Eran los últimos suspiros de la primavera, el verano estaba llegando. Había comenzado la época de las despedidas. Se trataba de la graduación última generación de un instituto que iba a cerrar. A partir del año siguiente, todos los alumnos de tercero cursarían bachillerato en distintos centros, mientras que los pocos alumnos de los otros dos años serían redirigidos a una popular secundaria que había abierto apenas hace unos años.
Algunos adultos pensaban que se trataba de una estafa, que sólo querían complicarles la vida, por lo que los pocos fondos que quedaban en el instituto sirvieron para pagar el papeleo de los traslados de todos los alumnos que se quedaban colgados a ese nuevo edificio.
En algún lugar del viejo instituto, se encontraba un grupo de gente amontonado. Al parecer, una de las graduadas lloraba al no poder ir al mismo instituto que algunas de sus amistades, y trataban de consolarla con promesas como la de que podían verse siempre que quisieran y que siempre estarían juntos.
El tiempo había pasado. Aquellos niños habían crecido y se habían convertido en adultos. Sus caminos no se habían vuelto a juntar a pesar de las hermosas promesas. La chica que se graduó llorando ahora debía luchar contra un mal mayor que el de no encontrarse con sus antiguos compañeros: había recibido una carta de desahucio.
Su vida había estado llena de inconvenientes: se licenció como cuarta de carrera, pero no consiguió un empleo fijo, se enamoró perdidamente de una persona amable que le dejó a los siete años, cuando ya habían planeado la boda y tenían en común una saludable niña que ahora tenía ocho años y ahora ésto.
Se había atrasado un poco con los pagos, ¿y qué? Aún podía remediarlo. ¿Por qué la carta tan de sopetón? Tras dejar a su hija en el colegio, buscó en periódicos y tablones anuncios donde se necesitasen empleados. Le daba igual de qué, podría ser cualquier cosa, desde friega platos hasta teleoperadora, le daba lo mismo con tal de no acabar en la calle con su hija. Sara, que así se llamaba la pequeña, no necesitaba eso.
Había revisado todo, pero nada. No encontraba ningún trabajo, ni por pequeño que fuera, que le ayudase a pasar esa crisis. Al pensar en ello, se sintió decepcionada, y comenzó a sollozar cómo la vida le había ganado otra vez, pidiendo disculpas a Sara por no ser una buena madre. Mientras caminaba llorando, alguien se fijó en ella:
-¿Karen? ¿Eres tú?- La señora se giró. Era uno de sus antiguos compañeros de secundaria. -¡Eres...!- Al ver sus lagrimones, dirigió la conversación hacia su preocupación actual. -¿Por qué estás llorando?- Tras la pregunta, Karen lloró a pleno pulmón. -¡Espera! ¡No llores, no llores!
Se habían dirigido a una cafetería cercana. Allí, Karen se secó sus lágrimas con un pañuelo después de que su antiguo compañero la encontrase. Se notaba que le iba bien: vestía un traje reluciente, posiblemente de marca, y la edad no había pasado apenas por su cara.
-¿Por qué estabas llorando en la calle? ¿Acaso tu novio te dejó?- El golpe fue tan rígido que le atravesó el corazón. La atmósfera se había vuelto desde entonces más pesada. -¡Perdón! ¡No me acordaba!- Intentó remediar inmediatamente al recordar los desamoríos de la joven. –Entonces, ¿cuál es el problema?
Había llegado la bebida. Karen miró su reflejo en el café que pidió y reunió el valor para decir esa palabra tan atragantada que hacía que le recorrieran los escalofríos. –Me van a desahuciar...- Musitó deprimida. –Si me desahucian, lo más seguro es que me quiten a Sara. Y si me quitan a Sara... yo...- De nuevo comenzó a llorar.
-¿Desahuciar? ¿Y eso por qué? ¿Desde cuándo no pagas los recibos?- Preguntó preocupado el señor.
-Siempre los he pagado. Me retiran el dinero directamente de la cuenta todos los meses.- El antiguo compañero tragó saliva.
-¿Estás segura? Han estado robando en varios bancos últimamente, retirando el dinero desde cuentas falsas vinculadas a cuentas de clientes del banco.- Ahora la que tragaba saliva era Karen. -¿Desde cuándo no actualizas tu libreta del banco?
-Desde hace tres meses.- Ambos corrieron al cajero más cercano, dándose cuenta de la horrible verdad. ¡Le habían dejado sin nada! Las lágrimas volvieron, y, sintiéndose mal, el chico le dio una tarjeta.
-¿Al final te licenciaste en literatura?- Karen asintió. Se había licenciado y había realizado un máster para dar clase, pero al parecer, las letras habían sido reprimidas fuertemente en la última década, así que su título y nada, era lo mismo. –Es aquí donde trabajo. Acércate mañana y veré si puedo hacer algo por ti.
Esas palabras se habían convertido en su esperanza ahora. Cuando se despidieron, se dio cuenta de que ya era la hora de recoger a Sara del colegio. Al llegar a casa, trató de preparar la comida. Ya les habían cortado la luz.
Convenció a la niña de ir fuera a comer, gastando los ahorros que por suerte tenía siempre guardados en casa, por si acaso algún día tenían problemas. No bastaba para pagar el alquiler, pero sí para pagar una comida en algún restaurante de comida basura de esos que amaba la pequeña.
-Mamá, ¿pasa algo?- Preguntó la niña directamente. Karen negó con la cabeza, preguntando el por qué. –Nunca me llevas a estos sitios entre semana. Dices que la comida es mala y poco saludable. Algo ha debido de ocurrir. ¿Te han echado del trabajo?
-¿Qué? ¿Por qué me iban a echar?
-No lo sé, pero últimamente no llegas tan cansada a casa, así que por eso pueden haberte echado del trabajo.- No la habían echado del trabajo, pero sí que debía conseguir otro para poder pagar lo que debe.
Antes de irse del banco, canceló todas sus cuentas y creó unas nuevas, para evitar que ocurriera lo de esta vez. Tenía suerte de que su viejo compañero de clase le hubiera ayudado a darse cuenta de ello, y aunque no pudieron recuperar el dinero, al menos podía estar tranquila de que no la iban a robar más.
Por otro lado, debía mirar el segundo trabajo para que fuese compatible con el primero, al que pronto le tocaría entrar. Consistía en un empleo de camarera en un pequeño bar por el que apenas pasaba la gente.
Siempre se quedaba hasta tarde fregando platos para poder hacer más cómoda la vida de Sara, aunque no la viera a lo largo de la tarde. Debía ser duro para la pequeña, pero era lo mínimo que debía hacer. Quería que fuese una gran persona en el futuro, por lo que debía esforzarse ahora, en el presente para conseguirlo.
Al volver a casa, siempre se la encontraba en el sofá, con algún libro abierto que posiblemente habría intentado terminar, como de costumbre. Karen la cargaba hasta su cama, donde la arropaba y le daba un beso de buenas noches.
Lo menos que podía esperar, era que al día siguiente le diesen alguna buena noticia.
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Al lado del viejo sauce
Mystery / ThrillerLa vida de Karen siempre ha estado llena de desgracias tras su graduación de la escuela secundaria. Tras perder el trabajo, Karen se encuentra con un antiguo compañero de clase, el que le ofrecerá trabajar en el instituto que suplantó al suyo, pero...