XXII

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Un nuevo día comenzaba. Guillermo creyó que no podría dormir después de aquella charla con su peor pesadilla, pero en cambio durmió mucho mejor que cuando estaba en la enfermería, y eso que allí estaba bastante tranquilo, dentro de lo que cabía, luego tuvo que acostumbrarse a la presencia de Samuel, pero después de todo no pasó nada malo.

El hedor que provenía de la celda de al lado, despertó al novato, quién se mantenía con la cara contraída.

Al parecer su compañero, el inglés, había estado haciendo de vientre desde muy temprano.

Ahora si que no conseguiría volver a pegar ojo. Aunque no parecía quedar mucho para que los azules vinieran a despertarlos.

Se acomodó, incorporándose de la cama, fijando la vista al frente, donde estaba la pared que daba a la celda de al lado.

¿Qué pasaría en el día de hoy? Se preguntó. Y en ese momento, un pensamiento se pasó por su mente. En las duchas, donde iba a suceder lo que fuese, también estarían los nada-amigables amigos de Samuel. Eso no le gustaba en absoluto, tenía que impedir aquello, o al menos intentarlo.

[...]

—¡Vamos, malditos bastardos! Es hora de alimentaos. ¡Despertad de una puta vez!

Samuel, que miraba atentamente cómo se acercaba Roberto, el más cabrón de todos, o eso era lo que pensaban la mayoría allí, se preguntaba a quién le decía esas palabras.

Sólo eran tres en ese pasillo, y el castaño sabía que estaban despiertos.

De Luque sonrió, desviando la mirada al suelo. Aquel gesto siempre le hacía ver como el típico prisionero problemático.

Bob, quién no permitía burlas por parte de aquellos desechos humanos, lo miró con la cabeza bien alta y escupió las palabras salpicando algunas gotas de saliva en la cara del castaño.

—Te crees el mejor aquí, y no tienes ni idea de lo que podríamos hacerte por esa actitud tuya.

Samuel se limpió la cara con el dorso de la mano, sin borrar esa expresión divertida que se hallaba en su rostro.

—Deberían colocarte un bozal. Aunque claro eso no impediría que lo pusieras todo perdido de saliva.

El hombre frunció el ceño, para a continuación sonreír con maldad.

—No vas a conseguir enfadarme. Hoy no.

Abrió la celda de este y esperó unos segundos a que este se colocara de espaldas, con las manos unidas.

—Una pena. —dio como respuesta.

Sintió cómo el contrario le apretaba las esposas y no pudo evitar sonreír. Si había conseguido enfadarlo. Siempre conseguía lo que se proponía, aunque fuese en cantidades pequeñas. Con eso se conformaba. A veces.

—Chicos, moved el culo y sacad a los otros dos. —dijo, dirigiéndose a sus compañeros. Aunque a quién miraba ahora era a Percy.

Ese tipo le agradaba de algún modo. Era de esos que aparentan más de lo que realmente son. Y él había podido comprobar aquello.

[...]

Allí estaba él en su celda de aislamiento, donde había sido trasladado por haber provocado una pelea, junto a su compañero Samuel, quién fue llevado a otra celda como esa.

A Roberto le había tocado encargarse del inglés, así que allí se encontraba  él, adentrándose en aquella jaula con el propósito de someterlo a algunas medidas de disciplina. Aunque para el azul esa palabra siempre había sido sinónimo de castigo.

—Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? —Loa pasos resonaban en aquella habitación tan vacía.

Percy alzó la vista en cuanto escuchó su voz. Se mantenía sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared. No parecía importarle nada a aquellos ojos tan fríos.

—¿Un novato que se cree que puede hacer lo que quiera en este lugar? —No hubo respuesta, y tampoco la esperaba— No creas que eres el único que llega aquí, pretendiendo armar un caos. No eres el primero, ni el último. Ni tú, ni tu nuevo amigo, guapito.

El azul de los ojos del británico resplandeció. Sus labios de curvaron en una ligera sonrisa, que dejaba ver ese ego que crecía en su interior.

Bob supo qué clase de persona era en ese momento. Su rostro fue como un libro abierto. Rió para sí, desviando la mirada unos segundos.

Sus pies se detuvieron justo antes de poder pisar al contrario.

En un rápido movimiento, sí cuerpo se agachó, enganchando su mano en la prenda superior del de ojos claros, obligándolo a ponerse en pie.

El preso no se esperó esa reacción. Tenía los ojos abiertos como platos.

De pronto, la mano que lo había levantado estaba alrededor de su cuello apretándolo con fuerza.

—No dejaré que hagas lo que te plazca. Esta es mi casa, y aquí soy yo quién manda. ¿Entendido?

La presión sobre su garganta disminuyó rápidamente, sintiéndose increíblemente aliviado.

Siempre se había reído de todos los que lo rodeaban. Él no sentía miedo, eran los demás quienes lo serían por él. Era por eso que se sentía débil en cuanto veía a Bob contonearse por los pasillos con aires de grandeza.

Aquella vez lo había asustado. No por la forma en la que lo había tratado, sino por esa manera en que lo había mirado.

Percy sabía leer muy bien a una persona con tal sólo mirarla a los ojos.  Pero allí... no había nada...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora