Poker Face

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—¿Aburrido, chaval? –le dije al chico de cabello blanco que estaba apoyado contra la columna; y Allen Walker se volteó para verme.

—Tyki Mikk –su rostro no mostraba ninguna expresión, ni siquiera de sorpresa; algo muy inusual en él.

Sin darme cuenta, sonreí al oír mi nombre salir de sus labios. No me caía tan mal, después de todo; el muchacho era una buena persona, y era simpático. De no haberse convertido en exorcista, quizás podríamos haber sido buenos amigos. Pero el destino es caprichoso, y quiso algo diferente: ahora debíamos retarnos a muerte en cada encuentro. Qué pena.

—A juzgar por tu cara, diría que no la estás pasando muy bien –comenté, poniéndome a la par suya y viéndolo de reojo.

—Jamás había asistido a esta clase de evento –dijo, con la mirada clavada en el vacío. Había varias parejas bailando elegantemente, pero era evidente que a él no le interesaba–. Además, no sé quiénes son estas personas.

—Descuida. Yo tampoco conozco ni a la mitad de los presentes –lo tranquilicé.

—¿Y por qué viniste?

—Es uno de mis tantos trabajos; el más agotador de ellos, a decir verdad –contesté, rascándome la cabeza.

—¿De quién fue la gran idea de traerme hasta aquí? –preguntó, aunque tenía la sospecha de que lo que en realidad quería era confirmar lo que ya imaginaba.

—¿Tú qué crees?

—Ya veo –dijo, cerrando los ojos y riendo con amargura.

Tenía que admitir que el plan era magnífico: con una estratégica jugada, por demás brillante, el Conde del Milenio había convertido a Allen Walker en uno de los miembros más reconocidos de la alta sociedad. Todo gracias a un anuncio que había hecho unas semanas atrás, en el que informaba que el hijo de Mana había regresado para reclamar la herencia que, por derecho, le pertenece, y que tenía el anillo con el escudo de la familia para probarlo (algo bastante curioso, porque eso nunca existió; de modo que lo mandó a fabricar, con tan buena mano que parecía auténtico); por supuesto que plantar la sortija entre las pertenencias del chico fue una tarea sencilla para Road. Pon la corona falsa en la cabeza correcta, y el mundo creerá que es un rey.

Así fue como un muchacho común, sin hogar ni dinero, pasó a ser todo un personaje de fama y fortuna. Pero el objetivo no era ese (claro que no; el Conde no hace beneficencias sólo porque sí): lo que en realidad deseaba era exponer a la Orden Oscura a la luz del día, para luego tergiversar la verdad y hacer que el mundo la vea como una secta en la que se concentraban psicópatas y asesinos; en fin, la escoria de la humanidad. Sus miembros serían marcados de por vida por aquellos tontos ignorantes que creen lo que sea; empezando por su soldado más molesto. Pobre chico; eso de ver cómo lo habían elevado de entre los simples mortales, para luego destruirlo públicamente, hacía que se me remordiera la conciencia (es curioso, nunca pensé que tuviera una...).

≪ ¿Y qué es lo que haces?≫, le preguntó una vez la esposa del magistrado; una mujer pomposa y de mal carácter.

≪Soy un exorcista≫, contestó Allen en toda su inocencia. ≪Mi trabajo es destruir a los Akumas que intentan matar a los humanos≫. En el salón estalló una carcajada general al escuchar semejante disparate; y ni hablar de querer defenderse alegando que era el Conde quien los fabricaba, porque sería su palabra contra la del otro. Nadie le iba a creer a un mocoso.

≪ ¿Akumas? Eso no existe≫, decían algunos. ≪ ¿De dónde salió este chico? Está loco≫, alegaban otros. ≪Seguro que viene de familia; ya su padre era raro≫. A lo que el muchacho sólo podía responder apretando los puños y tragándose las lágrimas en silencio.

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