XXIV

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Estaban a punto de entrar en las duchas. A Guillermo parecía que le fuera a estallar el corazón, de lo nervioso que estaba. Más que nervioso, aterrado.

Sus pasos avanzaban con lentitud tras los de Samuel, que iba justo delante de él.

El mayor sonreía en mayor profundidad, a medida se acercaba a los grifos de las duchas.

El castaño se giró para mirar al chico, quién se detuvo frente a él, intentando evitar mantener el contacto visual.

Los demás presos entraban y salían de las duchas, mientras estos dos permanecían quietos.

—Esperaremos aquí. —dijo el de mayor edad. Y el contrario creyó que sólo esperarían a que llegasen los otros dos, que no tardaron nada en aparecer.

—Hola, Samu —habló Tomás—. Me he encontrado ahí fuera con Percy —Le dio un par de golpecitos amables a su amigo en el hombro, y volvió a dirigirse a él—. ¿Cuánto tienes pensado esperar?

La sonrisa se intensificó en el rostro de Samuel.

[...]

Por lo visto, todo lo que iba a suceder a continuación estaba planeado.

De Luque había hablado con unos tipos que no se llegarían a chivar en la vida, y que además agradecían poder ver cómo abusarían de un novato. Uno de esos que se creen que podrían sobrevivir fácilmente en aquel lugar.

Estos hombres se lo habían comunicado a otros, y esos, a su vez, a otros, alcanzando un número de cincuenta y cinco.

Gracias a aquel impresionante número, podían compartir el mismo espacio con personas que no se fuesen a ir de la lengua con los jefes.

Un hombre de pelos y piel morena se acercó a Samuel para decirle algo.

—Samu —lo nombró, al mismo tiempo se quitaba la camisa, dejando ver su gran tatuaje en la espalda—, ya los que quedamos somos todos nosotros. —El contrario asintió sonriente.

—Podemos empezar. —Se hizo a un lado, desviando la mirada a Guillermo, animándolo a ir el primero. Este no estaba muy seguro de ello, pero no se quejó al respecto.

Detrás iba el ahora dueño del chico, seguido por Tomás y Percy. Después de estos dos, los acompañaban los demás hombretones. La mayoría de ellos estaban en muy buena forma, podías notarlo a simple vista, ya que poseían enormes músculos marcados, los demás eran violadores con cuerpos flacuchos o simples desesperados que se conformaban con ver escenas cachondas y luego así poder cascárselas en sus respectivas celdas.

Los tres amigos se dirigieron bajo uno de los grifos. Uno de los cuales se situaba en una de las esquinas. Eran los más escondidos, por si algo se torcía, podrían disimular perfectamente la situación.

Todos allí estaban completamente desnudos, menos los cuatro de la esquina, que sólo se habían quitado la prenda de arriba.

La espalda de Willy fue golpeada contra la pared por De Luque, quién no había tenido la intención de hacerle daño, sino de imponer autoridad. Él era quién mandaba.

—Creo que no tenías ni idea al proponerme 'hacerte lo que quiera' —le dijo sin despegar la mano de su hombro—. Hay muchísimas cosas que podría hacerte...

Él no sabía si es que creían que él era tonto o qué. Claro que era consciente de lo que en aquel momento había dicho. Cualquier cosa podría pasar, pero lo único que quería era no morir a mano de ninguno de ellos tres, por eso le había propuesto aquel trato. Aunque, evidentemente, seguía sin estar del todo seguro. No quería que esos bastardos tuvieran el poder suficiente como para tenerlo en esa situación tan humillante.

El inglés de acercó más al cuerpo del chico, y llevó una de sus manos hasta su abdomen, recorriéndolo de arriba a abajo. Acariciando su piel con serenidad, bajo la horrorizada mirada de Díaz.

Los azules ojos del británico  centellearon.

—Tienes una piel muy suave, novato. ¿Papá y mamá te compraban cremosa para el cuerpo?

Tomás rió y apartó un poco a su amigo. Quería ver más de cerca.

Samuel se pegó al cuerpo del chaval, sin desviar la vista de aquellos ojos asustados.

—Vas a hacernos un gran favor —dijo. Y lo hizo caer de rodillas al suelo. Se bajó los pantalones y la ropa interior, dejando al chico con la boca abierta—. Y creo que acabas de comprender cuál es.

El castaño alzó ambas cejas, dando a entender que a qué esperaba.

—¿Qué...? ¿Yo...?

—No te hagas el tonto y empieza de una vez.

El rostro furioso del hombre que tenía frente a él lo inhabilitó para quejarse, animándolo a hacer lo que él quisiera para acabar con aquello cuanto antes, pero las miradas obscenas de los hombres de su alrededor lo ponían aún más nervioso.

¿Por qué tenía que pasar todo de aquella forma? ¿Por qué tenía que haber tanta gente presenciando aquello?

Porque mataste... Porque fuiste una mala persona, y ahora el karma se la está cobrando. Y esa era la realidad. Se lo merecía, y en el fondo lo sabía.

Sin pensárselo más, miró al frente, encontrándose con el miembro del castaño, lo sujetó con su mano derecha y, después de mirar a aquel hombre a los ojos, se lo metió en la boca.

Tomás los miraban a ambos sin perderse un sólo movimiento, al igual que Percy a quién no se le borraba aquel brillo en los ojos.

El resto de allí, miraban mientras el agua les caía por sus cuerpos desnudos, que tan sensibles se volvieron con aquella imagen.

Guillermo cerró los ojos, para no pensar en todas las personas que habían allí, mirándolo. Haciéndolo sentir débil y patético. Odiaba aquella sensación que recorría por todo su cuerpo. Odiaba a aquellos hombres, con los que había tenido la mala suerte de cruzarse... Pero al menos, si cerraba los ojos... Disminuiría todo eso que sentía...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora