Alexander DeLarge

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Era una noche oscura y tormentosa en las calles de Inglaterra. Yo, Alice, me encontraba caminando de vuelta a casa tras un largo día en la Universidad. Ya era tarde y no había transporte; mis padres tampoco habían tenido el detalle de comprarme un automóvil.

El camino se hacía cada vez menos visible y no voy a negarlo, tenía miedo. No era propio que una señorita con juventud y belleza se encontrara sola en la calle, a la mitad de una tormenta tan feroz.

Sostenía mi mochila con ambas manos, cuidándola para que se mojara lo menos posible. Tenía ahí guardada mi tarea de toda la semana y al parecer todo se terminaría por ir directo al garete. ¡Qué rabia!

Llegó un punto en el que caminar se hizo prácticamente imposible, por lo que decidí detenerme y resguardarme afuera de una tienda comercial. El techo era grande y muy apenas algunas gotas alcanzarían a tocarme. Sin duda eso era preferible.

Estaba tiritando de frío y sosteniendo mi mochila con fuerza, esperando que pronto la lluvia se detuviera y así poder continuar con mi camino.

A lo lejos, pude videar a un joven que se acercaba lentamente. Tuve miedo al principio; pero entre más se acercaba, más notaba que sus pasos eran lentos y torpes, como si estuviera mal herido.

Y así era. Al estar justo frente a mí, se detuvo y observé en su rostro varios moretones y sangre saliendo de su nariz. Pero eso no fue lo que más llamó mi atención, oh no.

Lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Aquellos profundos ojos azules, que tanto en color como en forma me recordaban a alguien que llegó a ser muy especial.

Pero, ¿a quién?

Tomé la iniciativa y me acerqué despacio al chico. Resultaba difícil apreciar su rostro, pues la única luz que había era la de un tenue poste a unos metros de nosotros.

De pronto, un rayo —Debido a la tormenta— iluminó con claridad por unos segundos. Segundos que bastaron para reconocer al joven malherido.

Ah...Alexander DeLarge.

Hacía ya bastante tiempo que no veía a ese bastardo. Supe que terminó en la cárcel por asesinar a una mujer en su propia casa.

Aunque, era extraño. Justo por la mañana lo había visto en el periódico, éste decía que Alex se había sometido a un extraño tratamiento y ahora sería un hombre nuevo y libre.

Y si era libre, ¿por qué no estaba con su familia festejando? No cualquiera se deshace tan fácilmente de catorce años de condena.

En vez de eso, estaba solo en la lluvia y malherido.

—¿DeLarge? ¿Alexander DeLarge?

Pregunté, y, por la expresión que se formó en su rostro al escucharme, pareciera que también me había reconocido.

—¿Alice? ¡Oh, mi amada! ¡Cuánto tiempo sin videarnos!

¿Amada? ¿Después de tanto dolor me llamaba así?

Seguramente deben estar preguntándose como es que conozco a Alex. Pues bien, se los diré.

Conocí a ese malnacido hace aproximadamente tres años. Ambos estudiábamos en la misma escuela y en el mismo salón.

Yo era una chica común y corriente. Ya saben, cabello castaño y ojos verdes, no tenía nada en particular que resaltara. Ni siquiera en mi comportamiento. Tenía calificaciones normales: ni bajas ni altas; un promedio de ocho quizás. Muy raramente salía de fiesta, pero tenía un extenso grupo de amigos. Era una mezcla entre popular-nerd, lo cual no me hacía especial, sino...común.

As Queer As a Clockwork Orange (One-Shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora