Aun no olvidaba la mirada trémula de Dulce cuando la defendió de ese tonto niño engreído, hijo de papi, que no hacía más que ser un tipo despreciable. Era increíble que una chica mimada y consentida como la unigénita de Álvaro Valencia, fuese tan delicada y retraída. Si algo pudiese haber jurado, sería que eso era distinto.
Aquel día en que la vio por primera vez, y luego de haber almorzado a su lado, suponía cosas muy diferentes de ella. Sin embargo, la conclusión más adecuada, sería que desde un principio envió señales de esa actitud tímida. Ayer, justo después de darle su merecido a ese chico cobarde tan solo con palabras. Logró llevarla de vuelta a casa, parecía que ya mostraba mayor empatía.
Mientras transitaban en el auto, ella le agradeció por defenderla, pero a su favor alegó que ese joven que había hecho esos comentarios groseros, era así con todas las demás mujeres de su clase. Un tipo "desesperante" en sus propias palabras. A Ricardo no le pareció del todo sincera esa explicación de Dulce, mucho más porque cuando ella hablaba, se tronaba los dedos de las manos, incesante. Miraba para todos lados y jamás lo contempló a los ojos.
«Parece no ser su hija. En nada se le asemeja, a excepción de los ojos», gruñó Ricardo para sí mismo, dándole una prolongada calada a su cigarrillo y expulsando el humo hacia arriba. Era fácil sopesar las actitudes opuestas que mostraban Álvaro y su hija. El primero era un tipo extrovertido, por completo lleno de orgullo, tenacidad, ambición, arrogancia y demás aspectos que caracterizan a una persona difícil de subestimar. Sin embargo, Dulce, ella asomaba fragilidad, temores, timidez, inseguridad, cobardía. Tal como el agua y el aceite.
— Mi amor, ¿Por qué te levantas de la cama?, quiero que vuelvas a mi lado. Es medianoche, bebé —la cálida mano de una mujer posándose sobre uno de sus hombros desnudos, le impidió continuar reflexionando.
— No podía dormir. Además quise fumar antes de irme, ya casi lo hago —le respondió a la mujer. Esta se decidió a rodearlo entre sus brazos haciendo que la mirara, evitando que él le rozara con la mano que sostenía el cigarrillo.
— ¿Irte?, no Ricardo. No quiero que te vayas, no seas injusto. Sabes muy bien que tenemos todo el fin de semana libre. Rubén volverá hasta el lunes, vamos bebé... volvamos a la cama, quiero que me hagas de nuevo el amor —susurró la mujer colgándosele del cuello y tirando de este para besarlo ansiosa sobre los labios. Él cedió por unos momentos.
— Lo siento —y la desprendió de su nuca tomándola por los brazos para liberarse. Ella frunció el ceño—. Pero no puedo quedarme, tengo cosas que hacer Raquel. No me importa que tu marido no regrese pronto, conoces bien mi vida. Así que lo mejor será que aceptes, de otro modo...
— De otro modo, nada mi amor —lo interrumpió suavizando los gestos—. No quiero que me dejes Ricardo, conozco tu trabajo y lo comprendo. Gracias a eso te conocí... y si te hago una transferencia más a tú cuenta. ¿Aceptarías quedarte lo que resta de la noche? —Ricardo dio un paso atrás arrugando las cejas.
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Dulzura Destruida ©
RomanceRicardo Zambrano solo tiene una cosa en mente; acabar con todo aquello que le ha impedido ser feliz desde hace tantos años. Creció con la firme idea de encontrar a Álvaro Valencia y destruirle la vida como él destruyo la suya. Para hacerlo primero d...