2. Petición

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Príncipe Del Inframundo

Después de haber llegado de tierra con el alma que me encargó mi padre traer personalmente, me dispuse a encaminarme hasta los aposentos de mis padres, sabía que estarían ahí, últimamente su trabajo era más ligero, tanto que hasta se podían dar el lujo de dormir un poco.

No es que necesitáramos dormir, pero conforme pasaba el tiempo era un requisito entre los ancianos para mantener constantemente su energía , en cambio los jóvenes como yo, podíamos durar siglos sin conciliar una siesta.

Por fin llegué a la gran recámara, me coloqué frente a las grandes puertas de piedra, parecían pesadas, pero no lo era en lo absoluto.

Empujé hacia adentro con mis dos manos y las puertas se abrieron. Me acerqué a la cama que adornaba el centro de la recámara, quité la delgada tela obscura que caía como un velo al rededor de esta, pero mis padres no estaban, era extraña su ausencia, creí que me habían encargado aquella alma porque ellos querrían descansar.

Salí rápidamente de esa habitación, caminé por los largos y relucientes pasillos de mi hogar, algunos familiares se cruzaban en mi camino, me saludaban felices mientras recorrían hacia sus destinos absortos en sus pensamientos, <<trabajo>> ese era el único motivo que los hacía levantarse cada día, obtener muchas alma y guiarlas por el río.

Observé a mi prima caminando entre  el pasillo horizontal al que yo iba.

—¡Parca!— le grité y ella se giró. Me sonrió al verme y caminó hasta mí.

—Hola, Ankou. ¿Cómo has estado?— me preguntó con su tierna voz. Ella es una de mis primas favoritas, es tan noble e inteligente. La primera vez que ayudé a cruzar a las almas ella me instruyó, me quedé fascinado con su calidez para tratar a todos, para ella la muerte y las almas eran iguales, a todas les tenía compasión y cariño.

Casi no la veía por estos rumbos, puesto que a ella le gustaba visitar México. Decía que ahí era un lugar extraordinario para alguien como nosotros, te adoraban, te regalaban comida y hasta nos dedicaban versos y canciones. Toda una festividad digna de unas almas agradecidas.

—Estoy bien— le dije, —¿Sabes donde se encuentran mis padres?

Ella pensó por un momento, —Ya, vi que se dirigían a la estancia de los altares, tal vez aún estén ahí.

—Gracias, Parca—. le dije y nos abrazamos. Sabía que la volvería a ver dentro de muchos días, así que la despedida fue muy cálida, después sólo nos alejamos, cada quien a retomar nuestro camino.

La estancia de los altares era el lugar donde nuestras sillas de familia real se encontraban, ahí por lo general solían mis padres hacer juntas, pero creo que en esta ocasión sólo estaban reunidos para platicar de cosas sin tanta importancia, ya que yo no había sido solicitado para dicha reunión.

Cuando llegué a la estancia de los altares miré hacia todos lados, los grandes pilares que se alzaban a los costados dirigiéndome hasta mis padres adornaban el lugar con su singular diseño, tallado en ellos venía un poco de historia de nuestro origen. Recuerdo que de pequeño me gustaba descifrar el pasado, aunque mi abuelo me había contado parte de la historia, a mí me gustaba recrear un nuevo pasado.

—¡Madre, padre!— los llamé enseguida di paso hasta ellos.

Los ojos de mis padres se dirigieron al mismo tiempo hasta mí y mi tío Shinigami resopló frustrado por mi inoportuna interrupción.

—Hijo, que bueno que has regresado pronto— exclamó feliz mi madre.

—Déjanos un momento, por favor— le dijo discretamente mi padre a mi tío.

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