risas de consuelo

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Recuerdo la caída que sufrí mientras ensayaba el baile del colegio, esa que me llevó a descubrir el cáncer. Estaba dando giros combinados y de pronto me tambalee y fui a dar en el piso. En seguida me levanté, con algo de ayuda, riendo, esa risa que avisa a los demás que todo está bien, que a veces se escucha más ruidosa porque sólo quiere disimular la vergüenza. La risa ayuda a aminorar los daños, a sanar los dolores.

Llegada la noche, ya muchas lágrimas se habían secado y algunas de las personas reunidas empezaban a comentar anécdotas graciosas sobre mí, desde la forma extraña en la que me vestía de niña, hasta las veces que era yo misma, sin saber que estaba siendo observada.

Uno de los niños pequeños deseaba unirse a la conversación y empezó a relatar los recuerdos que tenía conmigo, él no comprendía por qué todos hablaban de su prima, pero quería hacer lo mismo. Empezó a compararme con una de mis pinturas, era una simple gota cayendo, que parecía tener forma de hombre, él decía que yo deseaba cortarme el cabello así y por eso así la había dibujado.

Las personas sonreían por la forma tierna en la que el pequeño me imitaba pintando, moviendo la cabeza de un lado a otro, como cuando leía, como cuando comía, incluso cuando dormía. Me sentía feliz, no porque el niño reconociera tantos detalles de mí, sino por el ambiente que había creado, todos se veían felices y eso me hacía feliz, yo los había hecho reír y amaba hacerlos reír.

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