Capítulo 2: Un día aciago

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Cuando el médico le contó todo lo que había sucedido al otro lado de los muros de su clase e, incluso, dentro de su propia facultad, cualquiera hubiese jurado que Sayra era morena de piel. Su cara se descompuso al escuchar su relato y palideció notablemente en un instante. Su estómago se revolvió ante el pensamiento de que alguien hubiese podido tener la frialdad de inmolarse con explosivos caseros dentro de los pasillos de su facultad para llevarse consigo a un puñado de vidas inocentes y comenzó a marearse. El médico la ayudó a sentarse en la parte trasera de la ambulancia mientras sentía arcadas que no terminaban de salir. Sus ojos verdosos se inundaron inevitablemente en lágrimas mientras su visión se volvía borrosa y un ataque de pánico hizo que finalmente se echase a llorar.

Los servicios sanitarios le proporcionaron una manta y un botellín de agua mientras seguían atendiendo al resto de las víctimas. A su alrededor podía ver los estragos de aquel atentado, a pesar de que no veía ningún escombro ni ningún cadáver esparcido por el suelo. Al contrario, solo veía a sus compañeros, aquellos que corrieron su misma suerte de sobrevivir, llorando desconsolados, preguntando por sus amigos, tratando de esclarecer lo que había pasado, algunos incluso tratando de entrar dentro de la facultad forcejeando con los policías que trataban de impedírselo, los más fuertes tratando de consolar a los decaídos y varios profesores ayudando a los policías en el reconocimiento de las víctimas mientras daban su versión de los hechos para los informes policiales. Policías, bomberos y médicos trabajaban codo con codo para intentar poner orden entre todo el caos que habían causado los dos terroristas suicidas. Los bomberos rescatando los cuerpos que habían quedado todavía dentro de la facultad, la policía ayudando con la misma labor y calmando a los afectados que habían conseguido salir y los médicos curando las heridas que podían con el equipo que tenían y trasladando a los más graves a los hospitales más cercanos.

Sayra estuvo un cuarto de hora viendo el ir y venir de los agentes hasta que notó su teléfono vibrando en el bolsillo de su pantalón. La pantalla avisaba de una llamada de su madre acompañada por una foto en la que salían ambas. Pensó que se habría enterado del atentado por la televisión y que quería saber si se encontraba bien, pero, al descolgar la llamada, la voz alterada de su madre anunció algo que no se hubiese podido imaginar en aquella situación.

-Hija, estoy en el hospital. Han ingresado a tu padre en estado grave. Es horrible, esto no puede estar pasando. No ahora. Por favor, ven corriendo cuanto antes.

-Mamá, ¿qué ha pasado?-preguntó nerviosa, al borde de la histeria.

-No hay tiempo. Por favor, vente ya. Dile a tu profesor que...

-Voy de inmediato-respondió interrumpiendo a su madre y colgando la llamada. Ni siquiera hizo falta que le dijera en qué hospital estaba, sabía cuál era el más cercano al bufete donde trabajaba. Corriendo se acercó al policía más cercano que encontró para pedirle ayuda bastante alterada y desesperada-. Por favor, necesito ir al hospital Misericordia, no tengo tiempo que perder. Mi padre está ingresado y...

-¿Dices al Misericordia?-preguntó un técnico de ambulancia que pasó cerca. Sayra, entre lágrimas, asintió con la cabeza-. Ven con nosotros, tenemos que ir ahí también. Podemos llevarte si quieres.

Sayra, agradecida, aceptó su oferta y le acompañó hasta la ambulancia. En su interior, en la parte de atrás, ya estaba esperando a una enfermera que intentaba estabilizar el estado de un joven tumbado sobre la camilla que parecía estar en estado crítico. Tras subirse y que se cerraran las puertas, con un aviso de que se sujetase bien, la ambulancia se puso en marcha con las sirenas encendidas a toda velocidad.

Durante todo el trayecto, la joven trataba por todos los medios evitar observar aquella imagen tan desagradable que tenía frente a ella. Pero no era el aspecto que presentaba aquel chico lo que le causaba malestar sino, más bien, la empatía que sentía por él. No podía ni imaginar el sufrimiento que tendría que estar pasando en aquel momento sin que se le encogiera el corazón. A pesar de que se trataba de un desconocido, aunque hubiese jurado que tampoco podría llegar a reconocerlo aunque fuese un amigo suyo, no podía soportar ver aquella imagen y le resultaba inevitable compartir su dolor. La mitad de su cabeza, incluyendo una gran parte de su rostro, estaba totalmente carbonizada. Incluso tenía la sensación de que, en las partes más afectadas, podía verse parte del cráneo. Pensó que realmente tuvo que estar cerca de la explosión para que tuviera unas heridas tan graves cuando hasta le faltaba una oreja. El torso, expuesto después de que la enfermera le quitara los restos de su camiseta, estaba ennegrecido y tenía el pecho y parte del abdomen lleno de ampollas. Y el brazo afectado por la explosión no pintaba mejor...

Un futuro negado [Cancelada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora