Capítulo II.

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Febrero 12, 1974.

Me había vuelto tolerante al dolor.

Luego de haber causado todo ese infierno a aquella que solía ser mi progenitora, angustiada por mi bienestar, huí a la casa de mi hermana, una mutante que se escondía para evitar ser humillada y burlada por nuestra hueca y burócrata família.

Kendra Vaughan, ese era el nombre de mi hermana mayor. Había cuidado de mí desde los inicios de mi niñez y siempre me brindó el apoyo que necesitaba.

Un tiempo después de instalarme en su pequeño departamento, quiso inscribirme en la Escuela Secundaria Bridgestone. Decía que sería bueno integrarme con chicos de mi edad y tal vez podría empezar a tener una vida normal como adolescente.

Oh, querida mía, qué equivocada estuviste.

Era verano del 74', debía asistir a esa maldita escuela, a torturarme otro día más.

El séquito de proxenetas rubias oxigenadas me molestaba toda la jornada, y ni hablar de los matones que fumaban coca escondidos en el Campus.

No me dejaban respirar.

Me llamaban constantemente "vaca", "machorra", "tortillera", "fenómeno", y apodos denigrantes como ésos.

Generalmente podía soportarlo, pero aquella mañana fue distinto.

Me revelé ante ellos, pero tuvieron una reacción distinta a la que me esperaba...

Stephen, el líder, al salir del plantel educativo, me amordazó y me lanzó a su pútrida camioneta.

"—Vas a pagar, maldita abominación. Te arrepentirás de haber nacido." Eso fue lo último que oí antes de que reventara una botella en mi cabeza y todo se volviera borroso.



Desperté con un fuerte dolor de cabeza y pequeñas gotas de sangre descendiendo por mi sien.

"—Es hora, Bob. Vas a pudrirte."

Stephen y sus matones me sacaron de la camioneta, para después tirarme en el suelo.

Miré a mi alrededor. Nos encontrábamos en el Lago Toluca, estaba a kilómetros de la escuela, pero lo suficientemente cerca de la ciudad.

Posé mi vista sobre él y lo miré aterrada. Sostenía un bate y me miraba con ira, maldad, sin ninguna pizca de piedad.

Se acercó lentamente, acarició mi rostro hasta llegar a mi barbilla. Entonces, soltó la primera embestida.

Los golpes se repetían una y otra vez; lo hacía con frenesí, como si hubiese perdido la cordura.

Mi carne dolía, ardía, latía como si tuviese vida propia.

El dolor se expandió por cada punto que castigaba con el madero. Lágrimas salían de mis ojos por el dolor que Stephen me estaba otorgando.

  "—¡MALDICIÓN, BASTA, POR FAVOR BASTA. ME DUELE. PÁRALO YA, JODER, PÁRALO!" Lloriqueaba ante el martirio infringido, pero él sólo se carcajeaba con sus amigos y seguía torturándome.

Unos minutos más tarde, que parecieron horas, por fin se detuvo. 

Con una mirada gélida hacia mí, tomó las sogas y me ató. Primero las manos, luego los brazos, y por último las piernas.

Agarró unas tijeras, para posteriormente cortar al azar cada mechón de mi cabello.

Le gritaba que me dejara en paz, que se detuviese, sin embargo, él hacía caso omiso a mis plegarias.

"—Vaya, Bob. Qué guapo estás, ¡luces como todo un maricón!" Se burló de mí junto con su banda, entonces, yo aproveché y arrojé un escupitajo a su asqueroso rostro.

Mala idea.

Stephen bramó frustrado, extendiendo la palma de su mano, abofeteándome.

"Suficiente, mono sidoso. Despídete de tu puerca existencia."

El matón de Bridgestone alzó mi cuerpo, dispuesto a acabar conmigo. Caminó unos pocos metros y se paró justo en la orilla del lago.

"Adiós, Robert. Fue una mierda conocerte."

¿Qué demonios? ¿Cómo lo supo?

Mi nombre real... Casi nadie me llama así, supongo que le debo el favor a la lista de asistencia.

De repente, sentí por unas milésimas de segundos como si estuviera en el vacío, para finalmente caer en el estanque. Intenté desesperadamente llegar a la superficie, pero definitivamente fue en vano, el aire me faltaba. Impulsaba mis piernas hacia arriba, tratando de obtener un poco de oxígeno del exterior, por el contrario, me desesperé aún más. Las cuerdas no me permitieron moverme lo suficiente para nadar, y las fuerzas se me agotaron. Tras luchar torpemente para desatarme, mis pulmones quemaron. Inhalé, y todo lo que entró por mis fosas nasales fue humedad.

Mi corazón cada vez iba más lento, lo sentía. Mis pulmones se habían llenado por completo de agua.

De repente, mi vista desfalleció, y mi cuerpo descendió a las profundidades del Lago.

Celestica || Charles XavierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora