Mangel miraba las columnas de números, pero cada vez eran más borrosas. No podía concentrarse.
Se alegraba de que sus padres hubieran salido aquella noche. Si no, se habrían dado cuenta de que estaba distraído y querrían saber por qué.
Y no podía decirles que tenía una erección perpetua a causa de Rubén Doblas y que había estropeado su única oportunidad de estar con él por un estúpido orgullo masculino
Suspirando, soltó la calculadora. Había hecho lo que debía hacer.
No era capaz de acostarse con él y después ver cómo se iba con otro hombre. Se le partiría el corazón.
El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Estirándose, Mangel se levantó para abrir la puerta. El viento soplaba con fuerza en el porche y... allí estaba Rubius, recortada contra la luz violeta del atardecer.
-Hola.
Perplejo, Mangel miró su reloj.
-¿No debías estar de fiesta con tus amigas?
Él entró en la casa sin esperar que lo invitase y empezó a quitarse las manoplas y el gorro.
-Lo había pensado, pero van a ver a unos tíos desnudándose y a mí solo me interesa verte desnudo a ti -contestó, levantando las cejas-. ¿Qué me dices?
Mangel cerró la puerta y se apoyó en ella. Su corazón latía con tanta fuerza que tenía que hacer un esfuerzo para disimular.
-¿Desnudarme? Ni lo sueñes.
-Venga Miguel, eres un aguafiestas. Con ese cuerpo y esa cara, ganarías una fortuna -dijo Rubius guiñándole un ojo-. Yo mismo te pagaría un dineral.
Él se puso colorado.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Llamé a tu casa esta tarde y me enteré de que tus padres iban a salir -explicó él, mientras se desabrochaba el abrigo-. Así que pensé que era una oportunidad perfecta para venir a verte. Y suavizarte un poco.
Solo con eso, Mangel se excitó.
-¿Qué quieres decir?
Rubius dio un paso hacia él y le puso las manos en el pecho.
-Te quiero, Miguel. Ah, y lo he pensado, pero no puedo llamarte Mangel. No sé por qué, pero no puedo. Tu siempre serás Miguel para mí.
-¿Miguel, tu amigo?
-El hombre que amo de todas las formas posibles. Bueno, todas no, pero espero remediar eso esta noche.
Su franqueza jamás dejaría de asombrarlo.
-¿Qué significa eso?
-Significa que quiero hacer el amor contigo. ¿Puedo? -preguntó Rubius que, sin esperar respuesta, empezó a tirar de su jersey. Después, le desabrochó la camisa.
-Rubius...
-Me pondré a llorar si me dices que no.
Mangel no pudo evitar una sonrisa.
-No vas a llorar. Tú no lloras para salirte con la tuya.
Indignado, él replicó:
-Lloraría porque tendría el corazón roto. Te necesito. Te deseo. No he podido pegar ojo pensando en ti y en lo ciego que he estado.
Después de desabrocharle la camisa, lo tomó de la mano para llevarlo al dormitorio. Aunque no tenía que tirar de él. El corazón de Mangel se había encogido al verlo. Pero solo su corazón.
Rubius llevaba unos pantalones vaqueros que se ajustaban a su precioso trasero y una camiseta. Le parecia sexy em todos los sentidos.
Su descarado amigo lo empujó sobre la cama y se inclinó para quitarle las botas.
-Oye...
-¿Sabes lo que he pensado? -lo interrumpió él, sin dejar de desnudarlo-. Que siempre he estado enamorado de ti. Cuando te fuiste a Madrid, creí que me moriría. Y en cuanto pude, me fui detrás de ti.
-¿De verdad?
Era la primera vez que oía tal cosa, pero no pensaba ponerse a discutir.
-De verdad. Y por eso me quedé a vivir allí. Necesitaba tenerte cerca. Me sentía seguro cuando estaba contigo. Me encantaba tu compañía, hablar contigo por teléfono... levántate para que pueda quitarte los pantalones. Y no me podía imaginar que algún día dejáramos de vernos. ¿Sabes por qué? -preguntó Rubén, mirándolo a los ojos.
Tenía la mano en su bragueta y Mangel tuvo que tomar aire para hablar.
-¿Por qué?
-Porque te quiero.
Él contuvo el aliento mientras le desabrochaba el cinturón.
-¿Lo dices de verdad?
-Claro que sí. ¿Cómo iba a tomarme en serio a cualquier otro hombre si solo te quería a ti?
Después de bajar la cremallera del pantalón, Rubius metió la mano sin timidez alguna y empezó a acariciar su erección a través de la tela del calzoncillo. Instintivamente, Mangel se apretaba contra él y tuvo que cerrar los ojos para controlarse.
Rubius lo soltó entonces para bajarle los pantalones y los calzoncillos, dejándolo completamente desnudo. Pero él estaba vestido.
-Me voy a desmayar -dijo, mirando descaradamente... lo que tenía que mirar-. Miguel, Miguel, Miguel... Cuánto hombre escondías detrás de tu fachada estudiosa y formal. Qué crimen -añadió, pasándose la lengua por los labios-. Si me querías, ¿cómo has podido esconderme esto?
Mangel empezaba a sentirse muy bien.
-¿Ahora soy yo el responsable de tu ceguera? -preguntó, acariciando su cara-. ¿Debería haber insistido en que me mirases?
-Deberías haberme besado, tonto. Pero no besitos en la frente como si fueras mi hermano. Uno de esos besos con lengua que me diste en la cabaña. Te aseguro que un beso así me habría hecho ver la luz. Pero no, me has dejado seguir ciego y los dos hemos perdido mucho tiempo.
Debería sentirse ridículo desnudo mientras él no dejaba de admirar su erección, pero se encontraba muy a gusto. Estaba con su niño y él podía tener todo lo que quisiera... siempre que lo quisiera para siempre.
-Si no lo dices en serio, no quiero hacerlo.
Rubius levantó la barbilla.
-Esto es tan serio como el infarto que estuve a punto de sufrir cuando pensé que no me querías.
Sonriendo, Mangel lo tiró sobre la cama. Era su turno de desnudarlo, pero Rubius lo ayudó... por eso tardó más de lo que debería.
Se sentó entonces para mirarlo como lo había mirado él, haciendo un gesto de pena al ver el hematoma en el hombro. Cuando se inclinó para darle un besito, Rubius, sonriendo, tomó su mano y la puso sobre su cuerpo.
-Esto es tan bonito -dijo en voz baja, con los ojos llenos de lágrimas-. No es solo sexo... aunque te deseo tanto que me va a dar un ataque. Pero es mucho más. Es como si mi corazón estuviera derritiéndose. Soy tan feliz que...
Mangel se inclinó para besarlo. El primer roce de sus cuerpos desnudos, piel contra piel, casi lo hizo perder el control. Los dos estaban temblando. Se besaban como locos y cuando él empezó a acariciar su cuerpo, Rubius pasó una mano por su espalda, haciéndolo sentir un escalofrío. Besaba su hombro y la venda que llevaba en la frente casi oculta por su pelo alborotado. Besaba su pecho, chupando sus pezones, disfrutando del sabor, del terciopelo de su piel... de sus gemidos.
Rubius levantó las caderas y él deseaba, necesitaba más. Pero lo importante era él. Empezó a besar sus costillas, su estomago, dejando un rastro de besos húmedos por su piel...
Cuando, de repente, agarro su ereccion con la mano y se la metio en la boca, suspirando de satisfacción, él solo pudo gemir:
-Miguel...
-Eres todo mío -murmuró él con voz ronca-. No me digas que no. Te quiero todo, cada centímetro de tu piel.
Rubius enredó los dedos en su pelo.
-Siempre he sido tuyo. Pero no lo sabía.
Mangel volvio a acercar la boca a su erecion
-Pues ahora ya lo sabes.
Y entonces lo besó. Había dicho de verdad lo de querer cada centímetro de su piel. Mangel lo besó y lo chupó con desatada pasión hasta que Rubius estuvo a punto de correrse.
Pero él quería ver su cara cuando ocurriera, de modo que introdujo dos dedos y levantó la cabeza. Era tan precioso, con el pelo sobre la almohada, los ojos cerrados...
-Sigue, cariño -lo animó, aumentando la presión de su mano hastaa que el no pudo más.
Los gritos de Rubius seguían repitiéndose en su cabeza cuando se agachó para sacar algo del pantalón.
-¿Miguel?
Mangel se puso el preservativo y él lo apretó contra su pecho, con las mejillas coloradas, los ojos azules oscurecidos.
-Te quiero, mi amor.
Cuando Rubius abrió los labios para buscar aire, lo besó en los labios. Después, besó sus pechos mientras él lo acomodaba en su interior. Poco a poco, se convirtieron en uno solo y podía sentir los espasmos de su terciopelo húmedo, abrazándolo.
Con los ojos cerrados, intentando mantener el control, lo oyó decir:
-No dejes de amarme nunca, Miguel.
Mangel tomó su cara entre las manos y lo besó con pasión mientras empezaba a moverse. Intentaba ir despacio, pero estaba tan excitado que debía hacer un esfuerzo sobrehumano. Cuando Rubius enredó las piernas alrededor de su cintura, no pudo contenerse más y lo embistió con todas sus fuerzas.
Poco después, con un gemido ronco que le salió del alma, cerró los ojos y se perdió en un placer infinito que él compartió por segunda vez.
Exhaustos, uno encima del otro, no querían apartarse.
-¿Quieres vivir conmigo?
-Sí -sonrió Rubius.
Y después:
-Durante un tiempo.
Le costó trabajo, pero Mangel consiguió apoyarse en un codo.
-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó, con tono amenazante.
El sonrió, acariciando sus hombros.
-Me encanta cuando te pones bruto. Me provoca.
-Quieres decir que te excita.
-No hay nada más sexy que un hombre exigente -dijo Rubius entonces, con los ojos cerrados-. Porque sé que me quieres y que nunca me harías daño.
Mangel se suavizó.
-Jamás.
-Así que viviré contigo... hasta que te convenza para que nos casemos.
-Y luego piensas marcharte de casa, ¿no?
-No -sonrió él, dándole un beso lleno de amor-. Anoche me di cuenta de que lo único que deseo es estar contigo. Así que pienso tenerte solo para mí y quererte durante el resto de mi vida.
Su fantasía se había hecho realidad. Rubius lo amaba. La vida no podía ser más hermosa.
Mangel lo apretó contra su corazón.
-En ese caso, cariño, puedes tenerme todo lo que quieras.
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Atrapados en la Nieve (Rubelangel)
Hayran KurguRubén siempre había visto a Mangel como su mejor amigo, nada más. Y él, fastidiado, había tenido que verlo salir con un montón de hombres y mujeres. Lo último que Rubén parecía desear era una relación estable. Un día, sin embargo, atrapados en una t...