State of Grace

198 29 14
                                    

Lo único que oyen mis oídos es el fuerte latido de mi corazón. Debo limpiar el sudor que me cae por la frente cuando salimos del elevador de La Organización.

Miramos al suelo para evitar ojos curiosos mientras guardo las manos en los bolsillos de las batas blancas que hacía unos minutos les habíamos quitados a dos científicos.

Me pregunto si seguirán inconscientes.

Cuando pasamos junto a un científico que nos regala una sonrisa, presiento que algo va mal y estoy a punto de tomar la navaja que llevo guardada en la parte trasera de mi pantalón pero Noah me detiene. Me sonríe de forma sincera para infundarme confianza y asiento, haciéndole saber que ha logrado su cometido, como siempre.

Seguimos caminando con paso lento para no levantar sospechas y nos metemos por un pasillo donde las puertas blancas abundan junto a ventanas que dan a unos salones pequeños con una silla reclinada rodeada de computadoras. Me detengo en cuanto noto que uno de las sillas está ocupada por una muchacha de dieciocho años, rubia y con sus ojos celestes desorbitados, asustada por lo que sabe está a punto de pasar e impotente por no poder hacer nada al respecto. Mi mano se vuelve un puño sin siquiera darme cuenta cuando el científico se acerca hasta la muchacha con una jeringa en la mano, cuyo líquido depositará en su cuello para dejarla inconsciente y poder quitarle todos los recuerdos.

Lo sé porque yo también estuve en el mismo lugar.

Yo fui un experimento para ellos, nada más que una rata de laboratorio, al igual que ella. Nos concedieron poderes inimaginables que terminaron siendo una amenaza para ellos mismos. No pudieron controlarnos, al menos no lo suficiente.

Ahora nos cazan como a animales, nos borran los recuerdos y nos preparan para lo que ellos creen que es una vida mejor para gente como nosotros.

Fenómenos, raros, sin hogar.

Miro al chico a mi lado, quien al notar mis ojos sobre él vuelve a sonreírme y acaricia un mechón de cabello rebelde que escapó de mi coleta, de manera discreta para que pase desapercibido. Sus ojos azules me transmiten la tranquilidad que necesito para salir de aquí con vida.

Noah es todo lo que sé que es verdad en mi vida, mi estado de estabilidad. Ambos nos conocíamos antes de que nos ingresaran, aún no estoy segura de cómo o dónde, pero éramos cercanos. Dejamos de recordarnos el uno al otro una vez que La Organización dio con nosotros, nos quitaron cada pieza que ellos consideraban indispensable.

Cuando lo vi por primera vez en los pasillos de La Organización, esa pequeña parte inútil, como los Supremos lo llaman, hizo que sintiera como si toda mi armadura cayera y una bala de cañón rompiera la habitación.

Ambos conectamos sin saber el porqué y aunque las reglas eran claras, no pudimos detener lo que ya estaba con nosotros.

No involucrarse con otro pasante, bastante sencillo parecía. No había manera de que algún soldado, entrenado para obedecer pudiera siquiera pensar en ir contracorriente.

Noah jamás fue un santo y yo siempre fui amante de lo prohibido.

No podíamos hacer más que luchar contra lo que sentíamos; estaba mal y podía costarnos la vida.

Un movimiento detrás de nosotros hace que quitemos la vista del camino. Trato de no tensarme, pero en cuanto veo a dos oficiales, con sus trajes pulcros negros, el color abandona mi rostro.

Ya deben haberlo descubierto.

Noah me toma del brazo y seguimos caminando, esta vez con más prisa, él sin molestarse en ocultar su cojera, hasta llegar a la última puerta donde se encuentra el centro de archivo, nuestra última parada antes de poder salir de aquí y ser libres.

Miro a mí alrededor fascinada, la habitación redonda rodeada con computadoras por doquier y muebles de vidrio con frascos de diferentes colores son solo algunas de las cosas más llamativas. Nuestros recuerdos deben estar ahí, en alguna de esas botellas pequeñas y de apariencia inofensiva.

Cierro la puerta de forma que nadie pueda descubrirnos y ambos nos movemos con agilidad en busca de lo que nos pertenece.

—Elena —llama Noah y lo miro. En sus manos tenía dos frascos pequeños con un líquido azul de diferentes tonalidades. Casi con un suspiro de alivio, el chico exclama—: Son los nuestros.

El corazón se me detiene por un segundo y no puedo evitar sonreír. Tendré mi vida de vuelta, todo aquello que me fue arrebatado, bueno o malo, estará conmigo de nuevo. Jamás volveré a sentirme incompleta o rota.

Busco desesperadamente entre los cajones hasta que doy con un par de jeringas, acomodo los frascos, tomo el mío y le doy el suyo a Noah.

—Juntos —digo al ver que la mano de Noah tiembla al tomar el frasco entre sus dedos.

—Juntos —repite, más seguro de lo que estaba hace unos segundos.

Llevo la jeringa hasta el cuello, de la misma forma que el científico se la colocó a la rubia, esperando de repente recordar todo.

La habitación comienza a darme vueltas mientras imágenes del exterior me inundan. Veo una mujer y un hombre, una casa deteriorada.

La nuestra.

También está Noah, en cada imagen que pasa ante mí, presente y con la misma mirada de cariño que tiene ahora.

Comienzo a toser cuando todo se desvanece.

— ¿Estás bien? —pregunta Noah sacudiendo mi brazo un poco. Levanto la mirada y sonrío.

—Jamás había estado mejor —susurro rodeándolo con los brazos, él me devuelve el gesto de inmediato. Estoy a punto de besarlo cuando aporrean la puerta.

— ¡Abran ahora mismo! —oímos una voz masculina del otro lado. Golpes y aporreos dan lugar a una serie de gritos y maldiciones.

— ¿Y ahora? —cuestiona Noah con su sonrisa de lado y una mirada casi maliciosa. Señala la ventana después de encontrarme buscando alguna salida.

Asiento y me apresuro a acercarme a la única ruta de escape.

Con una silla, rompo la ventana y tomando la mano de Noah, mi única constante, salto al vacío esperando que al otro lado haya una vida mejor. Una vida donde pueda estar con el chico que amo sin ninguna barrera, sin ningún impedimento.

Cuando caemos en la maleza no nos detenemos a observar qué nos rodea, solo nos adentramos en el bosque. Aunque no hablamos, ambos sabemos que hemos escapado del sistema y que somos las primeras personas en lograrlo. En mi mente se enciende una luz: podemos liberar a los demás, hacer lo correcto. Podemos empezar la Edad Dorada.


State Of GraceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora