Capítulo XIV

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No tuve más remedio que encaminarme hacia su auto. Con suerte, la conversación terminaría ahí y no tendría que intercambiar palabra alguna con él. Me paré enfrente de la puerta copiloto, pensando en si subir o no. Mi mirada se mantuvo gacha, manteniéndose en un punto fijo, mientras una de mis manos accionaba la obertura hacia afuera, ejerciendo así que la puerta la arrastrase, abriéndola. Cogí aire y lo expulse paulatinamente. Mi organismo agotado pedía ser reposado, conforme mi tozuda mente exigía mantenerme firme y no irme con él. ¿Pero qué elección tenía? Estaba claro que mi enfado perduraría durante un indefinido tiempo en el cuál prefería que el silencio emanase mi espacio vital, aún así me seguía preguntando: ¿Por qué me ha afectado tanto su actitud?
Era inusual en mi actuar de aquella manera, tan directa y sin razonar las diferentes opciones. Alcé mi testa clavando mi mirada en aquellos dos ojos. Ni siquiera se había introducido en su vehículo, aún con el diluvio que nos azotaba sin cesar, él seguía parado, apoyando uno de sus brazos en el techo de su Audi. Como si esperase alguna reacción por mi parte.

Bien visto, ahora su faz se encontraba tranquila, serena. Sus dos iris brillantes y sus labios sellados. Moví de un lado a otro mi cabeza, desquitándome su rostro de mi mente. Lo oí reír y sin discreción volví a observarlo. Aquellas dos pinceladas piezas que adornaban su boca, ahora elevadas, se manifestaban frente a mí en una cálida sonrisa que derretiría a cualquiera.—Menos a mí.—Pensé.
Fruncí el ceño, intentando por todo los medios mostrar indiferencia y solo entonces, introduci mi empapado cuerpo en aquel asiento de cuero.
Nada más abrochar el cinturón, recosté la parte posterior de mi cabeza en el cabezal del asiento, donde podría tranquilizarme, al menos, unos cinco segundos antes de que se atreviera ha abrir la boca.

—Estás empapada. Así no puedes ir.

—Lo sé.

—Necesitas ropa nueva, ¿quieres...

—Llévame a mi casa, allí tengo ropa. Podré cambiarme sin problema.—El tono de mi voz, quiso parecer el más duro y frívolo. Creí no conseguirlo hasta que hallé su silencio.

—¿Estás segura de qué quieres volver ahí después de lo qué pasó?—Observé como los músculos de sus manos ahora en el volante, se marcaban mostrando todas sus venas.

—Sí.— Pero mentalmente me negaba. No quería subir sola a aquel lugar, menos traspasar aquel inacabable pasillo.

Por alguna razón, una de mis piernas comenzó a moverse de arriba a bajo, cada vez más deprisa. Quise pararla, pero algo me lo impedía. Presentía que no faltaba mucho para llegar al hogar donde me crié y el imaginarme que Ian podría volver ha estar ahí, esperándome, me atemorizaba de verdad. Pasé saliva al ver como Derek estacionaba el Audi en su plaza correspondiente de parking y bajaba.
Los dedos me tiritaban de los nervios que sentía en mi estomago, mientras los pies no me reaccionaban.
Unos dedos picando a la ventanilla, provocaron una reacción casi inmediata en mi. En sus labios leí:—No te dejaré sola.
Con cautela, como si no quisiese formar ningún tipo de ruido, abrí la puerta y salí. Derek me miraba de arriba a bajo mostrando su preocupación hacía mi persona. Recompuse mi postura, intentando parecer lo más natural posible, pero todo desapareció cuando las puertas del elevador nos dieron paso.
Apoyé mi espalda contra la pared del fondo. Sabía que más nervios no tardarían en florecer, y, en efectivo fue así. Noté una caricia en una de mis manos, miré hacia abajo, percatándome de que su dedo meñique acariciaba suavemente mi dedo corazón. Eran aquellas acciones las que me confundían. Lo catalogué como—los temores de Derek.—
Sin saber bien, bien su significado, decidí poner distancia entre nosotros.

Una vez paró el ascensor, salimos, o eso quise creer yo. Parada en medio, mi cuerpo decidió no avanzar más de lo debido. Cerré mis ojos con fuerza, dándome internamente el valor suficiente. Fue inútil, seguía sin desistir y oponer resistencia a aquello era incluso más difícil que hablar de ello.

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