37. 10 Cosas

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Ese lunes era el primer día de vacaciones, Severus Snape estaba en su casa. Solo porque así había decidido que fuera. Había dejado ir al amor, probablemente de su vida, el sábado anterior.

Abrió los ojos temprano, por instinto se levantó a aquella hora, tan acostumbrado, aunque un deseo poco usual de dormir para siempre lo invadía inevitablemente. Se puso de pie y miró el amanecer. Ese día era el día marcado por la partida de ella.

Audrey Svevo.

Tan altanera e impertinente, tan dulce e ingenua, y la había dejado ir. Se sentía parecido a un niño al que se le había escapado una cometa, sólo que más terrible. Mientras veía a Londres despertar, recordó sus ojos azules molestos el primer día que se vieron, sin sus gafas, él mirándola hacía abajo con arrogancia, ella reclamándole sin saber en lo que se metía, luego tuvo que aceptar que desde ese momento se enamoró de ella, porque tenía agallas y porque se le enfrentaba, el destino se empeñaba en ponerla en su camino, y ahora sólo él era culpable de que se fuera, para siempre, con esa familia loca que lo desaprobaba tanto. Los Svevo, tan peculiares y unidos, que amaban todavía con locura a la matriarca de esa familia, que no superaban la pérdida y los comprendía.

Por ella había cometido tantas locuras. Ir a Francia y a Estados Unidos, ayudar a los Lupin, tener que aceptar que Harry Potter no era tan malo como creía; todo eso a su estilo, claro está, pero movido por un fuego castaño y de ojos azules, un fuego belga y neoyorquino, un fuego intempestivo, risueño y astuto, que lograba, como nadie antes, sonrojarlo y hacerlo reír, porque tenía esa extraña capacidad de hacer chistes tontos en momentos tensos y aligerar el ambiente.

Era su culpa y de nadie más. ¿Tan terrible era desenterrar su pasado?, ahora no lo creía así, pero obviamente sentía que hablar de eso era como abrir una caja de Pandora, y no lo era, no era tan importante. Era una tontería.

Y por una tontería se estaba muriendo.

Con lentitud y pesadez fue a la cocina y preparó un poco de café, lo sirvió y se dedicó a moverlo con una cucharita durante varios minutos, pronto la bebida estaba tibia y poco apetecible al tiempo que el sol ya era un hecho sobre Londres.

Miró una vez más por la ventana, cerró los ojos y suspiró.

En un segundo tomó su abrigo y salió de su apartamento.

Ya no estaba en edad de esfuerzos físicos, pero corrió, corrió por las calles de Londres hasta llegar al Ministerio, entró por la entrada de visitas y fue directo al departamento de Aurores.

Rogaba que no fuera tarde.

Un poco agotado y con gotas de sudor en su frente por fin estuvo en aquel ajetreado pasillo. A la distancia logró ver la inconfundible cabellera rosa chicle de Tonks, obvia muestra de su radiante humor después de ser madre. Antes de que él la llamara ella lo vio a él y se encaminó hacía él.

-No creímos que vendrías –Tonks le dijo con ligereza¿no creímos¿Quiénes?, a Severus la esperanza lo llenó, probablemente se refería a ella y Audrey-. Ven.

Caminó detrás de la Auror en incómodo silencio, entraron a una oficina conocida para él, la de Audrey, donde lo entrevistaba y ambos se fulminaban con la mirada.

-Pasa –suspiró Tonks.

Abrió la puerta y la oficina estaba vacía, sólo tenía un notable desorden; la Auror se sentó en el lugar de su amiga, Severus tomó asiento frente a ella.

-Primero –dijo Tonks agachada buscando algo en los cajones –gracias por las pociones –finalizó.

Se volvió hacer un silencio, él no hablaba y se mantenía inescrutable, como era su costumbre. Finalmente de un cajón Tonks sacó un sobre sellado y un poco sucio.

-Lágrimas... -la chica se encogió de hombros al señalar las pequeñas manchas del sobre en un obvio intento de hacerlo sentir culpable –es para ti, me encargó que te lo diera si es que venías pero lo dudábamos –de nuevo ese tono acusador.

Él tomó el sobre, lo miró y luego miró a la chica con mil preguntas en sus ojos.

-Lo siento, me prohibió decirte en donde estaba, obviamente no con su familia, me prohibió darte cualquier información –dijo sin mayores explicaciones –ha decir verdad, creo que eres un idiota.

A Severus le hubiera encantado confrontar a Tonks, era su ex alumna y le hablaba de ese modo, pero no tenía fuerza suficiente y tenía que estar de acuerdo, era un idiota. Se puso de pie y se marchó con el sobre intacto entre las manos.

Al llegar a su apartamento de vuelta, colocó el sobre en un escritorio y se sentó en un sillón cercano. No sabía que desataría al abrir aquel sencillo trozo de papel. Miró hacía la cocina, su café, ahora frío estaba en su lugar, luego decidió que no era momento de más rodeos, tomó la carta y la abrió, quiso leerla con calma, comprender cada palabra.

Y se encontró con una brevedad prosaica llena de belleza, no era un adiós, no era triste, era la más hermosa declaración de amor que jamás se hubiera imaginado.

Leyó, re-leyó y algo desconocido le nubló la mirada. Ya había olvidado con se sentía eso, como se sentían las lágrimas en sus ojos. Apretó los dientes, la primera y única lágrima que logró escapar rodó por su rostro y se llevó la nota contra el pecho.

Severus:

He aquí 10 cosas que amo sobre ti...

Amo tu humor huraño y gruñón, eso es lo que eres, eso es lo que me gusta, cuando refunfuñas y hieres con comentarios sarcásticos de los que secretamente me reía (siempre y cuando no fuera contra mí).

Amo la forma en como a veces te sacrificabas por complacerme, y la pasabas mal, como en Francia o al saber que mi mejor amiga es la esposa de tu enemigo del pasado, pero mostrabas entereza y me apoyabas.

Amo tus ojos negros, misterios que nunca descifré, mirada arrogante pero al mismo tiempo triste, y eso me conmovía, par de abismos en los que me perdía cuando me besabas.

Amo tu voz misteriosa, amo las palabras que de ella brotaban, en las noches me decías cosas al oído que me hacían sonreír, dulces y adecuadas, hermosas.

Amo el color negro que siempre te vestía, era fácil saber que te pondrías cada día, pues seguramente sería negro.

Amo tus manos torpes, como de adolescente primerizo sobre mi cuerpo, tu aliento agitado cuando me besabas, tu cabello revuelto entre mis dedos.

Amo la circunstancia en la que nos encontramos, tan inadecuada y azarosa, a veces creo que así estaba escrito, pero creer eso significa que este dolor también estaba ya en nuestro destino.

Amo lo que eres, tu pasado y tu presente, amo saberte un héroe, y que fuiste más fuerte que el resto de los magos.

Amo tu sonrisa tan secreta, que sólo me mostrabas a mi y me rendía a tus pies, era como algo sólo para mi, y me encantaba saber eso.

Amo profundamente amarte, y siento tanto que así terminara todo.

Audrey

Ya no había más, se había ido.


Un Moment Pour Toujour creado por Sufjan TweedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora