La botella de lágrimas

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Cuando era una quinceañera, empecé a salir con mi hermana a fiestas, con sus amigos mayores. De vez en cuando, en las reuniones, hacíamos juegos de bebida. "Yo, nunca, nunca, he besado a un chico" y de inmediato todas las chicas debíamos beber un trago. Papá: yo, nunca, nunca, he negado la realidad. Yo, nunca, nunca, he perdido el autocontrol. Yo, nunca, nunca, he abandonado mi existencia.

Mientras mi madre se ocupaba de lo que quedaba de mí, debido a la indisposición de mi padre, él se encontraba en el sillón de la casa junto con dos botellas, una de las cuales ya estaba vacía.

Me sentía extraña, descansada pero más pesada de lo normal, como si me fuese imposible mover mi propio cuerpo. Mi mente divagaba, por un mundo que no existía. Estaba extrañamente confundida, no entendía que había a mi alrededor, no sabía que ocurría en realidad, estaba desorientada pero gozosa.

Mi padre empezó a reírse y pasar las manos por su rostro, como si no pudiese ver más lo que tanta gracia le hacía. Pero no era nada, no tenía idea de por qué se reía. De repente una tristeza transformó la risa en gemido. Me sentía estúpida e inútil, nada de lo que hubiese hecho serviría de nada, para nadie. ¿Para qué existía?. Mi padre, lleno de lágrimas y atontado, intentaba decir algo pero ni siquiera podía gesticular bien.

Sentía lástima por él. Pero... ¿acaso esa emoción venía de mí o de mi padre?

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