11- En el principio

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Helston (Inglaterra), septiembre de 1854.

Al filo de la medianoche acabó de dar forma a los ojos. Tenían una mirada felina, entre atrevida y confusa, desconcertante. Sí, aquellos eran sus ojos, coronados por una frente fina y elegante, a pocos centímetros de una cascada de cabello negro.
Alejó un poco el papel para valorar sus progresos. Era difícil dibujarla sin tenerla delante, aunque tampoco habría podido hacerlo jamás en su presencia, pues desde que llegó de Londres (no, desde la primera vez que la vio) había procurado guardar siempre las distancias.
Pero ella cada día se le acercaba más, y a él cada día le resultaba más difícil resistirse. Por eso a la mañana siguiente iba a marcharse: a la India, a América..., no lo sabía ni le importaba, porque en cualquier otro lugar las cosas serían más fáciles que allí.
Se inclinó de nuevo sobre el dibujo y suspiró mientras con el pulgar difuminaba el carboncillo para perfeccionar el mohín del carnoso labio inferior. Ese trozo de papel inerte no era más que un impostor cruel, pero también la única forma de poder llevársela consigo.
Luego, irguiéndose en la silla tapizada en cuero de la biblioteca, sintió aquel roce cálido y familiar en la nuca.
Era ella.
Su sola proximidad le proporcionaba una sensación extraordinaria, como el calor que desprende un tronco cuando se resquebrajq en la chimenea y va reduciéndose a cenizas.

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⏰ Última actualización: May 02, 2016 ⏰

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