Capítulo cinco.

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Aliyah POV:

—Quítate el vestido, ahora.

Levanto las cejas impresionada y, sin querer, mi subconsciente falla haciendo caer mi mandíbula. Espero haber tenido un cortocircuito neuronal y haber escuchado mal lo que ha salido por su boca porque, si realmente ha querido decir lo que ha dicho, se ha vuelto loco. O eso o tiene que aclararse. Acaba de decirme que no va a acostarse conmigo y ahora está aquí delante de mí, con los labios apretados y pidiéndome que me quite la ropa. Me entra la risa solo de pensarlo, pero intento reprimirla. No tiene mucho éxito, la verdad, porque mi garganta hace un ruido parecido al carraspeo y finalmente estallo en carcajadas.

—¿Te ríes? —me pregunta impasible aún en frente de mi. Juraría que en otras circunstancias me hubiese sentido intimidada, pero ahora, después de lo que me ha dicho, me hace más gracia que nunca— Alicia, quítate la ropa. No lo estropees todo.

—Sí, espera —su gesto se tranquiliza y yo empiezo a reírme de nuevo. Ésta vez internamente.

Con calma comienzo a bajar uno de los tirantes del vestido bajo su atenta mirada. El muy gilipollas se piensa que en el supuesto caso de que me quitase el vestido, lo iba a hacer delante de él. ¿Se puede ser más engreído? Desde luego que no tengo ni idea, pero toda esa chulería que soy capaz de ver en su mirada va a borrarse en cuánto haga lo que tengo pensado. Continúo bajando el tirante y me pongo en pié, acercándome a él con sutileza e insinuante, me doy la vuelta y sigo concentrada en el pedazo de tela. Cuando está totalmente convencido de que voy a terminar la acción, giro sobre mi misma y quedando de nuevo frente a él, le hago una peineta. Mi dedo corazón queda en frente de su rostro, firme y luciendo una preciosa manicura francesa que yo misma me he encargado de retocar antes de salir de casa. Y su rostro cambia. Ésta vez asustándome.

Retrocedo un paso y oculto mi temor bajo la mejor cara de satisfacción que puedo fingir, provocándole todavía más.

—Alicia —repite ese nombre inventado en un tono todavía mayor—, no sabes lo que estás haciendo. Quítate el jodido vestido de una vez.

—Pero...¿A tí que te pasa? —se acerca más a mi y me agarra del codo con fuerza. Inevitablemente sus ojos quedan muy cerca de los míos y no sé porque pero... me pongo nerviosa— ¡Suéltame, energúmeno!

—A ver, princesa —zarandea mi brazo con decisión antes de continuar hablando—. Tenías que acompañarme aquí, ¿no? —Asiento—, pues quítate el jodido vestido y no me hagas repetirlo más veces. Y hazlo con cuidado o pagarás tu todo el dineral que hay en él.

Intento negarme pero algo en sus ojos me dice que no lo haga. Son autoritarios y convincentes, algo que suele intimidarme en las personas por lo que soltándome de un tirón camino hacia la cama y vuelvo a girarme para mirarle.

—Dame tu americana.

—¿Qué? —levanta una ceja mientras alisa la tela cara de su chaqueta Armani. Es un jodido estirado— ¡Ni de coña!, ¿Para qué?

Para planchártela, ¡no te jode! Éste tío tiene menos luces que Kate. A la que por cierto, voy a dejar calva cuando vuelva a casa.

—¡Para ponérmela, imbécil! ¿O pretendes que vuelva a casa en pelotas?

Veo la diversión en sus ojos cuando digo esa última frase. Qué ganas tengo ahora mismo de cruzarle la cara, es todo aquello que desprecio de cualquier hombre; es chulo, arrogante, materialista y golfo. Guapo también, y médico, pero solo por esa mirada tan asquerosa que está poniendo ahora mismo, vale nada y menos para mí.

—Coges la sábana de la cama y te la enrollas —vuelve a pasar las manos por la prenda. ¿Esas tenemos, Nathan? Vale.

Agarro la parte del escote y con una mano a cada lado comienzo a estirar. Él mismo ha dicho que todo esto que llevo encima tiene mucho valor, así que sí, puedo quitármelo pero después de hacerlo pedazos. Cuando hago la primera raja, que resuena haciéndole poner una mueca de sorpresa, tres de los cristales de los muchos que hay cosidos, caen al suelo y resuenan con mucha más fuerza de la que uno ordinario podría producir. Nathan, que ésta mirándome aún a unos cuantos pasos, vuelve a correr hacia mí y se agacha para recoger las piedras como si su vida dependiese de los pequeños cristales.

Quédate o dispara (DISPARA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora