Eternidad

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Un día como otro cualquiera en su nueva vida. Solo ellos, en su nueva casa, de vuelta juntos, compañeros, amantes, novios, y... Ay, es que eran tantas cosas. Todas maravillosas, por supuesto.

La verdad es que les gustaba mucho esa vida. En Los Ángeles, también eran felices; pero no se sentían en casa, aun teniendo a Luzu y Lana con ellos. En Madrid, estaban sus familias; pero ellos tenían que tener más cuidado y estar en casas separadas. Aquí lo tenían todo, cuando vieron ese lugar sintieron que tenían que quedarse ahí.

Vegetta había llegado más tarde, en enero. Durante el tiempo en que estuvieron separados no paraban de enviarse mensajes y hablar por Skype, ya fuera para grabar o simplemente para escuchar el tono de voz del otro que tanto les gustaba. Se habían extrañado, hasta en ocasiones olvidaron cómo se sentía la piel del uno sobre la del otro, como se oían los gemidos en compás, como sus miradas se cruzaban con un destello intenso en ellas. Y lo hicieron, se añoraron como nunca antes lo habían hecho. Porque llevaban mucho tiempo esperando en esa mudanza.

Lo llevaban esperando, y por fin había llegado. Era perfecto, absolutamente.

"O eso es lo que debería pensar, ¿no? Entonces, ¿por qué siento que estoy peor que hace unos meses?", pensó Vegetta echado en la cama de su cuarto, recordando lo que sintió al abrir la puerta de esa casa con sus maletas mientras Willy le sonreía acercándose a él para luego fundirse con un abrazo y un apasionado beso de bienvenida.

Tenía que estar contento, eso era lo lógico después de tanto esperándolo. Sin embargo, desde que había llegado sentía que algo estaba yendo mal, muy mal. Cuando llegó allí dispuesto a poner fin a la soledad de su novio descubrió que en realidad no estaba tan solo. Guille había conocido a alguien, un chico, en uno de sus días recorriendo la ciudad. Se llamaba Daniel, o eso creía, en realidad no estaba muy seguro de su nombre pero tampoco le hacía mucha falta saberlo; no era importante. Eran amigos, eso quería pensar. Mas cuando los veía reír juntos, que ese chico dijera algo y que Willy se sonrojara, o el simple hecho de que sus miradas se cruzaran como las suyas hacían le causaba cierta molesta. Cierta no, demasiada.

Él era su novio, se suponía. Pero ahora Guillermo estaba mucho tiempo con ese muchacho, quedaban, charlaban por teléfono, ¡e incluso lo había traído más de una vez a casa para jugar a esos juegos a los que Samuel no quería! Era como si lo estuviera sustituyendo a pequeños pasos, pero era un sustitución al fin de al cabo y que fuera de apoco no hacía que doliera menos.

—Tsk —chasqueó la lengua mirando la hora—. A ver cuándo vuelven estos.

El más pequeño no estaba. Qué novedad, se había ido a hacer footing con Daniel. Él llevaba ya más de un año intentando convencerle, y nunca le había hecho caso, y este chico, en apenas un mes ya había hecho que saliera más de tres días de casa seguidos para practicar esa actividad tan sana.

"¿Por qué con él sí?", pensaba martilleándose la cabeza internamente, "¿Acaso te fías más de su palabra que de la mía? No es como si yo no te hubiese dicho lo mismo... Me duele la cabeza, y todo por ti. Siempre es por ti, todo lo que ronda mi mente. Ay, niño, ¿cuán loco me tienes?"

Y era verdad, siempre, por cada mínima cosa, a su mente le llegaban imágenes de su pareja. Era ya una rutina, su cabeza pensaba en él, su corazón se aceleraba, un calor agradable cubría su pecho, y sus ojos brillaban.

Escuchó risas entrar en la casa y frunció el ceño. Ya había llegado, y al parecer se lo pasaban demasiado bien.

Se levantó y se dirigió a donde provenían las voces. El menor se reía lleno de sudor, al igual que su compañero de ejercicio, quien estaba demasiado cerca del pequeño bajo el punto de vista de Samuel. Tosió de una forma un poco exagerada llamando la atención de ellos, que por lo visto no habían notado su presencia. "Oh, claro, con lo bien que se lo pasaban..."

Eternidad || WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora