La historia transcurre en un futuro remoto en el que, posterior a una devastadora guerra que destruyo la Tierra causada por el descubrimiento de un nuevo planeta poseedor de un mineral que supondría la solución a los problemas energéticos de la Tier...
Sus ojos se abrieron con morosidad, entretanto su nariz percibía un fuerte heder a metal enmohecido y unobtainium. Gruño aturullado. Su testa palpitaba de aflicción mientras unas desmesuradas arcadas asaltaban su abdomen. Yacía recostado en una ceñida cama de tubos metálicos oxidados y resortes emergidos de entre el rancio algodón mohoso del jergón. Al abrir sus ojos íntegramente, lo primero que precisó con perspicuidad fue una pintoresca mascara de gato negro. Con pequeños y delgados bigotes eminentes, fanales atigrados refulgentes como ojos fulgurantes y orejas lanudas puntiagudas. Su complexión aun la sentía estática, pero su mente, osada y tenaz, permanecía más atenta que nunca. Tan solo con sus semblantes a centímetros de distancia, pudo captar aferrado el peso del gato humanoide sobre su cuerpo. Un peso ligero pero estorboso, que trazaba una clara línea entre el delirio y la razón del Capitán. Le escucho ronronear mientras torcía su cabeza a un lado observándolo detalladamente con huroneo, pero el hombre comprendía que era su misma curiosidad más grande que cualquiera en la habitación.
– Parece que ya ha despertado –maulló con voz infantil– ¿Puedes escucharme? –pregunto aproximando su rostro aún más a él– Creo que aún no escucha bien.
– Ya lo hará. –anuncio otra voz en la habitación
El hombre recordó aquella voz muy bien, pues fue la última voz que escucho antes del colapso. Una voz apática y rozagante. Era la dama del cementerio, la jardinera de los muertos. Intento rotar su cabeza al curso originario del sonido, pero está aún no se movía a su voluntad.
– Esto es muy seductor. Nos divertiremos mucho juntos ¿No lo cree, capitán Hopper? –aseguro placentero
– ¿Quién –susurro con un hilo de voz apenas audible–... ¿Quién eres?
– ¿Tan rápido te has olvidado de mí?
Tomo la máscara entre sus manos y en un vaporoso desplazamiento la retiro de su rostro, exhibiendo su empírico e impactante aspecto. Los ojos de Alexander se abrieron de par en par al ver el angelical, pero al mismo tiempo perturbador rostro del niño Proxy frente a él. Aquel niño que tantos desasosiegos y titubeos le había engendrado. Con ojos dorados cual oro, contemplándolo fijamente a menguada distancia, y una gran sonrisa sombría que ostentase la risa de la muerte.
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Alarmado intento moverse para apartar el peso sobre él, pero sus intentos fueron en vano, pues su propio organismo aun no respondía a sus órdenes. El niño soltó una fuerte carcajada divertida al notar los tanteos del Capitán por zafarse de él, a sabiendas que era tan patético como inútil.
– ¿Qué ocurre Capitán? ¿Por qué tan nervioso? ¿Acaso aún no me recuerda? –cuestiono acercándose a él aún más– Tal vez debería... sentirme más cerca.
Tan cerca que ni la misma brisa gélida de la noche podía pasar entre sus semblantes, el niño saco su acuosa y pequeña lengua. Y en un sutil y lento movimiento lamió el mentón descubierto del Capitán. Una electrizante descarga de sentimientos se liberó por todo su cuerpo. La humedad y suavidad de la lengua del niño le hicieron estremecer.