La escuché murmurar mi nombre en susurros mientras dormía. También decía otras palabras pero no llegué a reconocerlas. Sólo comprendía mi nombre.
—Peeta— susurró, y se removió en la cama junto a mí. Había pensado varias veces en despertarla sólo por el hecho de que no paraba de moverse, y en cualquier momento terminaría tirándome fuera de la cama. Pero... no lo había hecho. Me causaba ternura verla junto a mí, murmurando mi nombre. La luz de la luna ingresaba a la habitación por la ventana abierta y le iluminaba el cabello de forma que parecía más joven, más inocente. Más hermosa. Pero, me decía a mi mismo, era imposible que fuera aún más hermosa de lo que ya era.
—Peeta—murmuró otra vez; y la voz se le quebró. Ésa vez me senté en la cama y sacudí su hombro, no consiguiendo traerla de vuelta desde el mundo de los sueños—. Lo siento— balbuceó.
¿Sentir qué?, me pregunté a mí mismo mientras me acercaba más a ella, sacudiendo su hombro con más fuerza. Esta vez pareció reaccionar ya que se volvió en dirección a mí y bostezó, aún no abriendo los ojos.
—¿Qué sucedió?—preguntó a media voz y a continuación abrió los ojos, dejándome admirar el maravilloso color de ellos. Lentamente se sentó un poco, apoyando su espalda contra el cabezal de la cama. Hice lo mismo cuando con una sola mano ella se acomodó el camisón de seda y con la otra se acomodaba el cabello, que le caía en mechones alborotados, despeinados sobre los hombros.
—No parabas de moverte— dije, honestamente, y conseguí sacarle una de sus hermosas sonrisas al decirle esto—. Y... hablabas.
Tomó aire antes de volver a hablar; y desde ése momento supe que algo iba mal.
—¿Qu-qué decía, Peeta?—me observó fijamente mientras yo le comentaba lo que había dicho. Palideció un poco al oírme y luego esbozó una pequeña sonrisa, una de sus sonrisas perfectas que siempre conseguían calmarme cuando estaba nervioso o asustado, luego de una pesadilla.
—¿Ahora puedes explicarme por qué decías "lo siento"?— susurré y la observé mientras ella volvía a recostarse en la cama, esta vez apoyando su cabeza en mi regazo, permitiéndome así acariciar su perfecto cabello despeinado. Básicamente estaba muriendo por los nervios que me atacaban. ¿Lo siento?
—Lo siento. Olvidé decirte algo— arqueé una ceja, sólo con ese simple gesto lo decía todo. "¿Qué olvidaste, Katniss? No tengas miedo, sabes que puedes decirme lo que sea, estamos casados"— Siempre has querido hijos, ¿recuerdas?
Esas simples palabras fueron capaces de detener mi corazón de un segundo a otro. Noté que palidecí, porque inmediatamente Katniss se sentó, acto seguido puso su mano en mis mejillas y besó mi frente, ese gesto cariñoso para ver si estaba bien, como siempre lo hacía.
—No, Peeta. Calma. No es lo que estás pensando. Es sólo que... Hace tiempo has dejado de insistir con el tema de tener hijos y eso... me preocupó un poco.— supe que en mi cara se veía clara, como si la tuviera tatuado en la frente, la pregunta "¿por qué?"—. Pensé que habías dejado de insistir porque... ya no querías hijos.
—Katniss Everdeen de Mellark, ¿cómo se te ocurre pensar eso? Siempre los he querido, y siempre los querré. Sólo he dejado de insistirte porque... Ya sabes, no quiero presionarte. Quiero que tu tomes la decisión, que estés segura de eso...
Me cortó con un suave beso en los labios, el cual correspondí, y unos segundos luego ella se apartó y besó la punta de mi nariz, logrando que me sonrojara hasta las orejas.
—Dejé de tomar las pastillas y...— susurró, tomando mis manos para dejarlas en su vientre (que estaba un poco hinchado. Mierda, ¿cómo no lo había notado antes)— estoy embrazada.
* * *
Abrí los ojos lentamente, intentando salir de una oscuridad que parecía casi eterna y me alejaba de Katniss. La oí varias veces murmurando mi nombre, su voz estaba levemente teñida de temor y preocupación. Alcé la vista en dirección a ella, y descubrí que su rostro se encontraba tan sólo a centímetros del mío, sus manos estaban en mis hombros mientras ella yacía de rodillas junto a mí en la cama.
Lo único que hice fue alzar mis manos nuevamente y apoyarlas en su hinchado estómago, para luego preguntar:
—¿A-ahí dentro? ¿Mi hijo?
—Hija, Peeta— susurró ella y me sonrió con una de sus perfectas sonrisas tranquilizadoras. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras me acerqué más a ella y apoyé mi rostro contra su estómago, sonriendo como idiota.
—¿Me oyes, princesa?— murmuré y Katniss comenzó a reír, sus ojos llenos de lágrimas de felicidad también—. Soy... Papi. Espero que seas como tu madre, princesa... Porque ella es hermosa.
Observé cómo Katniss se sonrojó y le sonreí. Ella soltó un suspiro y negó con la cabeza.
—No soy hermosa— protestó.
—Claro que sí lo eres. Hermosa. Hermosa, jamás te mentiría, eres la mujer más hermosa que existe— velozmente me senté, haciendo caso omiso al dolor de cabeza agudo y la abracé con todas mis fuerzas, ocultando mi rostro en su despeinado cabello.
—Peeta. Deja de llorar— dijo seriamente y yo la miré, arqueando una ceja. Me palpé el rostro con una mano lentamente y noté que era un río de lágrimas. Me sonrojé y le sonreí, secándolas con mi camiseta.
—¿Katniss?— pregunté y ella tomó mi mano, dejándola en su vientre nuevamente— Llora. Sé que quieres hacerlo. No esperes a estar sola, o a que yo me duerma. Llora.
Entonces su rostro se inundó de lágrimas mientras la rodeé con sus brazos, acariciándole el cabello para tranquilizarla. Hundió su cara en mi pecho y comenzó a llorar más. Aunque se me partía el corazón al oír su llanto, mi mente decía que era por la felicidad. Pero, de todos modos, no me gustaba verla llorar.
—¿Cuántos meses llevas...?
—Cuatro y medio— alzó el rostro de su "seguro escondite", así ella lo llamaba, cuando tenía pesadillas lo primero que hacía era refugiarse allí. Me dediqué a secar sus lágrimas mientras ella me sonreía, cantando en voz baja la canción del valle.
—¿Vas a cantársela a nuestra preciosa hija, cierto?— pregunté y ella besó la punta de mi nariz, sonrojándose.
—Siempre, Peeta. Siempre.