Inventos del Corazón

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Una suave luz ilumina paso a paso la ciudad de Niles, llegando finalmente hasta la última casa que como de costumbre ha de estar inclinada.  Solo aquella luz es capaz de indagar sigilosamente entre los extraños dibujos desparramados en la habitación del segundo piso junto a piezas y objetos muy curiosos de los cuales pronto sabremos para qué nuestra protagonista los utilizará.

“La casa de los acogidos”, llamada por otros “La casa de los favores”.  Era sin duda un lugar muy especial, puesto que todos quienes tenían un problema que los acongojaba, podían recurrir a la dueña de esta gran casa quien los ayudaba encontrando alguna solución o un consejo, un favor, un invento o un hogar. Sin embargo la especialidad de su madre, la cual se llamaba Lorena, eran los inventos con los cuales facilitaba los problemas de quienes iban en su ayuda. Una vez llego un joven al cual tuvo que inventarle un ojo derecho para ver, ya que un pájaro lo había confundido con una uva mientras se encontraba cosechando en sus viñas. Así también, llegó una mujer que quería viajar en busca de su madre, ya que había sido echada de la casa de su padre; por lo que Lorena sin pensarlo dos veces la acogió en su hogar para luego enviarla en su misión a través de unas alas que sólo se podían utilizar los días en los que el viento soplaba en dirección donde supuestamente se encontraba la madre abandonada.

Ésta era la influencia que había recibido Matilde de su madre desde que ella había nacido, quien había resultado ser, para la sorpresa de Lorena, toda una experta en inventos con los que solía ayudar a sus compañeros de clases a quienes ella consideraba debía de apoyar.

El timbre del receso sonó como de costumbre por todos los pasillos de la escuela, y Matilde ya acostumbrada a recibir encargos se fue en busca de un árbol para dibujar el invento de un anillo con aroma eterno para solucionar el problema de una chica que olía constantemente a carne debido a que su padre era un carnicero.  En eso se encontraba cuando de pronto notó como un alumno de su misma edad intentaba acercarse a la joven más linda de la escuela para entregarle un regalo.

            –Fuerza-  pensó Matilde tratando de apoyar al muchacho el cual titubeaba hasta que finalmente llegó a su lado. No obstante, la hermosa chica ni siquiera lo notó y pasó por delante de él quien la miraba atontado con el movimiento de su dorado cabello. El joven quedó triste y desolado sin poder entregar la flor que tanto anhelaba presentar. – Soy un completo idiota- se dijo a sí mismo el muchacho- ella jamás me tomará en cuenta-.

Fue entonces que al escuchar estas palabras, Matilde se acercó decidida ante el muchacho de pelo azulado que se encontraba cabizbajo.

–No te deprimas…yo te ayudaré…haré que esa chica caiga rendida a tus pies- le aseguró con una sonrisa en su rostro. El muchacho, llamado Sebastián, la miró confundido sin comprender bien a lo que se refería, pero cuando notó que ella correspondía a la hija de la famosa “enfermera”, se le iluminaron los ojos y aceptó enseguida.

Al día siguiente Matilde llegó con  un extraño artefacto que le entregó a Sebastián en el momento en que lo vio, explicándole que aquel era un collar el cual le permitiría hablarle sin rodeos, impidiendo que el calor de la vergüenza que suele llegar al rostro, fuera estancado y así le sería más confortable para comunicarse finalmente con ella. El chico lo aceptó pero antes de eso le agradeció con una sonrisa tan agradable que se quedó grabada por un buen rato en la cabeza de Matilde. Al atardecer, el muchacho nuevamente se le acercó contándole que le había sido de mucha ayuda, pero que ahora ésta le había señalado que le gustaban las sorpresas, Matilde lo miró pensativa y de inmediato le proporcionó una solución.

Al día siguiente le prestó un traje el que tenía la capacidad de producir pequeños actos de magia que sorprenderían a la chica. Éste contento lo aceptó, pero antes de irse en su misión, le regaló una croquera a Matilde que en su portada tenía el grabado del collar de rosa que siempre ésta llevaba consigo. Matilde aturdida vio como éste se alejaba corriendo alegremente mientras sostenía el regalo de agradecimiento entre sus manos, pensando en que ésa había sido la mejor sorpresa que alguien podía haberle proporcionado.

Así, llegó el otro día y Sebastián un tanto angustiado se acerco nuevamente a Matilde recitándole lo bien que le había ido con su traje, pero que ahora la chica de cabellos dorados le había comunicado que le gustaba la música. Matilde nuevamente tuvo la solución para ello. A la mañana siguiente le entregó una guitarra con la que no era necesario saber tocar para interpretar una pieza musical, sino que bastaba colocar un dedo en una de las cuerdas y la música comenzaría a sonar por sí sola. Sebastián asombrado por la habilidad de Matilde, la miró dulcemente a los ojos y le aseguró que si algún día aprendiera de verdad a tocar el piano, el cual era el instrumento favorito de ésta, le escribiría una canción en la que describiría lo genial que era ella con él. Y así nuevamente se fue en busca de la muchacha. Matilde, sin poder evitarlo se sonrojó   mientras el corazón le palpitaba cada vez más rápido al ver la espalda del joven que sin esperarlo había tocado los puntos exactos de su interior que nadie jamás había sido capaz de conocer completamente.

Pasó una semana desde el último invento y el muchacho no se había acercado nuevamente para conseguir ayuda de Matilde, provocando que se sintiera un poco solitaria y cabizbaja. -De seguro consiguió conquistarla- pensaba la chica -después de todo era un chico realmente agradable-. Ese pensamiento entristecía sus días, hasta que sin esperarlo sintió una mano sobre su hombro haciéndola sobresaltarse. Era Sebastián quien venía nuevamente a pedir ayuda, esta vez pidiéndole más personalidad para conquistarla del todo. Matilde lo miró y por primera vez se negó. Era algo que jamás había hecho antes, absolutamente con nadie, pero que consideraba necesario. Él, confundido y extrañado al ver el rostro de amargura de su amiga no dijo nada más y se retiró. Unas pequeñas lágrimas brotaron de los ojos azules de Matilde recorriendo su blanco rostro para caer en el pasto que al recibirlas, quiso volverse humano para abrazarla y acariciarla.

Luego de unos días, Matilde seguía triste intentado olvidar lo que sentía, por lo que se había sumergido en el trabajo colaborando a su madre con los pedidos de la casa. Un cliente se le acercó mientras estaba agachada atornillando una pierna de metal y le dijo sutilmente que le borrara la memoria. Ésta concentrada en su trabajo, le aseguró que en los recuerdos de la gente ella no podía involucrarse ya que es el tesoro más importante que posee una persona. La voz masculina volvió a insistir pidiéndole esta vez que volviera el tiempo al pasado para evitar hacerle daño a la persona que amaba. Matilde se lo negó nuevamente ya que eso era algo que ella ya había intentado para no conocer a una persona, pero no obtuvo resultados porque con el tiempo era algo con lo cual no se podía jugar. Por último, el chico le dijo que lo convirtiera en un objeto de los que ella construía, ya que la chica que amaba le encantaba los artefactos extraños que pudieran ayudar a la gente. Matilde miró enseguida hacia arriba encontrándose con aquellos ojos cafés por los que no lograba dormir. Sebastián la observaba serio y acercándose dulcemente, posó sus labios sobre su frente. Matilde lo observaba atónita sin poder reaccionar, mientras que él la abrazaba prometiéndole que jamás volvería a dejarla sola, ya que los sentimientos que brotaban al ver aquellos ojos azules y aquella capacidad de ayudar sin pedir nada a cambio, era algo que él ya no podía evitar.

Hola, aquí les dejo un cuento que realice hace mucho :D espero les guste ^^

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⏰ Última actualización: Sep 15, 2013 ⏰

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