El tacto de algo frío me despierta. Noto la cabeza muy difusa y no pienso con claridad. De repente, siento como me falta el aire y empiezo a toser; vomito agua mientras me pongo a cuatro patas en una especie de fuente. Poco a poco, aunque no muy claros, los recuerdos llegan a mi mente: un gran recinto lujoso, luces y confusión, gente gritando, una gran figura y... algo importante que no puedo llegar a recordar.
Una vez más recuperado, me levanto con la ropa empapada y miro a mi alrededor: sobre mí se ciernen tres estatuas de presidentes americanos ya fallecidos: Benjamin Franklin, George Washington y Thomas Jefferson. A los lados, dos escaleras blancas me muestran un camino entre vegetación y naturaleza.
Camino por un lugar que parece sacado del mismísimo Edén: hierba verde, flores coloridas, árboles frutales, fuentes, pájaros cantando... pero también hay personas vestidas con túnicas blancas y rezando en voz baja. Me siento en un banco de madera al sol mientras me seco y pienso que hago aquí.
No entiendo que me pasa, no recuerdo más que esa borrosa escena. Esto no puede ser normal.
¿Quién soy? ¿Que estoy haciendo aquí? ¿He estado a punto de morir ahogado y eso me ha afectado? Tengo que salir de aquí y averiguarlo.
De repente, una imagen se me enciende en la cabeza como un faro en una noche oscura; una figura oscura extendiendo los brazos hacia mí y gritando: “¡Booker!”. Booker... ¿es así como me llamo? Intento recordar con todas mis fuerzas pero una extraña migraña comienza a aparecer en mi mente y me impide pensar con claridad.
-Señor, ¿se encuentra bien?
Hay alguien delante de mí, una mujer con las manos entrelazadas a la altura del pecho. Lleva una túnica blanca y un pañuelo del mismo color en el pelo. Solo muestra la cara.
-Le sangra la nariz- dice al ver mi cara de desconcierto.
Me llevo la mano a la nariz y mis dedos se tiñen de rojo. ¿Es esto producto de esta extraña jaqueca?
-Deje que le cure, señor.
-No hace falta, gracias- saco un pañuelo del bolsillo y me limpio la sangre. Odio que me ayuden.
Acto seguido me levanto y me voy sin mirar hacia atrás. La mujer dice a mis espaldas:
-Cree en el profeta y todo irá bien.
Mientras camino por este lugar tan perfecto y misericordioso, y que tanto odio, me encuentro con más devotos que me dicen cosas parecidas a lo que dijo la mujer, sin sentido y que me importan una mierda. Nunca he creído ni en Dios ni en profetas ni en esas tonterías. Solo quiero salir de aquí.
Al fin encuentro el final de este laberinto, una puerta blanca custodiada por otro devoto que lee un libro.
-¿Puedo?- pregunto señalando a la puerta.
-Por supuesto, hermano- se pone en pie y me abre la mitad derecha de la puerta- cree en el profeta. Di no al falso pastor.
La vista que se abre ante mí me deja sin aliento, es lo más maravilloso y extraño que he visto en toda mi vida. Varios edificios de aspecto lujoso se alzan en el aire y rodean una plaza. Una especie de ferrocarril aéreo se extiende entre los edificios. No entiendo como esto puede tan siquiera existir pero no importa, pienso averiguar que está sucediendo.
Camino entre personas de buen aspecto y me entero de que hoy es un día de fiesta, hay una feria o algo importante, puede que allí encuentre ayuda, ya que no se a donde dirigirme.
Poniendo atención en la plaza, me doy cuenta de que muchas personas giran hacia la izquierda y que a lo lejos se escucha música de tambores, así que decido ir por allí. Me guío por la gente y cuando paso por un delicatessen, oigo hablar a dos señoritas acerca de lo descontentas que están porque un “amarillo” les preguntó la hora por la calle. Me las quedo mirando sorprendido y ellas me devuelven la mirada con desprecio. Sigo andando solo para escuchar a varios hombres hablando de una persona de color como un animal.
No entiendo como pueden decir eso, ser de una etnia o de otra no te hace ser mejor o peor. Esta ciudad no es tan perfecta como parece. Un solo rasguño lo echaría todo a perder. Como me gustaría darles un puñetazo a todos estos pijos de nariz empolvada.
Intentando no perder los nervios, llego a un cruce cerrado por donde están pasando unas pequeñas aeronaves con motivos religiosos. Entre la muchedumbre distingo:
“El profeta Comstock conduce a su pueblo a la Sodoma de abajo”
¿Quién es ese profeta del que todo el mundo habla? ¿Por qué le tienen tanta devoción?
Una vez pasadas las naves, el puente se cierra y consigo cruzar. Las calles por las que camino son espaciosas y están adornadas con banderas festivas de América. Al menos ya sé donde me encuentro. Un cartel donde se puede leer “Rifa y feria de Columbia, 1912” me indica que voy por el buen camino. Así que me encuentro en Columbia,América, en 1912... extrañamente, no recordando casi nada de mi vida, conozco la geografía e historia de este país y no recuerdo ninguna Columbia.
¿Es por que está en el cielo que no figura en los mapas? Dios, esto se me escapa de las manos.
Al pasar por una tienda de dulces, algo me llama la atención en el escaparate. Un hombre me está mirando fijamente a través del cristal y estoy a punto de preguntarle si tiene algún problema conmigo, cuando me doy cuenta de que ese hombre soy yo. Es la primera vez que veo mi aspecto desde que desperté hace un rato; me paso la mano por una pequeña y rasposa barba y por el pelo castaño . Unos brillantes ojos color verde esmeralda me devuelven confusamente la mirada.
Vale, ya sé como me llamo, como soy y donde estoy. ¿Cómo debería actuar? ¿Soy una persona corriente y que tiene una familia, o por el contrario soy un delincuente y debería esconderme?
Nadie parece percatarse de mí, así que decido escoger la primera idea. Continuo con mi travesía donde escucho más chorradas sobre el profeta y a juzgar por los comentarios de los habitantes, aprendo una cosa de vital importancia sobre esta ciudad: está corrompida en cada esquina. Tengo que tener mucho cuidado con lo que hago y digo. Meto las manos en los bolsillos y sigo caminando sin hacer contacto visual con nadie.
Después de haber caminado unos diez minutos, y sin haber encontrado la feria, llego al final de una calle que da al vacío y donde se puede ver a lo lejos una enorme estatua de una mujer con alas. Cuando mis ojos se posan sobre sus cuencas vacías de color gris ceniza, noto una sensación de añoranza y familiaridad en el pecho. De repente, el único recuerdo que tengo vuelve a mi mente pero esta vez puedo ver que la sombra lleva un vestido rojo oscuro y en su cara puedo ver dos grandes ojos azules tan claros como el cielo tras una tormenta.
Una sensación de mareo me invade y tengo que apoyarme en la pared. ¿Quién es esa persona? ¿Qué relación tengo con ella? ¿Por qué no la recuerdo?
-¡Caballero! Telegrama para usted.
Una vocecilla me saca de mis pensamientos. Un niño con gorra y de baja estatura me extiende un sobre de color ocre. Antes de que pueda preguntarle quién lo manda, el niño desaparece por una calle corriendo veloz como el rayo. El sobre está en blanco, lo que hace que levante sospechas y mire de un lado a otro. Me escondo tras una esquina y leo el telegrama que hay en su interior:
COLUMBIA TELEGRAM CO.
DeWitt STOP.
No alertes a Comstock de tu presencia STOP.
Dirígete a la calle Rockland, nº4.
Lutece.
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Desgarros en el tiempo
FanfictionBooker DeWitt nunca ha tenido suerte en la vida. Tras participar en la Batalla de Wounded Knee a la edad de 16 años, se traslada a otra ciudad con la intención de olvidar el pasado. Pero allí se econtrará con problemas más graves que los vividos has...