31 de marzo 2016

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Holaaa! Gracias por seguir leyendo. Espero que este capítulo les guste. 🦄 Recuerden dejarme sus impresiones en los comentarios y una estreshita! (:

Mañana se cumplen tres semanas desde mi llegada a Estocolmo. La mansión de Tim no es menos impresionante que la de Los Ángeles. Realmente es un desperdicio de espacio. Fuera de Alessandro, Tim, yo y tres personas que hacen la comida y la limpieza nadie más habita la casa. Por las noches el viento hace sonidos bastante lúgubres y tenebrosos al rebotar en las esquinas vacías. Afuera hay un vasto bosque al cual vamos a correr cada mañana justo antes de que amanezca, pero al cual no me agrada asomarme cuando el sol se mete ya que resulta imposible ver nada más allá de los primeros árboles.

Aterrador...

No obstante, fuera de esos detalles insignificantes la vida aquí es bastante agradable. No es que sea amena, ni mucho menos, pero es tranquila. No hay bullicio como el de Los Ángeles y el aire es fresco. Hacía casi un siglo que no pisaba Suecia y ha resultado más encantador de lo que hubiese esperado.

En cuanto al trabajo, hemos empezado desde el primer día. Alessandro me ha dado un revolver al llegar a casa y me ha indicado que cargue con él todo el tiempo para que me acostumbre. La rutina es la misma todos los días, sin cabida a descanso, ni siquiera los fines de semana. A las cinco en punto suena mi alarma y a las cinco y media debo de estar lista afuera para estirar las articulaciones y posteriormente correr siete kilómetros en un sendero del bosque rodeado de altos pinos. 

A las siete estamos de vuelta en casa para desayunar. Después, de las ocho hasta el mediodía salimos Alessandro y yo a practicar tiro en el jardín de atrás. La verdad es que no se me dificulta dar en los blancos y mis brazos han adquirido mucha fuerza en estos días. Por su parte, Tim desaparece siempre durante estas horas y regresa hasta la hora de la comida que es de dos a tres. Honestamente Tim Bergling me resulta un personaje muy misterioso. Es gentil, eso es un hecho. Siempre está al pendiente de cualquier necesidad que tenga y también muestra interés por mi sentir. 

Por las tardes tenemos sesiones de cuatro horas de combate cuerpo a cuerpo y fortalecimiento físico en el gimnasio. Posteriormente, Tim y yo tomamos la merienda mientras el sol se pone. Es en estos ratos que podemos conversar. Casi siempre nuestras pláticas comienzan cuando él me pregunta cómo me la estoy pasando, si no echo mucho de menos Los Ángeles o si me hace falta algo (lo que sea). Suelo decirle que estoy muy bien y de este modo tratamos de seguir para no hundirnos en incómodos silencios. De vez en cuando acabo contándole alguna que otra anécdota de mi vida que por lo general le saca alguna risa, sin embargo es excepcional que él llegue a mencionar cualquier cosa de la suya. Tampoco lo presiono. No creo que quiera ser mi amigo. Mi estancia en esta casa es un mero contrato, o por lo menos así lo veo. Además, Tim es un individuo muy serio y me da la impresión de ser alguien solitario (y que además se encuentra cómodo en esa soledad). Con los años he adquirido la habilidad de reconocer a personas como él con facilidad, es por eso que tampoco forzó la comunicación. Alessandro en cambio se hizo de mi confianza casi de inmediato, es perspicaz y muy bromista una vez que cruza la barrera de la primera conversación. Él no me tiene miramientos, me presiona para que de más de mi cada día sin llegar a ser fastidioso. Simplemente tiene el carácter de un buen líder cada que salimos al campo y, una vez que volvemos a casa, se transforma en un muchacho amigable y confiado.

Por las noches, antes de dormir siempre hablo con Anton y con Sophy. Les cuento cómo van las cosas y ellos me piden que tenga cuidado. Les prometo que así será y finalmente cuelgo para quedarme tumbada sobre la cama, mirando al techo, envuelta en un infinito silencio que sólo se quiebra cuando el viento sopla y hace crujir la madera.

Ha sido entonces cuando he vuelto a pensar en Martijn. Una y otra vez cada día más y más. No me he puesto límites como solía hacer. Más bien me he dejado llevar por completo. Así pues cada noche la he dedicado a desenterrar mis memorias favoritas con mucho esmero, sólo las mejores, las más felices. Estaban todas allí, bien conservadas e intactas en mi mente.

Quema las páginasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora