Vacaciones al amor (Capítulo 1)

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

©Isabel Keats. Todos los derechos reservados. VACACIONES AL AMOR, Nº. 15 - septiembre 2013. Publicada originalmente por Harlequin Ibérica S.A.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción total o parcial.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

I.S.B.N.: 978-84-687-3541-2

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: TOMBAKY/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Para mi hermana Macarena, a quien esta novela debe su título.

"Lo que es bueno no dura para siempre... dura lo suficiente para hacerlo inolvidable".

1

Por mucho que corras, tu pasado siempre te alcanza

(seguro que lo dijo algún filósofo oriental)

―Pase, el señor Anglada la recibirá enseguida ―anunció la desdeñosa secretaria, al tiempo que abría la puerta de un amplio despacho de paredes de cristal.

El contraste entre el antiguo edificio señorial, con sus grandes ventanales, y la decoración vanguardista del interior llamaba la atención. Detrás de la mesa interminable un hombre de pelo castaño claro, sentado de espaldas, hablaba por el móvil. Cuando terminó la conversación giró el sillón de cuero hacia mí y pude verle la cara. Lo reconocí de inmediato. Su rostro permaneció inexpresivo; sin embargo, sus pupilas turquesa, que brillaban con regocijo al devolverme la mirada, lo delataron. Era evidente que él también se acordaba de mí, y esos ojos burlones me obligaron a retroceder en el tiempo hasta la semana anterior...

Como marcaba la tradición, las antiguas alumnas de las Esperanzadas en la Fe ―una especie de núcleo duro de las Ursulinas―, promoción de... (he olvidado la fecha), celebrábamos nuestro aquelarre anual navideño. Una cena en la que el vino fluía como el petróleo en el golfo de Méjico y donde las colillas parecían castellers intentando fugarse del cenicero, a pesar de los ingentes esfuerzos de los camareros que no daban abasto vaciándolos; mientras nosotras, inseparables desde el colegio, poníamos a caldo a los maridos que quedaban o a los ex que aumentaban de año en año.

Yo seguía soltera y, tras cortar con mi último novio ―la lista de nombres comenzaba a ser difícil de recordar―, sin compromiso. Mis amigas me acusaban de inmadura, de tener una puntuación de once ―en una escala del uno al diez― del síndrome de Peter Pan. Quizá fuera cierto, pero, como yo les decía a menudo, su ejemplo no invitaba a tirarse de cabeza al abismo del matrimonio y al averno de los hijos, precisamente.

La verdad es que no estábamos sacando conclusiones provechosas sobre aquel tema recurrente. Las casadas hacían proselitismo de la familia y los niños, a pesar de echar pestes de ellos, y las separadas exaltaban la libertad de volver a bailar la danza del apareo una vez cumplido el ciclo natural de la reproducción y cuidado de las crías; pese a quejarse amargamente de que, a esas alturas, no quedaba ni un solo tío al que se le pudiera aplicar el calificativo de normal. En realidad, dudo mucho que ninguna de ellas estuviera capacitada para extender a nadie el certificado ISO de «normalidad».

Cualquier fulano que viera su actitud de perras en celo, siempre a la caza y captura, no entendería que alguna de ellas hubiera pasado más de cinco años en el delicioso estado marital; es más, incluso podría llegar a pensar que esos años transcurrieron entre los muros inexpugnables de un convento de clausura, en el que el único polvo que entró jamás fue el que se acumulaba en los reclinatorios.

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⏰ Última actualización: Jul 27, 2016 ⏰

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