Junto a mi ángel.

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Estaba sentado, esperando en una banca. Miraba a su alrededor en busca de la única persona que podía alegrar aquel día. Todos sus familiares estaban felices menos él. Era un día hermoso y las olas de la playa relajadas, sin embargo él buscaba ansioso entre todos los invitados  aquella persona que levantaría  su ánimo. Entonces escucho su risa, venía desde el patio de atrás, seguramente se abría acercado a la playa. Comenzó a caminar para poder verla, llego hasta la playa, miro las olas y ese azul profundo que siempre le gusto.

De pronto sintió un dolor horrible, miro hacia abajo y ahí se encontraba el miserable cangrejo que había cerrado una de sus tenazas entorno a su dedo. Se sentó en la arena sin importarle que estuviera húmeda, tratando de contener las lágrimas de dolor que amenazaban con salir de sus ojos. Se giro a la izquierda al oír aquella risa y se quedo pasmado. Era lo más lindo que había visto nunca. Tenía los ojos del color del mar, sus rizos preciosos como el sol se movían con la brisa, y llevaba un vestido blanco.  Seguro era un ángel, no podía ser otra cosa, pensaba mientras la miraba en busca de las alas. Entonces se dio cuenta el ángel se burlaba de él, bajo la vista algo avergonzado pero más bien triste. ¿Por qué  un ángel venia a burlarse de él?

La niña lo miro mientras él bajaba la cabeza y luego se dio cuenta de que el pequeño se puso triste, no debería haberse reído, pero fue demasiado chistoso ver como el cangrejo le pico el dedo. Se sentó a su lado en la arena decidida a disculparse.

-¿Te duele?- pregunto la pequeña.

El no levanto la cabeza y miro el dedo de su pie que estaba rojo.

-No mucho- mintió.

La niña puso su mano encima de la mano del pequeño, que reposaba en la arena. Él la miro a los ojos.

-Perdón- pidió la pequeña, triste por él.

Él miro otra vez el suelo, el ángel se ha puesto triste, pensó. De pronto la niña dio un brinco y se paró a su lado. El miro la mano, donde antes estuvo la de ella. La pequeña niña lo miro y le tendió su mano.

-Soy juliana, ¿quieres jugar con migo?-dijo con una gran sonrisa.

Él la miro, olvido el dolor que sentía y esbozo una ancha sonrisa. Tomo la mano de la pequeña y se levanto. La miro a los ojos y lo supo, era su ángel, no podía ser de otra manera. De pronto ella soltó sus manos, sin dejar de sonreír y con un brillo travieso en los ojos comenzó a correr.

-¡atrápame!- grito mientras corría por la orilla de la playa riendo.

Él la siguió, intentando alcanzarla…y siempre fue así. Dedico su vida a estar junto a juliana.

-hola abuelito- dijo la pequeña, sacándolo de golpe de los recuerdos de su mente. La miro y sonrió.

-Pero si no es mi nieta favorita-

Ella carcajeo, mirando tiernamente a su abuelo.

-¡Feliz cumpleaños!- grito, lanzándose a abrazarlo.

-Gracias linda- suspiro mientras la pequeña se alejaba a jugar con sus amigos. Continúo con su lento recorrido por la playa, mirando las olas.

Noventa y siete años es demasiado, se dijo a sí mismo. Nunca le gustaron mucho las fiestas, solo le gustaba el pastel de ellas, pero su hija había salido igual que su amada  Juliana y le encetaban. Por eso tuvo que soportar aquella fiesta de cumpleaños, otra más sin ella…pensó, sin embargo cuando pido el deseo antes de soplar las velas, solo quiso verla a ella. Ese siempre es y será su único deseo, desde que lo dejo. Él siempre pensó que ella no estaría con él mucho tiempo, pero no fue así.

-Juliana…- dijo casi en un susurro.

 Estuvieron juntos toda la vida…de ella, que por desgracia resulto más corta que la de él.

-¿Cuánto tiempo más tengo que esperarte?- dijo un poco mas fuerte mientras se acercaba a una roca para sentarse a descansar. De pronto se sintió tan viejo como si ya hubiese pasado los mil años esperando, aunque solo fueran catorce los que llevaba sin ella.

-No-dijo como si no estuviera hablando solo, mientras se sentaba en una roca- son veinticinco  años sin ti cariño. ¿Acaso no cuentas los Ocho años de mi vida antes de conocerte?-

No hubo respuesta alguna, solo el sonido de las olas chocando con las rocas y sintió como se le estrujaba el corazón una vez más a causa del vacío.

Sintió las lágrimas corriendo por sus mejillas, ya se había acostumbrado a ellas, desde que Juliana murió parecía que no las podía controlar.

Escucho a lo lejos la risa de su nieta, era inconfundible para él. Miro,  a lo lejos estaba ella jugando como siempre, riendo, mientras sus rizos se movían con el viento. Suspiro otra vez.

-Es igual a ti Juliana-dijo volviendo a mirar hacia el mar porque ella estaba allí, sus  cenizas fueron derramadas en el mar como Pidió  en uno de sus últimos deseos. Ella siempre amo el mar, es por ese motivo que él le construyo una casa cerca de la playa. –Mira el patio trasero amor, tienes la playa para ti-le decía mientras ella corría en esa dirección.

Dios cuanto más tengo que esperar, pensó. Intentando no creer que mucho tiempo. Cuando ella partió él estuvo seguro de que partiría pronto.  Eso no ocurrió y los años pasaron, mientras él esperaba a que el momento llegase. Cuando su única hija se caso pensó que moriría pues ya había cumplido como padre. La dejo en el altar y se fue a su asiento, cuando los declararon marido y mujer, no pudo evitar mirar a su lado, pero juliana no estaba allí…ya no estaría jamás,  no se podía acostumbrar y dejar de esperar que estuviera a su lado, con esa sonrisa hermosa que siempre tenía. Lloro amargamente aquel día, haciendo creer a su hija que era producto de la emoción. Lo mismo pasó cuando nació su nieta, su corazón se lleno de alegría en un principio pero no duro mucho porque juliana no estaba con él para compartirla. Otro año más sin ella, pensó. Eso era lo que significaba su cumpleaños, y no entendía porque el destino era tan cruel para mantenerlo en la tierra, que se parecía más al infierno desde que ella no estaba. Otra vez sintió la opresión del vacío en su corazón, las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas y sentía que le costaba respirar. Miro sus manos, llenas de arrugas como queriéndole decir que aunque estaba viejo aun le quedaba mucho por vivir y eso le aterraba.

-…ya no puedo esperar juliana…- dijo en quejido.

Levanto la vista para mirar el mar e intentar calmarse, siempre le funcionaba porque era del mismo color que los ojos de juliana, era como mirarla a ella, sus latidos del corazón comenzaron a disminuir la intensidad, respiraba más despacio concentrado en el azul del mar. Aun sentía dolor en el corazón pero dejo de sentirlo, dejo de sentir todo a su alrededor en cuanto vio otra vez esos hermosos ojos, los ojos de su amada juliana y supo que no se volverían a separar jamás…

                                                                                                                   Fin.

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