Capítulo 28: Reunión familiar

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Antes de llegar a Arstacia, todos los mercenarios se dispersaron para entrar por distintas puertas. Decían que así había sido acordado por el emperador para no levantar ninguna sospecha, aunque yo sí que empezaba a sospechar algo, sobre todo cuando no quisieron contarme nada más al respecto. Así que entré yo solo a la ciudad y me dirigí a la plaza para reunirme con Willen.

El joven mercenario ya estaba ahí cuando yo llegué, acompañado por los padres de Horval quienes parecían estar bastante nerviosos y con razón. Por lo que sabía, nunca habían salido de Argard, así que supuse que estar en una ciudad tan grande como Arstacia con unas calles tan amplias y una gran aglomeración de personas yendo y viniendo de un sitio para otro, guardias armados con espadas y armaduras patrullando las calles, una plaza descomunal en comparación con la de su pueblo, puestos de fruta y carne en mitad de las calles, comercios de todo tipo... y el enorme e imponente palacio al fondo de la ciudadela. Si yo me encontrase en su misma situación, también estaría sorprendido por todo lo que estaban viendo. También entendía que estuvieran nerviosos y ansiosos de ver a su hijo, a quienes no sabía ni cuánto tiempo llevaban sin ver.

-¿Habéis tenido algún problema para llegar?-pregunté a Willen.

-El camino ha estado tranquilo y despejado en todo momento, y los caballos han sabido aguantar bien el galope-me informó.

-Aquí es donde nos separaremos entonces-dije despidiéndome de él-. Ha sido un placer haberte conocido y espero que volvamos a vernos pronto-confesé sonriendo sincero-. Muchas gracias por habernos ayudado.

-Gracias por salvarnos la vida, joven guerrero-dijo agradecido el anciano.

-No ha sido nada. Nos volveremos a ver pronto.

Tras despedirnos, Willen se marchó por uno de los callejones al sur de la plaza, y no tardó mucho en desaparecer de nuestra vista. Indiqué a los padres de Horval que me acompañaran y nos pusimos en marcha, rumbo al palacio. Ellos no parecían entender a dónde nos estábamos dirigiendo, ni por qué quería llevarles a un lugar tan importante y destacado. Creo que incluso al principio temieron que estuviera tendiéndoles una trampa. Pero creo que se tranquilizaron al ver que los guardias de la puerta nos pusieron trabas para pasar.

El guardia que nos detuvo el paso insistía en que tenían que tener un permiso especial para poder acceder al interior del palacio, a pesar de que insistí una y mil veces en que venían acompañándome y que solo accederían al cuartel. Estuvimos un buen rato hasta que conseguimos hacer que entrase en razón sin necesidad de, según dije, "molestar al emperador por un asunto tan trivial". Cuando conseguimos entrar al interior del palacio, los tres suspiramos de alivio después de temer que nos metiéramos en problemas. Por suerte, pudimos campar a nuestras anchas por el palacio para dirigirnos al cuartel, donde les pedí que esperasen hasta mi regreso y trataran de no hacer ruido sentados en la sala de reuniones.

Entre una cosa y otra ya estaba empezando a anochecer, y sabía que no tenía mucho tiempo si quería conseguir que Horval y su familia se reencontrasen esta noche, así que eché a correr hacia la plaza donde supuse que se reunirían todos mis compañeros nada más llegasen de su misión. Por suerte, llegué antes de que volvieran los demás, y estuve un rato esperándoles. Los primeros en llegar fueron Aldven y Garlet, quienes parecían estar decepcionados y decaídos. Sig tardó poco en venir después, seguido por Barferin y, finalmente, Horval. Este último parecía el más decaído de todos. Al comentar cómo había ido el encargo, todos parecíamos haber vivido la misma experiencia.

-Esto no ha podido pasar de verdad-dijo Barferin desanimado-. Todavía no puedo creer que el emperador nos haya hecho esta jugarreta tan grande.

-¿Alguien ha visto aunque sea a un rebelde?-preguntó Garlet cabreado.

El precio de la libertad: Sueños de grandezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora