EL ABANDONADO (capitulo completo Aeron)

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Era siempre medianoche en la tripa de la bestia. Los mudos le habían quitado su capa, sus zapatos y sus calzas. Llevaba solamente su pelo, cadenas y costras. El agua marina se pegaba a sus piernas cuando subía la marea, llegando hasta sus genitales hasta retroceder otra vez cuando la marea descendía.

Sus pies se habían vuelto grandes, débiles e hinchados, objetos amorfos tan grandes como jamones. Sabía que estaba en una mazmorra pero no dónde o desde cuándo.

Hubo otra mazmorra antes que esta. Entre ellas había habido un barco, el Silencio. La noche en la que le movieron había visto la luna flotar en un mar de vino negro con una cara lasciva que le recordaba a Euron.

Las ratas se movían en la oscuridad, nadando a través del agua. Le mordían mientras dormía hasta que despertaba y les expulsaba con gritos y golpes. La barba y los cabellos de Aeron se llenabas de líquenes, pulgas y gusanos. Podía sentirlos moviéndose a través de su pelo y sus mordeduras le picaban de forma intolerable. Sus cadenas eran tan cortas que no podía rascarse. Los grilletes que le ataban al muro eran viejos y roídos, y le habían hecho cortes en las muñecas. Cuando la marea se alzaba para besarle, la sal entraba en sus heridas y le hacía jadear.

Cuando dormía, la oscuridad se alzaba y le tragaba y el sueño venía... y Urri y el grito de un gozne oxidado.

La única luz en su húmedo mundo venía de las lámparas que los visitantes traían consigo. Y eran tan escasas que empezaban a herirle los ojos. Un hombre sin nombre de rostro agrio le traía la comida, ternera salada tan dura como tejas de madera, pan repleto de gorgojos o pescado viscoso y maloliente. Aeron lo engullía y pedía más, aunque con frecuencia vomitaba después. El hombre que le traía la comida era oscuro, lento y mudo. No tendría lengua, no dudaba de ello Aeron. Era el estilo de Euron.

La luz le dejaría cuando el mudo lo hacía y de nuevo su mundo se convertiría en una húmeda oscuridad apestando a mugre, moho y heces.

Algunas veces el mismo Euronvenía. Aeron se despertaba de su sueño encontrándose a su hermano alzado ante él, farol en mano.

Una vez, en el Silencio, colgó el farol en un poste y sirvió copas de vino.

"Bebe conmigo, hermano" dijo.

Esa noche él llevaba una camisa de escamas de hierro y una capa de lana rojo sangre. Su parche era de cuero rojo, sus labios azules.

"¿Por qué estoy aquí?" graznó Aeron. Sus labios estaban costrosos, su voz dura. "¿Hacia dónde zarpamos?"

"Al Sur. Para conquistas, saqueos, dragones."

Locura. "Mi sitio son las islas."

"Tu sitio es donde yo quiera. Soy tu rey."

"¿Qué quieres de mí?"

"¿Qué me puedes ofrecer que no haya tenido antes?" Euron sonrió. "Dejé las islas en manos del viejo Erik Ironmaker y sellé su lealtad con la mano de nuestra dulce Asha. No permitiría que predicaras contra su mando, así que te llevé con nosotros."

"Libérame. Dios lo ordena."

"Bebe conmigo. Tu rey lo ordena."

Euron agarró un puñado del enredadado pelo negro del sacerdote, echó su cabeza hacia atrás y vertió la copa de vino en sus labios. Pero lo que caía en su boca no era vino. Era espeso y viscoso, con un sabor que parecía cambiar en cada sorbo. Ahora amargo, ahora agrio, ahora dulce.

Cuando Aeron lo intentó escupir, su hermano le agarró más fuerte y forzó más por su garganta.

"Así es, sacerdote. Trágalo todo. El vino de los brujos, más dulce que tu agua de mar, con más verdad en él que todos los dioses de la tierra."

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