Abro los ojos y parpadeo tratando de adaptarme a la luz cegadora que entra por la ventana de mi habitación. Esa luz que para muchos es agradable y placentera y les hace sentir que todo está bien. Esa luz que por mas que intente conseguir se me escapa de las manos como gotas de agua. Esa luz que siempre está ahí recordándome que jamás llegará a mi. Esa misma luz que deseo desde que llegué al océano y que siempre me acompaña pero jamás ha sido mía.
La luz. Otro recordatorio de lo miserable y repugnante que es mi vida. Siempre está ahí arriba echandome en cara que es hermosa y todo lo bueno que les da a las personas que logran llegar a ella. Echandome en cara que jamás seré feliz y jamás seré iluminada, porque he sido consumida por la oscuridad. He sufrido traumas que han hecho que mi corazón deje de latir y apenas les permitieron a mis pulmones funcionar. Traumas que me han hecho hostil, fría, indiferente y sobretodo me han convertido en una infeliz. Pero lo peor de todo es que todo ese dolor acumulado me permitió sentir, sentir con tanta fuerza hasta que me exprima como una naranja. Puedo odiar con toda mi alma a una persona así como puedo quererla y eso es algo que me asusta, porque no importa cuantas barreras ponga alrededor de mí, mis sentimientos encontrarán la manera de salir y una vez que lo hagan, lo harán con tanta intensidad y con tanta fuerza que no los podré parar y me consumiran de dentro hacia fuera hasta que ya no quede nada en el océano salvo mi cuerpo frío y sin vida hundido en lo más profundo.
Pero, a pesar de que la luz sea una de las principales razones por las que me odio, odio a los demás, odio a la vida misma y al imbécil que me dejó atrapada en mis propias penas y lamentos, la deseo, aunque se que jamás la tendré, la deseo. Para poder aguantar los segundos que paso aquí sin rendirme y dejar que el agua inunde mis pulmones tengo que engañarme y mentirme a mí misma con la esperanza de que esos finos rayos de sol puedan algún día traspasar las espesas nubes y así lleguen hasta mi corazón. Creo que engañarme con falsas esperanzas es la unica forma de salvar mi alma de un horrible final que se que es inevitable.
Me estiro y me dirijo al baño. Me doy una ducha, lavo mis dientes, seco mi cabello y me hago un moño desarreglado. Cuando salgo me pongo un sueter que me llega un poco mas abajo de la cadera y unos shorts de estar en casa. Me dirijo a la cocina, me preparo un sandwich y un vaso de leche y me siento en el sofá mirando la pared. Devoro el sandwich en un par de minutos y luego tomo el vaso entre mis manos.
Justo antes de que el cristal llegue a tocar mis labios sedientos, el timbre suena y me quedo paralizada al igual que la leche que estaba a punto de entrar en mi boca. Me quedo unos minutos en silencio intentando escuchar si hay alguien afuera y esperando que toquen otra vez, pero no lo hacen. Creo que ya estoy en el borde del abismo de la locura y estoy a punto de caer. Al fin toda la mierda que me rodea ha hecho que se rompan todos los hilos que me mantienen cuerda y empiezo a escuchar e imaginarme cosas que jamás pasarán. Me levanto sientiéndome mas horrible por dentro de lo normal y me dirijo a la cocina, en uno de los cajones busco un frasco de píldoras y me bebo dos. Vuelvo a la sala tomandome el ultimo trago de leche pero me detengo en seco cuando escucho que vuelven a tocar.
Aún no me he vuelto loca.
No entiendo que rayos hacen tocando mi puerta un sábado por la mañana. No es ninguno de mis vecinos porque en los seis meses que llevo viviendo aquí ellos nunca me han dirigido la palabra ni yo a ellos y no creo que ahora quieran venir con un pastel a darme la bienvenida, no es Pedro porque el no tiene que hablar conmigo de nada, no tiene que obsequiarme nada, ni entregarme nada, ni mandarme a decir nada, nosotros solo intercambiamos una que otra palabra porque yo lo decido y porque me parece una buena persona, además, el no se atrevería a visitarme porque me tiene miedo, como todos los demás. No es nadie del trabajo porque nunca hablo con mis compañeros a menos que sea sobre atender una orden o lavar los platos y no es nadie de la universidad porque ahí soy prácticamente invisible y no he hablado con nadie de ahí, exceptuando a los maestros y el director.
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Trata De respirar
Novela JuvenilElena es una chica de 19 años que ha sufrido demasiado en el pasado y se podría decir que jamás ha sido feliz. Cuando tiene la oportunidad, se escapa y emprende un nuevo camino hacia una nueva vida en la que cree que podrá avanzar y ser feliz, pero...