2 de Mayo.

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2 de Mayo de 2000.

El silencio reinaba en la habitación, interrumpido por los continuos sollozos que aquellas bocas dejaban escapar. Nadie quiere mostrarse débil, nadie quiere que le vean llorar: pero ellos, durante aquel día cada año, se olvidaban de todo y únicamente podían pensar en él. 

Los años habían hecho mella en la anciana Molly Weasley, aunque perder a uno de sus hijos era lo que más le había afectado, tenía muchas más canas aunque tan solo hubieran pasado un par de años desde el 98, más arrugas decoraban sus ojos cuando se fruncían para llorar y las manos le temblaban cuando intentaba taparse la boca y no emitir otro sollozo. Estaba sentada frente al fuego, mirando las llamas subir y perderse en la chimenea donde tantas veces había escuchado a su hijo Fred decir eso de: "Callejón Diagon", una parte de ella seguía deseando que el muchacho no se hubiera ido de verdad, sino que hubiese desaparecido por aquella chimenea. Pero no era así, y el ambiente se encargaba de demostrárselo. George apoyaba la cabeza en el regazo de su madre, como un niño de dos años que se acaba de hacer una herida, pero su daño era irreparable. Nadie en toda su familia le había visto los ojos tan enrojecidos como en aquel momento, con la única excepción el día del entierro de su gemelo. 

George seguía sin entender por qué eso le tenía que pasar a su hermano, que únicamente buscaba una broma más que hacer, una risa más que soltar, ¿tenía que pagar él que un mago tenebroso buscara como conseguir el poder? La vida no era justa, y él se empezaba a dar cuenta de eso como quién despierta de un sueño pero quiere seguir con los ojos cerrados. Si los abría se encontraría solo, y eso era algo que no estaba preparado para asumir.

Ginny estaba sentada en el suelo, apoyaba la espalda en el costado de Harry recogiéndose las piernas contra el pecho. La única hija del matrimonio Weasley era probablemente la que más fortaleza mostraba, no lloraba. Casi nunca solía hacerlo, por no decir un rotundo nunca. Pero aún así esos ojos castaños tan solo reflejaban dolor, tenía la vista clavada en el mismo fuego que su madre, la boca entreabierta dejando escapar pequeños suspiros. Ella también sabía que la guerra no había sido justa. Harry estaba a su lado, sujetándole la espalda sin quererlo con su costado derecho, él tenía la vista fija en la ventana, en el cálido sol de primavera que ya comenzaba a asomar, su novia sabía exactamente lo que se cocía en su mente. 

-No tienes la culpa de nada, deja de ser tan duro contigo. - Le reprochó, sin mirarle aunque acomodándose más cerca de él. Harry Potter no contestó, porque su subconsciente le gritaba que sí, que toda la culpa de cada lágrima que derramaba por las mejillas de los miembros de la familia Weasley era suya. - Estúpido complejo de Héroe. - Escuchó que Ginny murmuraba,no sonrió, bufó por la nariz y pegó la boca a su sien para depositar un beso. - Olvídalo, ¿vale? No tienes la culpa de nada. 

Entonces asintió porque no tenía fuerzas ni ganas de enfrentar a Ginny, y sabía que ella tampoco dispondría de fuerzas para contraatacar.

Hermione sí lloraba, con los ojos hinchados, de pie, apoyada en la pared, a veces intentaba leer alguna línea del libro que tenía entre las manos pero luego los recuerdos parecían apoderarse de ella, cerraba el libro y miraba a sus pies. Ron no le decía nada, le miraba desde el suelo con los ojos azules anegados en lágrimas y parecían hablar con las miradas. Era un ritual que había empezado cuando ambos habían llegado, se miraban, suspiraban y desviaban las miradas, como si no fueran más que dos niños perdidos en el castillo, intentando combatir al mago más tenebroso de todos los tiempos. 

Eso era lo que habían sido, niños que jugaron a ser mayores y por un casual del destino salieron ganando. Pero el precio había sido terriblemente caro. 

No obstante, había otra persona que cargaba con mucha culpa en aquella habitación, Percy Weasley sujetaba una taza de humeante té en las manos, pensando que si él no hubiera entretenido a Fred en aquella batalla su hermano todavía podría estar vivo. Arthur Weasley tenía una mano en su hombro, a la vez que con la otra se sujetaba el puente de la nariz, se había quitado las gafas -demasiado incómodas para llorar -.

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