La Ciudad del Cansancio

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  Hay ocasiones en que simplemente nos suceden cosas al desearlas intensamente, es como si el universo tuviera piedad de nuestras pobres almas que han sido arrojadas a este miserable mundo, como si nos escuchara Dios. ¿O será que el destino tiene lapsos entre momentos menos y más míseros?

  En fin, ahí se encontraba una de éstas míseras almas a quién denominaremos Benjamín, en el Metro, rumbo a la universidad. Perdido en su mundo se movía sin motivación alguna. Éstos movimientos estaban guiados por el hábito y la costumbre. En su mundo se podía escuchar claramente la música que adornaba el paisaje; un bajo resonante que hacía vibrar todo cuanto atravesaba y una guitarra con diferentes efectos que la hacían sonar acorde a la base que le entregaba su compañero. La llanura verde de colores tan vívidos como la realidad, e incluso más, como un lugar de ensueño en el que cualquier ser humano quisiera estar y vivir durante, al menos, una eternidad. Él podía, aunque sólo por momentos. Cuando el sonido de la multitud desaparecía Él se embargaba en un viaje a estas tierras creadas por él mismo, en donde Benjamín era el Arquitecto e Ingeniero, porque no habían límites. Benja sentía cada una de las partículas de su mundo, ya que eran sus preciadas creaciones; la muerte no existía, pero tampoco el nacimiento; las cosas eran constantes. Pero con todo esto, aún así, las cosas eran hermosas, ya que nadie vivía realmente ahí, porque éste mundo no existía si no era percibido por su creador, ¿será entonces que las cosas sólo existen cuando las percibimos? Recordó a Berkeley, a la mecánica cuántica y el pan con queso que había comido en la mañana; el recuerdo funciona, a veces de una manera muy cómica.

  Prosiguiendo. Él se encontraba perdido en su paraíso sin prestar atención alguna a la realidad común cuando, repentinamente, se tuvo que sostener fuertemente del pasamano, debido a que la frenada del metro fue tal que al menos 4 o 5 personas se fueron de costado al suelo casi inmediatamente, pero que al instante se incorporaron, no sin ayuda de otras personas presentes. Entonces, sin intención alguna, desvió su mirada sólo por un pequeño lapso de tiempo, sólo para que sus ojos se encontraran con un rostro bastante llamativo. Ella era bastante peculiar, pero por alguna razón parecía no destacaba a los ojos de aquellos seres que vivían en la realidad común. Se dejó llevar por sus ojos. Aquél verde claro que se mezclaba con el blanco de sus facciones indudablemente bellas, su pelo negro liso y no demasiado largo; estatura de «al menos 1,59 metros» que hacía de su apariencia un poco más tierna y hermosa en cierto sentido; era justo lo que Benjamín definiría como su tipo de mujer. Pensó en un poema en su mente, pensó en una historia de amor y en dos finales; el primero, melodramático total, lleno de tragedia y sentimientos fuertes que emanaban de los personajes; el segundo, era el final feliz, abundante de amor y besos, en donde él y ella se casaban y vivían felices hasta el fin de sus días. ¿Existiría alguna vez un tercero en donde él le hablaba en el metro y, aunque no vivieran felices para siempre, ella no lo rechazaba? Aún así, había algo muy extraño en su vestimenta, era algo muy singular que hacía que la mirada se desviara y el pensamiento se desatara; llevaba un abrigo de color rojo que le cubría desde las rodillas hasta la zona superior de los labios. Es, en cierto sentido, no tan raro, ya que aquél otoño había sido extremadamente frío, pero no dejaba de ser una prenda bastante llamativa con algo que ocultar. «Y si no la observo, si no la percibo, ¿Dejará de existir? ¿Dejarías de existir para mí?»

  Benjamín fue interrumpido y arrancado de su profunda reflexión por aquél altavoz que anunciaba la próxima estación; debía bajarse. «No importa, de todas formas no tendría oportunidad con ella. Aunque se podría decir que está buena.», soltó una pequeña carcajada, casi imperceptible, pero entonces ella le clavó la mirada, y más que clavó, casi lo devoró. «¿Me escuchó?.», estuvo a punto de sacar la madre. Tras abrirse las puertas, se apeó rápidamente; la vergüenza le abrumaba en cantidades gigantescas. Se movió apresuradamente hacía la salida y, cuando se encontraba ya en la mitad de la escalera de salida, logro divisar el cielo. Aquél lleno de smog, que en un último y desesperado intento, te miraba con desesperación, como pidiendo ayuda. Era el cielo de la Ciudad del Cansancio. La primera vez que Benjamín llegó, sintió una extraña sensación; era como si le estuviesen observando. Cuando ya llevas un tiempo considerable respirando este aire, te transformas en algo, te conviertes en un ser lleno de ocupaciones y tareas; la Ciudad comienza, poco a poco, a formar parte de ti y entonces lentamente te absorbe; tus ideales, tus convicciones y tus sueños son transformados en una masa negra que es ocultada dentro de lo más profundo de tu alma, y es sellada con aquellos sentimientos que le acompañaban. Tus pasos se hacen rápidos y tus movimientos emanan estrés, primero corres para tomar el metro, luego para llegar a casa, después para llegar a la U y lo más común entre todos es que sea para llegar al trabajo; es como un cáncer que se va expandiendo lentamente dentro de ti, pero te ama y te quiere con vida, porque es consciente de que debe coexistir. Pero nadie lo nota, porque todos están igual de enfermos en aquella ciudad.

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