R E D

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Red

Cada día Isaac hacía el mismo trayecto de su casa a la escuela y viceversa, siempre con los ojos clavados en el suelo que pisaba. Acostumbrado a tener la vista baja había inventado, para sí mismo, una especie de juego: les creaba historias a los zapatos de la gente que pasaba a su lado.

¿Raro?, sí, pero era divertido imaginar si ese chico se había tomado tiempo de elegir aquellos desgastados tenis o si se los había puesto solo por costumbre. Si, Isaac solía pintarse la historia completa.

Era algo casi rutinario, al llegar a su destino el juego terminaba y se ocupaba de otros asuntos.

Aquel lunes había amanecido nublado, pero no parecía que llovería, simplemente era un día gris.

Caminaba por el lado izquierdo de la calle, como siempre, y le inventaba historias a los zapatos, como siempre; pero esa tarde pasaron a su lado un par de botas rojas para lluvia, justo como las que usaban los personajes de dibujos animados, y llamaron su atención. No levantó la vista para ver a la dueña de las botas (porque si, el calzado era muy pequeño para un hombre), mucho menos giró la cabeza para verla marcharse, simplemente pensó que aquella chica, (fuese quien fuese) debía tener mucha confianza en sí misma como para llevar un calzado tan llamativo, o simplemente eran las últimas botas para lluvia de su talla en la zapatería.

La mañana siguiente amaneció soleado. Incluso parecía imposible imaginar que el día anterior había sido gris.

La mayoría de las personas que pasaban a su lado usaban sandalias o zapatos ligeros.

Caminaba con la cabeza gacha, y, como todos los días, jugaba creándoles historias a los zapatos.

Un par de sandalias llamaron su atención, en primera porque eran rojas, muy rojas y brillantes, y en segunda porque estas se enroscaban en la pantorrilla de la chica hasta la rodilla, simplemente volteabas a verlas, nada más.

Isaac se planteó la posibilidad de que aquellas sandalias fueran de la chica de las botas, al fin de cuentas ambos calzados eran igual de llamativos a su manera.

La mañana siguiente era nublada otra vez, era como si el clima estuviera pasando por cambios de humor dignos de un adolecente.

En secreto Isaac se alegraba, volvería a ver aquellas botas que tanto le gustaron, tan rojas y brillantes que desentonaban con el paisaje de un día gris.

Durante toda esa semana el clima cambio lo suficiente para que Isaac descubriera que la chica de las botas era la misma que la de las sandalias, y también la misma de los típicos tenis rojos, y la de las balerinas de charol rojo.

Al observarla tanto (tanto que ya le preocupaba) había notado, en un día de sol, que la chica de las botas tenía un lindo tatuaje en el tobillo izquierdo, una llave de sol, y gracias a él la reconocía los días soleados.

Isaac nunca volteo a verla cuando pasaba a su lado, y mucho menos le dirigió la palabra. Habían pasado semanas e Isaac se había enamorado de la chica de las botas rojas que su cabeza había creado para él. Al diablo que en la realidad no se pareciera en nada a su fantasía, de todas formas no es como si se hubiera atrevido a hablarle de todos modos.

Una mañana ella había tropezado y al estabilizarse había chocado su mano con la de él. Ella no había dicho nada, ni si quiera lo volteó a ver; entre que la música en sus audífonos era tan alta que incluso Isaac la escuchaba a veces, y que parecía apurada aquella vez, era obvio que no le dirigiera ni una mirada.

Eso había sido lo más cerca que había estado de ella. Una vez el viento había empujado su cabello a la cara de Isaac, pero eso no podía contar.

Habían pasado semanas, casi se cumplía un mes desde que el color favorito de Isaac era el rojo.

Ahora parecía que caminaba especialmente para ver esos zapatos rojos pasar a su lado, patético considerando que nunca le había visto el rostro a la chica de los zapatos rojos.

Había terminado otro día, caminó fuera de la escuela con la mirada gacha, al llegar a la calle donde solía coincidir con aquella chica pudo ver sus zapatos, ese día eran unos botines rojos.

Un grupo de chicos paso corriendo al lado de Isaac empujándolo hacia la chica de los zapatos rojos, ella, al sentir el golpe lo estabilizó tomándolo por los hombros, se disculpó y sonrió con la naturalidad de quien sonríe a extraños por la calle cuando accidentalmente chocan miradas.

Esta vez Isaac reunió coraje y volteó a verla marcharse, su cabello era castaño y lacio, y sus ojos eran marrones.

Sonrió para sí y volvió su mirada al suelo, retomó su camino pensando en aquella sonrisa. Si bien él sabía que no le había sonreído por alguna razón en especial, le gustaba pensar que sí.

Cualquiera pensaría que al estar todo el tiempo mirando al suelo notaría cuando terminaba la banqueta y empezaba el asfalto.

Una pena que aquella sonrisa lo hubiera ofuscado, la sonrisa más letal que había recibido en su vida.

Lo último que se escuchó fue el sonido de las llantas chirriando contra el pavimento.

Y todo se volvió negro.


Ella nunca supo de él.    






Fin.

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