La gran obra

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El escalpelo baja lenta y suavemente cortando la piel tan fácilmente como si estuviera cortando mantequilla caliente. El corte recto y descendente se desliza con una gran habilidad, como la pincelada de un talentoso pintor, y justamente un artista es quien realiza el corte sobre el pecho de un desafortunado infeliz, quien inconsciente, y tendido por cadenas sujetando sus muñecas, era el lienzo de un macabro genio que cada noche intentaba lograr su mayor obra y mostrar al mundo su habilidad traspasada durante generaciones.

El sonido casi mudo del metal sajando la piel y la fina línea que este dejaba tras el corte era una sensación casi sexual para el artista, un éxtasis, un placer, una melodía oscura que solo él podía comprender. El trazo comienza en el cuello y deliciosamente continúa perfectamente derecho en el estómago, casi llegando al ombligo y... ¡diablos! El crudo silencio en el sótano fue interrumpido por un grito de maldición causado por una milimétrica desviación del corte; los gritos y los bruscos movimientos de los brazos en señal de ira demostraban toda la frustración de fallar en su trabajo. Tanta fue la ira que de una vieja y desgastada mesa de madera oscurecida por los años cogía un machete con el filo ennegrecido por tanta sangre. Con los ojos rojos y rechinando los dientes, comenzó su demente ataque hacia el cuerpo colgado que aún respiraba levemente. Uno, dos, tres, cuatro y así continuamente los golpes del machete encajaban en el cuerpo desnudo y la sangre saltaba descontrolada al igual que las maldiciones. Finalmente, el cuerpo cayó al frío piso de cemento en varios pesados de lo que alguna vez fue una persona.

El sonido de los pasos descendiendo por la escalera de piedra iba aumentando hasta un punto en que el silencio dominó unos segundos ante la pesada puerta de madera reforzada con acero. El candado abrió, el seguro fue corrido, la puerta fue abierta rechinando, pero el desconsuelo es enorme, el calabozo está vacío; era tiempo de buscar nuevos lienzos en los que trabajar, y esta noche los iría a buscar.

Predador de cuerpos bellos, bien esculpidos, altos y atléticos, pero sus favoritos son las pieles suaves y blancas de las jovencitas. Siempre conseguía lienzos de calidad cerca de los barrios bohemios de la parte alta de la ciudad, donde se aprovechaba de la ingenuidad y estupidez producto de la juventud y el exceso de alcohol.

Los bellos ojos azules se distinguían del resto de los mortales, y junto con ellos una perfecta figura de tez blanca. Es hermosa, divina, casi como si fuera un ángel, es tan magnífica que ni siquiera estaba bajo ningún aderezo de la risa o de la idiotez, pero sí sus amigos, y eso es fatal. Se separó unos instantes de sus acompañantes por los instintos lujuriosos de estos y porque terminaron revolcándose en un mugroso callejón bajo la atenta mirada de las sombras sin dueño. Detrás, la mano cubierta del olor de los sueños. Ella es su nuevo lienzo en intento de alcanzar la perfección.

El brillo amarillento de la luna se colaba por una ventanilla que daba directamente a la bandeja de metal donde descansaban las herramientas del artista, y colgando de unas cuerdas en cada muñeca, tendía treinta centímetros sobre el piso el hermoso cuerpo desnudo del ángel a quien convertiría en su obra maestra. Él se acercó enjugándose los labios, casi excitado, tanto que sentía deseos carnales por la jovencita inconsciente, pero su misión era clara y debía cumplirla, debía honrar a sus maestros y antecesores.

Antes de comenzar el trabajo se dio un gusto besando los finos labios rosados y acariciando lentamente uno de sus perfectos pechos, luego cogió el escalpelo más fino y brillante, el favorito del desequilibrado artista. Lentamente comenzó por su hombro derecho; la línea era casi invisible y circunvalaba perfectamente alrededor del hombro, seguido de un corte en diagonal hacia la muñeca también con la perfección milimétrica digna de aclamación. Así, prosiguió con el brazo izquierdo sacando suavemente la piel de la extremidad, con tal técnica que ninguna gota de sangre se asomó. Luego las largas y suaves piernas, bellísimas, los blancos muslos de los ángeles. La lengua dibujó una gruesa línea húmeda llegando hasta la deliciosa entrepierna, luego de unos minutos se detuvo y volvió a su trabajo mirando seriamente y diciéndose a sí mismo: «Basta de interrupciones». Así, sajó las piernas, separando y exponiendo a la luz de las velas la roja y delicada carne bajo la piel blanquecina de la muchacha, quien aún estaba con vida, sumida en un sueño profundo.

El escalpelo descendió desde el cuello hacia el vientre de forma perfecta, una línea que rozaba la genialidad. La felicidad casi se escapaba del rostro al artista que varias veces estuvo a punto de explotar de risa. La alegría aumentaba cada vez más cuando desollaba los dulces pechos, abriendo la piel completamente. La luna iluminaba su lienzo, estaba terminado su obra maestra, por fin, después de tantos años tratando de tocar la gloria. La piel había sido removida completamente, sin fallas, sin derramar un mililitro de sangre y, más sorprendentemente, sin que su lienzo perdiera la vida. Colgando su obra sobre un gran trozo de tela, posó la piel desollada del ángel de ojos azules. Estaba extasiado, sumido en una felicidad plena la cual le impidió darse cuenta de que ella estaba despertando y en un horror de pesadilla. Despertó y rápidamente se dio cuenta de su situación: había sido desollada viva.

Pareciera que ni los fuertes gritos y llantos del ángel podrían despertar del trance al artista, nada lo volvía en sí, pareciera que fuera un orgía descontrolada protagonizada por los mismo sirvientes de Lucifer. La risa mezclada con los llantos fue interrumpida por el asedio hacia la puerta de madera. Era la policía, que entró con un gran contingente armado y rápidamente apuntaron sus armas al mismo tiempo en que, al unísono, los agentes dieron la orden de que soltara el arma y subiera las manos lentamente. La cabeza giró muy despacio hacia los oficiales, con los ojos desorbitados e inyectados de sangre; la furia estaba dibujaba en su cara, y gritaba ferozmente: «¡Qué diablos hacen ustedes aquí! ¡Están interrumpiendo mi momento de triunfo! ¡Hoy es el día que el nombre de Angus Valefor será plasmado en la historia como el mejor artista de los últimos cuatrocientos años!». La orden se repitió, pero Vincent hizo caso omiso y caminó rápidamente hacia los policías levantando el escalpelo. ¡¡Bang, bang, bang!! Las balas cortando el aire encontraron fin a su carrera en el torso del macabro artista, quien cayó de espaldas, muerto en el frío y sólido piso de cemento.

La luz de las linternas inundó el cuarto de trabajo de Vincent, mostrando su abominable galería de arte, decenas de pieles decoraban los muros, clavados largos trozos de tela, pero lo más grotesco tendía a treinta centímetros del piso y sin piel: el cadáver del ángel a quien Valefor arrebató su belleza y convirtió en una obra maestra digna de los pasillos del Infierno.

La horrenda noticia del desollador de París corrió como la pólvora por toda Europa, convirtiéndose en el caso de asesino múltiple más perturbador de los últimos ciento cincuenta años, en el cual Jean Valefor fue ejecutado tras ser descubierto con las manos en la masa arrancándole la piel a una mujer en su casa. Vincent es considerado una leyenda y su trabajo terminó en las manos de un excéntrico magnate alemán (se presume que fueron adquiridas por el mercado negro luego del robo de estas hace un mes) que guarda las pieles en su galería junto a un montón de pieles de animales producto de su autoría. Con la piel cercenada del ángel de ojos azules, una sonrisa se dibujó en el rostro de su nuevo dueño, quien levantando ambos brazos con la intención de dirigir una orquesta, dijo: «Es hora de que mi obra comience a escribirse», y así la Quinta Sinfonía retumbó por toda la habitación. Un nuevo artista macabro ha comenzado su trabajo...

Wilson Noel.

Creepypastas Hasta La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora