El día en el que todo comenzó.

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No era el primer día de escuela, no. Era el tercero.
Estábamos en clase de biología, cuando un chico alto y moreno entró por la puerta de hierro de el salón, interrumpiendo la explicación del profesor Crawford.
Claramente llegaba tarde.

Lo vi y lucía como ese tipo de hombre el cual nada le importa, ni los estudios, ni su familia. Sólo las chicas, la fiesta, o sus amigos.
Le pregunté a mi mejor amiga, Claire, si sabía el nombre de este chico, el cual ella desconoció totalmente.

El profesor lo miró, o mejor dicho, inspeccionó a este chico de arriba a abajo y le dijo:

—¿Algo para decir, Daniels?

A lo cual él contestó sin ganas:

  — No, nada para decir profesor.—  y le guiñó un ojo.

Lo recuerdo perfectamente y la sensación nauseabunda que sentí al ver cómo se creía superior ante gente mayor. Fue como me di cuenta de su personalidad. Era una basura... bueno, lo es.

 — ¿Que coño le pasa a ese chico? Madre mía. No quiero ni pensar en cómo le debe hablar a sus padres.—  me susurró Claire al oído. Creo que no hace falta aclarar que Claire y yo somos iguales en tanto a la personalidad y vista de los hechos.

Empecemos por presentarme. Mi nombre es Lucy, tengo 18 años. Simplemente tengo una autoestima más baja, o normal, diría yo. No me creo mucho ni poco. Tengo una familia conformada por una madre, un padre, un hermano y un perro.

Siempre me exigieron mucho, sea en los estudios, o con mi comportamiento. Tengo problemas de ira de vez en cuando.

Comparada con este chico creo que soy bastante normal... ¿o no?

Sabía que su apellido era... ¿cómo era?... ¡Daniels! O eso fue lo que dijo el profesor. Pero necesitaba conocer su nombre.

 No... ¿"necesitaba"?... quería, sí, quería, eso era lo que quería decir.

  —  Y con eso concluimos la clase de biología. Estudien la página 19, en especial el segundo párrafo, es el más importante.—  dijo el profesor Crawford y me sacó de mis pensamientos.

Tomé las cosas que habían sobre mi escritorio y las guardé en mi bolso.

  — ¿Que te pareció el chico nuevo? —  me preguntó Claire.

— Un patán, sinceramente — respondí —  no sé quién educa a ese chico, pero me encantaría ir y decirle que no hizo un buen trabajo.

  Mientras reíamos y charlábamos, fuimos a la heladería que quedaba a dos calles de la escuela, era una rutina que solíamos hacer.

Fue ahí cuando nos lo encontramos.

  — Sentémonos lejos, por favor, no quiero que nos vea. —  le dije y asintió.

Él estaba solo, en una mesa para dos. Parecía nervioso... más bien impaciente. O quizá las dos.

Luego de unos veinte minutos llegó una chica de cabello rubio y corto, ojos transparentes, digamos de unos 20 años y con una falda... demasiado corta diría yo.

A simple vista parecía una zorra, aunque si la conociera pensaría exactamente lo mismo. Y creo que Claire también, porque nos miramos al mismo tiempo con cara de disgusto. 

Creo que logré escuchar como le decía:

  — Peter, bebé, lamento llegar tarde, es sólo que... se me complicó con el trabajo, ya sabes...— pude ver cómo le mentía, clásico.

  — No hay problema, siéntate, ¿qué sabor quieres? Yo invito.

  — Frutilla, por favor, cielo. Sabes que me encanta.

Él se levantó y fue a por el helado. Pude ver como asquerosamente se arreglaba el escote usando su teléfono celular como espejo.

  — Claire, creo que no quiero seguir presenciando esto...—  le dije mientras reía a mi mejor amiga.

— ¿Te quedas a dormir a mi casa hoy? 

 — Claro, vamos.

Caminamos a su casa que quedaba a cinco calles, y en la tercera se largó a llover.

Corrimos las calles que quedaban y cuando llegamos, nos tiramos en la cama.

Claire instantáneamente se quedó dormida, mientras que yo quedé pensando en que por lo menos ya sé su nombre...

Peter.


into the fog.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora