por qué la vida no me concede un respiro...? ¿No fue suficiente con mi mujer, también han de sufrir mi hijo, mi nuera y mi nieta? —Un tic se apoderó de la mejilla—. No... No lo permitiré».

Metió la mano en un pequeño bolsillo del pantalón, sacó una piedra preciosa de color carmesí y susurró:

—Evitaré que ocurra. Borraré ese futuro.

Mientras observaba el color rojizo del pequeño objeto cristalino que tenía en la palma, mientras contemplaba el tenue fulgor que desprendía, al mismo tiempo que empezaba a perderse en sus pensamientos, escuchó cómo alguien se acercó corriendo y cómo lo llamaba:

—Supremo, tenemos un problema. —Se giró y vio a un soldado que hacía el saludo militar en posición de firmes—. El equipo del crucero Etharis está regresando con una anomalía. —El soldado, al contemplar cómo la mirada del General Supremo se volvía fría, concluyó—: Han encontrado un cuerpo a la deriva en la corriente temporal.

—Entiendo... —Inconscientemente, el oficial cerró la mano que sostenía el pequeño objeto cristalino—. ¿Cuándo alcanzarán la ciudadela?

—Llegarán aproximadamente en una hora.

El soldado, sin perder la posición de firmes, se quedó mirando a su superior.

—Que despierten al general Oklen, quiero que vaya de inmediato al centro de mando. —Se levantó y guardó la piedra preciosa en el pantalón—. También quiero que ordenen a la tripulación de la Etharis que mantenga el cuerpo en cuarentena. —Fijó la mirada en los ojos de su subordinado—. Y que aíslen a los que se hayan expuesto. —Hizo un gesto con la cabeza y el soldado salió corriendo a trasmitir sus órdenes.

El general echó los brazos a la espalda, se cogió las manos y caminó despacio con la mirada perdida. Aun con los ojos fijos en la vegetación que había en la gran sala que la cúpula cubría, anduvo sin prestarle atención. En su mente solo había lugar para una imagen que le causaba un profundo sufrimiento; en ella se repetía la visión de una tragedia a la que le costaba imaginarse la forma de ponerle freno; una tragedia que se aproximaba a gran velocidad.

«No creí que los acontecimientos comenzaran a suceder tan pronto...».

Cambió el rumbo de los pasos y se dirigió hacia el gran corredor que conducía al elevador.

«He de darme prisa... Solo puedo contar con Ragbert... No puedo involucrar a nadie más».

Con las emociones torturándole, pensando en su difunta mujer y en que si le era imposible impedirlo el resto de su familia podría pronto reunirse con ella, anduvo a paso ligero, llegó al elevador, entró dentro y pulsó el botón del centro de mando.

Entropía: El Reino de DhagmarkalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora