La dueña del restaurante recibió una llamada. Otra reserva para la noche. El comedor estaba completamente reservado, lleno. 'Será una noche dura, pero recompensada.', pensó. ¿Que por qué? Pues... porque la gente que le acababa de llamar dijo que pagaría 70€/Persona. Llegó la noche. Había luna llena. Por lo tanto, la reserva que he mencionado antes, decidió cenar en la terraza, a la luz del hermoso satélite de la Tierra. Pidieron y esperaron. La mesa estaba compuesta por ocho personas. La mitad hombres, la otra mitad, mujeres.
-¡Siempre haces lo mismo! ¡Eres un desgraciado! -un hombre, de 21 años, molesto por un comentario del que había insultado, le alteró. Su nombre era Mark, un importante empresario.
-¿Disculpa? ¿A caso quieres que salga a la luz aquello...? -le respondió el insultado, de la misma edad que el otro. Se llamaba Paul.
Mark calló y se sentó. Este no habló en toda la cena, tan solo -si le preguntaban algo- con monosílabos. Acabaron la cena y Mark fue al baño. Pasó allí diez minutos.
-Chicos, vuelvo ahora. -Paul se dirigió a los servicios. Al levantarse, llegó Mark.
-Te acompaño. -dijo John, amigo de Paul. Los dos caballeros permanecieron tres minutos en el servicio.
-¡Ayuda! ¡Paul, está muerto! -John era presa del pánico. Todos los amigos fueron hasta el baño.
Allí vieron a Paul con cara de angustia -claramente muerto por veneno
-¿Qué ha pasado? -preguntó la dueña del local.- ¡Oh! Llamaré a la policía. Qué desgracia...
-¡Tú eres el asesino!- la novia de Paul acusó a John.
-No. Él no ha sido. -dijo un hombre, que tenía poco más que diez y ocho años.
-¿Y tú quién eres para decirlo? -dijo, de nuevo, la novia, llorando.
-Soy detective. Llámenme Simon Mckenzie.