La senda del tiempo

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Acostado sobre aquel tronco caído, mirando el cielo estrellado, era difícil no sentir el peso de la soledad. La noche era magnífica. El aire estaba ligeramente húmedo, propio de la vegetación que me rodeaba. El bosque parecía entonar su propia música, como una nana tranquila. Rara vez teníamos la suerte de ver un cielo tan plagado de estrellas, tan brillantes, sin que las nubes se entrometieran en el camino. Era un espectáculo para compartir, en silencio, sí, pero para compartir. Sin embargo, allí estaba yo, completamente solo. Lo peor es que no preveía ninguna oportunidad de que eso cambiara. Después de la pelea que había tenido con mi padre, ni siquiera el me buscaría. Al menos hasta que empezara a temer seriamente que algún dragón me había cazado. Suspiré pesadamente.

Isla Mema se encontraba doce días al norte de desesperación y, en momentos como aquellos, solo podía pensar que toda la angustia de la isla había ido a parar a mis hombros. Mis enclenques y escualidos hombros. Me encontraba aturdido y solo. Una parte de mí, toda la vorágine de sentimientos y pensamientos que me nublaban el pensamiento, parecía buscar con desesperación un hueco por el que salir, pero parecía imposible. Todas las salidas estaban cerradas. Sentía ganas de llorar, pero debido al peso de la costumbre, a obligarme a mí mismo a restringir mis sentimientos para aparentar algo que no era y fingir que la opinión del resto no me importaba, mis ojos estaban demasiado cansados para derramar siquiera una lágrima. Mi garganta también estaba cerrada a cal y canto. No podía gritar nada contra todas aquellas montañas de desesperación que me enturbiaban el juicio. Tampoco podía golpear nada. Mis débiles brazos se partirían antes de lograr hacerle el mínimo arañazo a cualquiera de las criaturas de aquel bosque, incluido el muerto árbol sobre el que me encontraba.

Quizás me estaba volviendo loco, pero según mi melancolía aumentaba, la vida a mi alrededor parecía haber ido perdiendo color. El cielo que tan fascinante me parecía parecía estar perdiendo su esplendor. El árbol muerto parecía estar, lentamente, absorviéndome hacia él. Llevándome con él y alejándome de aquella tierra del dolor.

En medio de toda esa bruma que envolvía mi mente, solo podía estar seguro de que añoraba algo. Algo que haría que todo recuperara su brillo, su color y su perfume, su vida. Se que algo hecho en falta, no sé si será el amor.

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