— Adiós, bebé. –murmuró ella con una sonrisa- Cuídate mucho y cuidado con los desconocidos.
— Mamá... -dije en tono de advertencia- Ya sabes que no soy un niño.
— Y tú sabes que siempre serás mi bebé... -me revolvió mi rubio cabello, seguido a eso me dio un sonoro beso en la mejilla y otro en la frente- Cuídate.
Cogió sus cosas que estaban en el sillón y me dio una última sonrisa antes de salir del departamento.
A mi madre y a mi nos gustaba asomarnos por el balcón del décimo octavo piso del edificio "102", blanco y gris. Me encantaba vivir aquí, sin escuchar ruido del tránsito ni viejas locas como vecinas gritando siempre –como solía ocurrir en mi antigua casa-.
Lo único malo de acá era el ascensor. Con mi madre siempre subíamos por el ascensor de emergencia, el que justo quedaba más lejos en pasillos desde mi departamento, porque los tres originales o marcaban mal o se les iba la luz. Y eso era algo que mis vecinos solían reclamar siempre al conserge, quien solo se encogía de hombros con las mismas cinco palabras:
— Yo no tengo la culpa.
Me acosté en la cama de mi habitación, encendí mi notebook y en una página de incógnito (por si las moscas), puse una página que los jóvenes de menos de dieciocho años no deberían ver y finalmente me coloqué unos cascos.
Las paredes también escuchan.
Luego de unos minutos comencé a sentir calor, mi mano fue a parar a mi entrepierna en donde di un apreton antes de un fuerte suspiro. Me acomodé mejor y decidí que mi mano tendría que entrar en mis pantalones y, sobre todo, en mi bóxer.
Tragué saliva sonoramente y con algo de brusquedad comencé a tocarme con una de mis manos.
Justo en ese momento sentí mi celular vibrar en mi velador. Suspiré varias veces antes de tomarlo y colgarlo.
— ¿Mamá?
— Niall, bebé, se me quedó una bolsa en el sofá ¿Me la puedes venir a dejar?
Gruñí.
— No reclames que no estás haciendo nada productivo –me regañó.
— ¿Qué sabes? –murmuré- Está bien, espérame que ya bajo.
— No es necesario que te apures, bebé.
Si que es necesario. Maldita sea.
Prácticamente corrí hacia el ascensor de emergencia, con un dolor horrible en mi entrepierna, cuando pasaron los minutos ya me despedía de nuevo de mi madre, ella se fue y yo corrí nuevamente hacia mi departamento.
Maldito ascensor de emergencia que queda lejos.
A la mierda, anda por el otro.
Corrí hacia el otro ascensor justo cuando un chico había apretado un botón. Respiré agitado afirmándome de una de las paredes.
En el piso noveno se subió otro chico. Me urgía llegar luego a mi departamento y seguir con mis pervertidas acciones. Ya no aguantaba.
Pero de repente el ascensor se detuvo de golpe, miré asustado a los otros dos chicos con el corazón en la garganta.
— Mierda. –murmuró uno de cabello castaño.
Recién me había fijado en él.
El castaño buscó algo en sus bolsillos y negó con la cabeza.